lunes, 8 de septiembre de 2008

Radio Cubana: mitos y decadencia

Por Carlo Figueroa

Mi vecino se despierta todos los días con Radio Reloj y tres puertas adelante Mercedes prefiere tomarse el primer café del día escuchando Radio Rebelde, pero su esposo le cambia el dial sin previo aviso para escuchar Un paso más, de Radio Sancti Spíritus. Es un ritual que ya tiene muchos años y que todos seguimos traspasando de una generación a otra, aunque la vida no sea la misma de hace 85 años cuando se oficializaba en Cuba la radiodifusión. Dejarse acompañar a cualquier hora por los sonidos de la otrora cajita encantada es tan afín al hombre de hoy como cualquier otro atisbo de contemporaneidad.
Es cierto que la radio tiene que compartir el espacio con otros medios poderosos, pero lo hace de una forma tan orgánica que reafirma la teoría de que en este mundo hay espacio para todos. Unos y otros interactúan, se acomodan a las exigencias de las megafusiones, las nuevas autopistas de la información y los estilos de comunicación dominantes. Contrario a lo que piensan algunos el postmodernismo sigue extendiendo su césped y estamos sentados sobre su hierba fresca, con la radio sintonizada y el viento a favor.

VIEJOS MITOS

La globalización es irreversible, nos invadió con tanta suspicacia que no acabamos de reconocer que llegó con la primera mirada del hombre cuando quiso saber que había del otro lado del horizonte: los griegos, los romanos, Cristóbal Colón, la industrialización inglesa, el nazismo, el estalinismo, los tratados de libre comercio, la Coca Cola, Walt Disney, los jeans a la cadera y la música de The Beatles o el Buena Vista Social Club, son expresiones históricas y modernas de su origen.
Pero no fue hasta la llegada de la revolución electrónica que los hombres encontramos como comunicarnos sin importar las distancias ni el tiempo y hemos comenzado a edificar una sociedad global o planetaria que está en sus albores.
Los medios de comunicación se han aprovechado de esa ventaja y convertido la cultura de masas en su modo de expresión, autentificando la fatuidad. Y en medio de ese huracán está la radio como parte de una estructura de comunicación social que aleja aquellos asuntos que validan la creación humana y a ella misma como instrumento estético.
En Cuba, seguimos recitando el mito de que tenemos la mejor producción de América Latina. Hablamos de las improntas de épocas remotas que la mayoría de los oyentes no tiene en sus referentes auditivos.
El dominio y el poder de la radio cubana en los años 40 y 50 del siglo pasado son paradigmas, pero sus fórmulas de creación, sus alcances y repercusiones sociales han sido notablemente superadas por otros que aprendieron rápido y dinamizan sus programaciones a partir del conocimiento, de la participación activa en las mutaciones digitales, de la identificación de sus receptores.
Recordemos que la Radio Cubana sufrió la transformación más violenta que se recuerde en todo el continente: el anuncio publicitario y los patrocinios dejaron de ser la manera de subsistir, las emisoras pasaron a manos del Estado y asumieron el noble rol de amplificar los cambios que la Revolución de 1959 autentificaba. Sin embargo, se aisló del resto del continente y de los avances tecnológicos que en lo sucesivo se vivieron, el lenguaje se volvió uniforme y las programaciones eran copiadas en una y otra estación en lo que parecía más un síndrome en expansión que novedad creativa. La teoría del embudo, tantas veces criticada, fue un manual inconsciente de los realizadores.

UN CAMBIO EFÍMERO

No fue hasta mediados de los años 80 y ante la agresión que puso en práctica Estados Unidos contra Cuba, primero con la salida al aire de Radio Martí y luego de TV Martí, que la realidad impuso abrir los formatos de programas, acercarse a la gente desde su propio lenguaje y arremeter contra los defectos sociales más visibles en un acto de credibilidad necesario. Empero, la nueva dinámica fue un oasis que otra vez desaparece tras el cese de la Guerra Fría y la nueva división del mundo en Occidente y Oriente. El estoicismo cubano en los finales del siglo XX implicó que toda la prensa sufriera golpes irreparables. La radio tuvo que revivir las viejas fórmulas y con ello puso en el altar las palabras vanas y desteñidas, los formatos facilitadores y el desdén estético propio de la era artesanal. El cambio no llegó para quedarse, fue apenas un salto efímero.
Salvo en contados ejemplos, la rutina y el estatismo creativo se establecieron per se. El conocimiento de lo que sucede en el mundo, estar al día en las innovaciones y conceptos radiofónicos más actuales, dar espacio a la innovación y atraer a los estudios a la vanguardia artística, la interrelación natural y franca con los receptores, la praxis como ejercicio de la razón, fueron asuntos archivados en espera de mejores momentos.

DECADENCIA ENTRONIZADA

Con el nuevo siglo se entronizó la decadencia. La radio se nota plagada, rodeada e invadida por la impostación cultural de muchos de sus hacedores y el dejarse llevar por lo que aprendieron un día, sin darse cuenta que la defensa de las diferencias no puede ser de labios para afuera, necesita acciones urgentes para que la mayoría entienda y preserve su patrimonio. No basta con transmitir palabras bellas y bien articuladas, ni canciones y sones de la más rancia estirpe nacional si no estamos preparados para asumir el discurso de esta época.
Las próximas generaciones no perdonarán que sigamos utilizando los micrófonos como un instrumento, desconociendo que también es un arma infalible en esta era de sobrecarga informativa. “Más información no significa más calidad de vida. Saber optar, seleccionar información, es la gran clave para el futuro”, afirma la comunicadora social brasileña Regina Festa. De ahí lo importante que la ideología socialista, el humanismo y la diversidad cultural gobiernen sus espacios.
La jerarquización coherente de los sucesos que transmitimos requiere una mejor formación académica de los radialistas, que dejen de repetir lo que dicen los libros y los manuales de historia, que usen la Internet como fuente documental, de intercambio, de acceso global y no como una agencia especializada en el último par de zapatos de Cristina Aguilera y en el precio de las entradas para el concierto de Prince. Saber discernir es un atributo demasiado caro para desperdiciarlo en altisonancias e inocuidades estéticas. Hay que poner a un lado el lenguaje trasnacional y comprender lo cubano desde la contemporaneidad y la actualización, sin estar ajenos al mundo, aunque el resto del mundo esté ajeno a cómo vivimos y creamos. No se puede asumir la cultura desde conceptos elitistas, hablando de lo local como un chisme de salón o relatando la tradición desde versiones incompetentes, edulcoradas y erróneas.

VIVIR PARA LA GENTE

En Cuba la radio tiene una alta función pedagógica y cultural que se ve constantemente corroída por los vacíos intelectuales de artistas, periodistas y directivos, por la falta de un balance coherente en la información, el reseñismo barato, las entrevistas insulsas y la información promocional propia de los divulgadores. Es una obligación ponderar las nuevas propuestas estéticas, dar espacio a la vanguardia artística de todos los entornos, romper con las inercias, la mediocridad y la decadencia profesional.
Arte en sí misma, la radiodifusión es un vehículo insustituible para que la cultura llegue al mayor número de personas en el menor tiempo posible. De ahí que la espectacularidad que nos aportan los medios globales es un remedio eficaz para atraer y convencer a los oyentes, ayudando a la preservación de los valores identitarios del país y a revertir el daño que por el abuso en la repetición de formularios comerciales de la peor calaña se ha sedimentado por años en los receptores cubanos.
Ryszard Kapuscinski dijo con toda certeza: “(...) trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Con las palabras, con lo que escribimos sobre ellos, podemos destruirles la vida. (...) Y en general se trata de gente que carece de recursos para defenderse, que no puede hacer nada”.
La decadencia de hoy, es hija directa del estatismo y la rutina productiva, la falta de cultura general y del medio radial que tienen muchos de nuestros profesionales. He ahí el gran enemigo, el verdadero causante de que los mitos radiofónicos de hoy estén por construirse.




Publicado en: Vitrales, Suplemento Cultural del periódico Escambray. Año 20. No. 2
Abril – Julio del 2007. p. 6

El Hombre que nos falta

Por Carlo Figueroa

El Hombre que nos falta está en la esquina, puede llamarse Juan o Perico, tener 15 o 78 años, ser negro, blanco o mulato, heterosexual o gay, mickey, rafta o roquero, varón, hembra o metrosexual, estudiante, campesino o mecánico. Lo importante no es de donde procede, a qué se dedica o cuales son sus preferencias de cualquier tipo. El hombre y la mujer que nos falta en los medios de comunicación cubanos es el que anda a pie, el que no ha estado ni aspira a visitar Tropicana o el Gran Teatro de La Habana. Es simplemente un gran ausente, un olvidado que se entretiene ante la televisión y sigue creyendo que los locutores de la radio son gente bonita y buenas personas. Es el gran ausente, en el que casi nadie repara y al que supuestamente están dedicados todos los espacios posibles, incluyendo la internet.
Para algunos su presencia no es importante, digamos que es circunstancial o un elemento decorativo del montaje dramatúrgico de los noticiarios. Cuando aparece es para afirmar o negar, rara vez es juez o parte del discurso. Su criterio, cuando se tiene en cuenta, responde más a una jugarreta premeditada que al ejercicio pleno de la responsabilidad cívica y humanística de los medios.
Su ausencia ha creado en los últimos años un enroque desvirtuado de la realidad que transmitimos. “Todos quieren estar en el Noticiero”, dice Carlos Varela en su canción “El humo del tren”, y no se equivoca. Tanto en la radio como en la Televisión la Cuba profunda no existe y cuando por un ¿error? tiene un chance es muy poco lo que tiene o le dejan aportar. Se confunde la Cuba profunda con los logros, éxitos y conquistas productivas de unos cuantos, aquellos que lo hacen bien de acuerdo con los modelos preestablecidos.
De ahí que la gran mayoría no se vea ni se escuche representada y de paso, siga considerando que los responsables de todo lo bueno, lo santificado y lo malo del país sea únicamente aquello que recibe durante las interminables horas de emisión de los canales televisivos y las estaciones de radio.
Para suerte de la historia iconogránica cubana desde hace varios años un grupo de realizadores de cine y video viene pujando una importante obra testimonial que como el Noticiero ICAIC de Santiago Alvarez – y salvando todas las distancias – podría ser el referente que mañana se exhiba como una mínima muestra de cómo era el Hombre de la esquina. Esas producciones, que siguen siendo tildadas con toda justicia de independientes, corren también -como un buen chiste del destino-, la otredad, el silencio y no pasan de exhibirse de vez en cuando para “cumplir la norma” de tenerlas en cuenta. Sabemos que cuando pasan el umbral de los medios masivos de comunicación con alcance nacional es por la enorme presión de los emails, las gestiones de los mecenas del momento o el error de algún programador.
La cantidad de documentales, cortos de ficción y otros que se producen desde esa otra variante “independiente” es, a pesar de los muchos intentos, precaria, limitada por su origen. Y es que las buenas intenciones no alcanzan a resolver un problema mayor: la necesidad de abrir las pantallas y los micrófonos, de escuchar y escucharnos, de disentir, de estar o no de acuerdo con el entorno que vivimos.
Es cierto que muchas de las decisiones de ese silencio casi permanente del otro en los medios pasa por el tamiz del edulcorado criterio de nuestros funcionarios, pero también por el acomodamiento y la incapacidad heredada por los realizadores para enfrentar y asumir un discurso aglutinador, diverso, multipolar y competitivo. Pasa por la estrechez de los modelos de programación y la vista corta de los comunicadores que siguen creyendo que radio, televisión, cine e Internet son lugares para entretener desde los espectáculos banales, que se educa al prójimo con didactismos aburridos, se deben decir las verdades con enmascaramientos humorísticos y tantas otras barbaridades.
De otro lado, la malformación académica de los realizadores y su desconocimiento del público para el que trabajan ponen a temblar cualquier intento de cambio en los modelos de gestión cultural de los medios de comunicación en el país.
Recientemente, durante la última edición de los Premios Caracol, el periodista y realizador radial Lázaro Sarmiento recordaba que “más de un millón de cubanos se graduaron en cursos de computación y electrónica en los últimos veinte años en los Joven Club de Computación Dos millones 482 mil 861 estudiantes utilizaban computadoras. Y en casi todas las escuelas hay máquinas. Hay que sumar las instaladas en los hogares y en numerosas instituciones como el Ministerio de Salud Pública, muchas conectadas a la Red. El fenómeno incluye a los equipos reproductores de audio e imagen, los videojuegos y el intercambio de soportes.” Sarmiento nos recuerda, además, que …”El creciente número de cubanos que manejan una considerable cantidad de información los convierten en oyentes más exigentes.” También es cierto que “El acceso a equipos de audio y video y formatos multimedia permite una independencia de la radio y la televisión imposible de imaginar hace diez o quince años. Estas ventajas para un significativo número de personas representan un desafío para creadores y ejecutivos (…) y establecen las reglas para una competencia saludable.”
Más recientemente, otro colega, el santiaguero Reynaldo Cedeño en un enjundioso segundo análisis del programa “Mediodía en TV” publicado en la Internet también se sumaba a la preocupación afirmando: “Los medios de la televisión nacional no pueden actuar como eternos “colonizadores”, secuestrar la imagen del país y suplantarla con referentes solamente capitalinos. En esa materia no vale la política del centro y la periferia. Por eso, no es cuestión de agradecer a ningún programa que se abra a todo el país como un “mérito” ni un “favor”; sino que se precisa un cambio de filosofía: concertar esfuerzos para que desde las provincias, se conforme un canal de transmisión cotidiano, pensado y verdaderamente nacional. Pero, mientras la reticencia se deshiela, mientras las sinrazones caen, creo sinceramente que a estas alturas, la función de ventana a la cultura nacional, merecerían cumplirla otros espacios de la TV de alcance nacional, con otros equipos y conductores de mayor solidez, para bien de la cultura cubana.”
En el Séptimo Congreso de la UNEAC, todavía muchos recordamos la intervención muy publicitada por su importancia del Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, quien llamaba en sus reflexiones al respeto por el otro, por el campesino que trabaja y al que no tenemos derecho a cuestionarle sus ganancias sin saber “lo que ha costado a su propietario sacar el fruto de la tierra.” Todavía se comentan sus palabras cuando dijo: “Es necesario que cuando vean pasar a uno cualquiera de nosotros, que sea singular, lo respeten y lo estimen; que no digan nunca, como afirmábamos al principio de la Revolución: «Ahí va un negrito»; que no digan nunca más: «Ahí va un homosexual», (…) ya que tanto hemos luchado por la libertad, que se respete nuestra singularidad.”
Pero todos estos asuntos y muchos otros, insisto, tienen una causa sobre la que invito hoy a reflexionar: El Hombre que nos falta está en la esquina y su voz en la sobremesa de todos los días, pero casi nunca en los medios de comunicación. Cuando se empiece a tomar en cuenta lo que piensa y lo que cree de nuestra realidad, de sus mejores y peores aciertos, empezaremos a ganar un terreno imprescindible para cualquiera que se decida a tener los medios como trinchera: que todos estén ahí, no importa de donde vengan ni hacia donde van.