sábado, 1 de noviembre de 2008

Maggie, Luis y el absurdo de lo prohibido.

Por Fabio Bosch, Jr.

En Cuba ha comenzado un discurso renovador. El primer indicio nos llegó con el calor del pasado verano, donde sin criticar por criticar se criticaban algunas cosas que andaban mal. Luego con los análisis colectivos se destapó la Caja de Pandora. Lo que muchos ciudadanos de a pie hablaban en las esquinas, era entonces debatible en reuniones. La BBC creyó tener la gran noticia en la mano cuando “pirateó un video” con un estudiante de la Universidad de Ciencias Informáticas que en realidad solo decía una pequeña parte de todo lo que ya se venía discutiendo durante meses en cada rincón de este verde caimán. El 24 de Febrero quedaba ratificado: “eliminar el exceso de prohibiciones y regulaciones”, es una necesidad del nuevo enfoque al que inexorablemente estamos llamados en estos nuevos tiempos.

Sería bueno, que cuando se pensara en el exceso de prohibiciones, también se analicen las prohibiciones excesivas. Sería saludable, que junto al análisis de esas prohibiciones materiales, pragmáticas, también entráramos a revisar las que tienen que ver con la espiritualidad del hombre, con su cultura y con sus artistas. Es imposible que artistas nacidos en Cuba, que emigraron por razones que para nada tenían que ver con la política, que inclusive han mantenido una postura muy alejada de esta, sigan siendo tratados como “vulgares traidores que se vendieron al enemigo”. Tal parece que todos los músicos (no los actores y actrices y luego me referiré a ese otro absurdo) cuando deciden emigrar ya de hecho han firmado un abominable pacto con la Mafia Anticubana, o con la Mafia Norteamericana o con la Mafia de Sicilia, vaya usted a saber, pero el caso es que ipso facto desaparecen de la radio y la televisión, no pueden regresar a Cuba y si lo hacen sería como turistas o a visitar a familiares y amigos, porque ni soñar que puedan pararse en un escenario a deleitar a sus coterráneos de aquí con una música que es nuestra y que no habla de política.

A Maggie Carlés y Luis Nodal, por solo citar un ejemplo, los jóvenes cubanos de los 70 y parte de los 80 le deben el haber versionado a nuestra lengua mucho de los éxitos que entonces sonaban en el Hit Parade de casi todo el mundo, pero en habla inglesa. Con Maggie y Luis soñamos, cantamos, nos enamoramos, nos peleamos, nos reconciliamos… en fin, intensamente vivimos. Pero es más, la voz de Maggie es incuestionable e inolvidable. Su discografía después de salir de Cuba es impresionante; su trabajo con grandes compositores y productores es sencillamente envidiable para cualquier vocalista de cualquier lugar del mundo, y su voz, nada menos que junto a la de Plácido Domingo en un Popurrí de unos cinco minutos sube definitivamente hasta el cielo.

Todo eso nos lo hemos perdido los cubanos de los tardíos 80, de los 90 y lo que va de los años 2000. Mis hijos, por una prohibición absurda conocen más de un miserable reaggeatton que de esa voz que nos levanta de nuestros asientos y nos hace por unos minutos mejores personas cuando le escuchamos su Ave María.

Lo más triste de todo es que la prohibición no solo es absurda, sino discriminatoria, ya que tenemos “traidores ideológicos del arte” buenos y “traidores” malos. Los actores que se han marchado de Cuba siguen apareciendo en documentales, seriales y películas con gran frecuencia por la televisión. Y si a alguien se le ocurre pensar que es que están dentro de una producción costosa, que son “parte de un todo”, más costoso es perdernos la gran parte de lo que Maggie y Luis han hecho en su vida artística, lo que hubieran aportado a la formación del buen gusto de los jóvenes cubanos y la satisfacción espiritual proporcionada, ya que “no solo de pan vive el hombre”.

Es verdad que el propio Luis Nodal tuvo que cerrar un teatro en Miami por la hostilidad de elementos extremistas, es verdad que la atmósfera que se respira allí llega a los límites insospechados de acusar de “comunistas y castristas” a los artistas que por diversas razones ponen un pie en la Florida y declaran que no desean quedarse a vivir allí, pero también es verdad que el primer acto de buena voluntad debe partir desde aquí, porque es la tierra que vio nacer a muchos artistas que emigraron hace ya muchos años, y a pesar de todas las trabas e incomprensiones por las que han tenido que pasar, muchas de ellas nacidas de interpretaciones personales de personeros nuestros en el exterior, nunca se han prestado para campañas políticas, nunca han atacado a su país, en fin, nunca han “aullado” como Carlucho y su Pandilla.

Estamos a punto de comenzar a razonar sobre prohibiciones absurdas, ojalá la de convertir en “traidores” a los que un día quisieron probar hasta dónde podían llegar con sus dotes artísticas, y como Maggie y Luis demostraron que podían jugar y ganar “en las grandes ligas de la música”, cese. Ojalá que ellos, y los que como ellos siempre han actuado y pensado con el corazón y no con el bolsillo, puedan regresar a actuar en su país, puedan ser vistos y escuchados. Eso sería más efectivo que Mil Reuniones sobre y con la Diáspora. Sería el triunfo de la razón y sería sobre todo, lo mejor que le pudiera pasar a los que nos hemos perdido tanto tiempo a tan buena música, a los que nos ha faltado en los oídos y en los sentimientos, las voces de Maggie y Luis.