Manuel Echevarría Gómez
Un grupo de entusiastas espirituanos, profesionales de diferentes sectores, debutaron el mes de octubre del pasado año como gestores del Proyecto de Reanimación Cultural Día de la Guayabera.
Ha transcurrido un año desde aquel acontecimiento y La Guayabera -bajo cuyo rótulo los lugareños identifican lo que viene sucediendo los terceros viernes y sábados de cada mes- ha demostrado contra todos los pronósticos que su equipo de realización conserva el ánimo y la postura pese a los obstáculos que imponen las carencias materiales impuestos por el bloqueo de EE.UU. a Cuba.
A estas alturas, cuando la criatura está por completar su primer año de vida, los programas concebidos para cada entrega permitieron a los espirituanos disfrutar de puestas en escena de lujo llegadas de la capital, amén de grupos musicales y cantantes de indiscutible relieve en la cultura nacional.
En todo ese tiempo, el proyecto logró involucrar a las instituciones culturales de la ciudad, sobre todo al Consejo Provincial de las Artes Escénicas con sus grupos, que ofrecieron funciones por primera vez en diferentes barriadas; propició además un espacio de reflexión sobre la vida cultural en Sancti Spíritus; también por vez primera hubo venta de artesanía y presentación de tríos en el bulevar, además de muestras patrimoniales o de artistas de la plástica y recitales de poesía.
Surgieron ideas felices como el Caro Bar, con su anfitriona Lourdes Caro; la peña de la Historiadora de la Ciudad y los encuentros en el barrio de Jesús María (Cabildo de Santa Bárbara); los conciertos de la banda de música y los roqueros en el parque central; un simposio sobre diversidad sexual y homofobia, acercamientos a las entidades que previenen las ITS/VIH SIDA; conferencias con personalidades invitadas, un ciber café y otras opciones.
A todo este aval de programación se unen las donaciones de guayaberas que pertenecieron a personalidades de la nación, entre ellas al General de Ejército Raúl Castro, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, que pasarán a formar parte del patrimonio de la ciudad.
Algo que deben conocer los destinatarios del proyecto y los propios especialistas que se cuestionan su vigencia fui a buscarlo en la opinión autorizada de Ana Leese Brizuela, su asesora y consultora de la UNESCO en Cuba, quien aclara que hasta la fecha sólo se han realizado acciones culturales para reanimar, proporcionar espacios y vínculos con el universo poblacional de los Consejos Populares de Jesús María y Colón; pero que la segunda fase conlleva la búsqueda de integración de todas estas personas en la solución de problemas de la comunidad para darle un valor social e incluso generar fuentes de empleo y desarrollo de capacidades.
Para dar cabida a ese empeño quedó listo con lujo de detalles un prospecto que estipula la creación de la Casa de la Guayabera, proyecto definitivo llamado a convertirse en institución cultural, mientras que el Día de la Guayabera pasaría a ser uno de sus subproyectos.
El Proyecto arriba a su primer año de vida y lo celebra del 23 al 26 próximos con una abultada agenda que incluye un coloquio en el Museo de Arte Colonial, donde se debatirá la vigencia de las tradiciones en la cultura local, amén de una mesa redonda que colocará al propio proyecto sobre las coordenadas del diálogo.
Una muestra de Artes Plásticas debida a los artistas Aliosha Díaz y Rafael González abrirá las puertas de la celebración en la galería El Paso; también será presentado el libro Yo tengo la historia, del escritor y periodista Ciro Bianchi Ross, promotor de La Guayabera en la capital del país, y se producirá un nuevo encuentro de los cronistas Gaspar Marrero y Delvis Sarduy en el patio del Sectorial de Cultura en su peña titulada Noche de la nota oculta.
En la mañana del sábado 23, La guayabera se traslada al barrio con las brigadas artísticas que conforman el Contingente Cultural Juan Marinello y presentaciones en los Repartos Kilo-12, 26 de julio, Escribano, Olivos III y Jesús María.
Otras muchas acciones que colman habitualmente el tercer fin de semana de cada mes, como el Caro Bar y las tertulias literarias, serán reactivadas; en la noche del 24 está previsto el concierto del pianista espirituano Miguel Bonachea y sus invitados en la galería de arte para cerrar con broche de oro el primer cumpleaños del proyecto que tan gratas impresiones ha despertado entre los espirituanos.
Conversar y discentir, mostrar las diferencias. La comunicación, la sociedad y la cultura.
jueves, 30 de octubre de 2008
Embajadores de buena voluntad
Manuel Echevarría Gómez
El proyecto de reanimación cultural Día de La Guayabera, que ya cursa por su oncena edición mensual, ha tenido en el periodista y escritor Ciro Bianchi y su esposa, Mayra Gómez, un derrotero de repercusiones inimaginables en la capital del país habida cuenta de la labor que ellos mantienen lozana desde los inicios mismos de la propuesta. En su más reciente visita a Sancti Spíritus les entregué un manojo de preguntas y las respuestas vía correo electrónico han sido tan elocuentes que la entrevista no necesita más circunloquios.
Periodista: ¿Qué corrientes de empatía afectiva o sentimental vinculan a Ciro y Mayra con el proyecto Día de La Guayabera?
Ciro: Mayra es espirituana, de Cabaiguán, y yo siempre he sentido gran atracción y cariño por Sancti Spíritus. En mis tiempos de reportero, cuando recorría la isla de punta a cabo, me gustaba mucho trabajar en ese territorio por la excelente atención que recibía. Por otra parte, conocimos del proyecto desde que comenzó a gestarse, por lo que de alguna manera somos también, modestamente, pioneros de ese propósito.
P: ¿Cómo surgió la idea de reunir guayaberas pertenecientes a personalidades de la cultura y la política?
Mayra: Cuando en octubre del año pasado se celebró la primera jornada del proyecto, el Museo Provincial recibió, donada por sus familiares, una guayabera del doctor Raúl Martínez Torres, figura querida y recordada en la ciudad como médico y por su trabajo en el sector de la Cultura posterior a 1959. Fue entonces que comenté con Ciro la idea de que la proyectada Casa de la Guayabera contara con un salón donde se exhibieran prendas de cubanos ilustres, idea muy bien acogida por los promotores principales del proyecto, y ya de vuelta a La Habana comenzamos a trabajar.
P: ¿Cómo han podido conciliar las donaciones de tantas figuras descollantes de la sociedad cubana actual?
C: Pidiéndoselas. Mayra es experta en eso. Es importante decir que la mayor parte ya conocía el proyecto y eso dice mucho de la significación que ha ido tomando.
P: ¿Qué importancia le confieren a estas prendas que ustedes han gestionado y van entregando al patrimonio del pueblo espirituano?
M: Pienso que Ciro y yo estamos contribuyendo a que Sancti Spíritus tenga un patrimonio único, no repetido en otra parte del país, ni siquiera en la capital. Intuyo que hay gente aquí que se lamenta de haber dejado escapar un proyecto como ese.
P: Una anécdota proverbial a la hora de conseguir una guayabera.
C: Cabría aludir aquí a las guayaberas de Raúl y Vilma. El Presidente Raúl Castro dijo que no quería donar una guayabera cualquiera, sino una que tuviese un valor añadido, bien por las circunstancias en que la usó o por la significación que tuviera para él y terminó donando dos guayaberas que Vilma le diseñó y regaló por un día de su cumpleaños.
P: ¿Sienten que su desinteresado aporte al proyecto les prodiga el reconocimiento que merecen?
M: Ciro se siente muy orgulloso del Escudo que le otorgó la ciudad; lo tiene en un lugar bien visible de la casa y lo muestra a todos los que nos visitan. Yo puedo decir lo mismo de la distinción de Hija Ilustre que me concedió la Asamblea Municipal. Pero déjeme decirle algo: no trabajamos porque se nos reconozca, nuestra recompensa es el solo hecho de poder hacerlo.
P: ¿Cómo valoran la responsabilidad que les compete como embajadores en la capital del país de un proyecto provinciano en lo concerniente a gestión, trasiego y entrega de las guayaberas?
C: Un proyecto de provincia no es forzosamente un proyecto provinciano. Este no lo es. El Día de La Guayabera en su intención y propósito es un empeño eminentemente nacional que se realiza en Sancti Spíritus, y que, por lo que la guayabera tiene de cubana, podría vincular a compatriotas que residen en el exterior. Es un proyecto que ya llama la atención en La Habana y empieza a repercutir fuera de Cuba. Por otra parte, a raíz de su primera jornada se celebró en La Habana un coloquio sobre la prenda y ya hay hasta gente que, incapaces de negar que la guayabera naciera en Sancti Spíritus, trataron al menos de adjudicarse las innovaciones que sufrió a lo largo del tiempo. Hasta un desconocido Rey de la Guayabera ha aparecido de improviso en La Habana, como si no se supiera que el espirituano Ramón Puig es el genuino monarca, y a él se deben las más vistosas guayaberas y sus mayores innovaciones.
P: ¿Ciro y Mayra usan guayaberas?
M: Yo usé un juego de pantalón y camisa que mi madre confeccionó inspirado en la guayabera. Ciro la usa en las ocasiones que lo merecen; como la prenda elegante que es. Por cierto, el uso de la guayabera es cada vez mayor dentro del sector diplomático acreditado en Cuba y las autoridades cubanas.
P: ¿Qué les parece el proyecto? ¿Dónde se pudieran localizar sus lunares?
C: Carlos Figueroa y Elena Farfán, al frente de un equipo de entusiastas, acometen cada mes una tarea titánica. Pese a dificultades y contratiempos, ellos han sabido llevar a la realidad un proyecto ambicioso, que no puede perderse. Falta más apoyo, más repercusión, más resonancia. Urge crear, sin dilación, la Casa de la Guayabera como centro de investigaciones socioculturales. Dicho centro podría ubicarse en la casa natal del Mayor General José Miguel Gómez, combatiente de las tres guerras de Independencia y Presidente de la nación, un hombre con un claro y fuerte ideal antiimperialista que fue quien introdujo en La Habana la guayabera espirituana y enseñó a usarla. Convendría tal vez la creación de un Día nacional de la guayabera.
Las guayaberas entregadas hasta la fecha al patrimonio local pertenecieron a: Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; Vilma Espín, heroína de la Sierra; los vicepresidentes del Consejo de Estado Juan Almeida Bosque y José Ramón Fernández; las heroínas del Moncada Melba Hernández y Haydée Santamaría (un rebozo); el poeta Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas; Harold Gramatges, músico eminente; Miguel Barnet, escritor y presidente de la UNEAC; Pastorita Núñez, legendaria directora del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda al triunfo de la Revolución, y Evelio Rodríguez Plaza, compositor espirituano de un tema dedicado a la guayabera.
El proyecto de reanimación cultural Día de La Guayabera, que ya cursa por su oncena edición mensual, ha tenido en el periodista y escritor Ciro Bianchi y su esposa, Mayra Gómez, un derrotero de repercusiones inimaginables en la capital del país habida cuenta de la labor que ellos mantienen lozana desde los inicios mismos de la propuesta. En su más reciente visita a Sancti Spíritus les entregué un manojo de preguntas y las respuestas vía correo electrónico han sido tan elocuentes que la entrevista no necesita más circunloquios.
Periodista: ¿Qué corrientes de empatía afectiva o sentimental vinculan a Ciro y Mayra con el proyecto Día de La Guayabera?
Ciro: Mayra es espirituana, de Cabaiguán, y yo siempre he sentido gran atracción y cariño por Sancti Spíritus. En mis tiempos de reportero, cuando recorría la isla de punta a cabo, me gustaba mucho trabajar en ese territorio por la excelente atención que recibía. Por otra parte, conocimos del proyecto desde que comenzó a gestarse, por lo que de alguna manera somos también, modestamente, pioneros de ese propósito.
P: ¿Cómo surgió la idea de reunir guayaberas pertenecientes a personalidades de la cultura y la política?
Mayra: Cuando en octubre del año pasado se celebró la primera jornada del proyecto, el Museo Provincial recibió, donada por sus familiares, una guayabera del doctor Raúl Martínez Torres, figura querida y recordada en la ciudad como médico y por su trabajo en el sector de la Cultura posterior a 1959. Fue entonces que comenté con Ciro la idea de que la proyectada Casa de la Guayabera contara con un salón donde se exhibieran prendas de cubanos ilustres, idea muy bien acogida por los promotores principales del proyecto, y ya de vuelta a La Habana comenzamos a trabajar.
P: ¿Cómo han podido conciliar las donaciones de tantas figuras descollantes de la sociedad cubana actual?
C: Pidiéndoselas. Mayra es experta en eso. Es importante decir que la mayor parte ya conocía el proyecto y eso dice mucho de la significación que ha ido tomando.
P: ¿Qué importancia le confieren a estas prendas que ustedes han gestionado y van entregando al patrimonio del pueblo espirituano?
M: Pienso que Ciro y yo estamos contribuyendo a que Sancti Spíritus tenga un patrimonio único, no repetido en otra parte del país, ni siquiera en la capital. Intuyo que hay gente aquí que se lamenta de haber dejado escapar un proyecto como ese.
P: Una anécdota proverbial a la hora de conseguir una guayabera.
C: Cabría aludir aquí a las guayaberas de Raúl y Vilma. El Presidente Raúl Castro dijo que no quería donar una guayabera cualquiera, sino una que tuviese un valor añadido, bien por las circunstancias en que la usó o por la significación que tuviera para él y terminó donando dos guayaberas que Vilma le diseñó y regaló por un día de su cumpleaños.
P: ¿Sienten que su desinteresado aporte al proyecto les prodiga el reconocimiento que merecen?
M: Ciro se siente muy orgulloso del Escudo que le otorgó la ciudad; lo tiene en un lugar bien visible de la casa y lo muestra a todos los que nos visitan. Yo puedo decir lo mismo de la distinción de Hija Ilustre que me concedió la Asamblea Municipal. Pero déjeme decirle algo: no trabajamos porque se nos reconozca, nuestra recompensa es el solo hecho de poder hacerlo.
P: ¿Cómo valoran la responsabilidad que les compete como embajadores en la capital del país de un proyecto provinciano en lo concerniente a gestión, trasiego y entrega de las guayaberas?
C: Un proyecto de provincia no es forzosamente un proyecto provinciano. Este no lo es. El Día de La Guayabera en su intención y propósito es un empeño eminentemente nacional que se realiza en Sancti Spíritus, y que, por lo que la guayabera tiene de cubana, podría vincular a compatriotas que residen en el exterior. Es un proyecto que ya llama la atención en La Habana y empieza a repercutir fuera de Cuba. Por otra parte, a raíz de su primera jornada se celebró en La Habana un coloquio sobre la prenda y ya hay hasta gente que, incapaces de negar que la guayabera naciera en Sancti Spíritus, trataron al menos de adjudicarse las innovaciones que sufrió a lo largo del tiempo. Hasta un desconocido Rey de la Guayabera ha aparecido de improviso en La Habana, como si no se supiera que el espirituano Ramón Puig es el genuino monarca, y a él se deben las más vistosas guayaberas y sus mayores innovaciones.
P: ¿Ciro y Mayra usan guayaberas?
M: Yo usé un juego de pantalón y camisa que mi madre confeccionó inspirado en la guayabera. Ciro la usa en las ocasiones que lo merecen; como la prenda elegante que es. Por cierto, el uso de la guayabera es cada vez mayor dentro del sector diplomático acreditado en Cuba y las autoridades cubanas.
P: ¿Qué les parece el proyecto? ¿Dónde se pudieran localizar sus lunares?
C: Carlos Figueroa y Elena Farfán, al frente de un equipo de entusiastas, acometen cada mes una tarea titánica. Pese a dificultades y contratiempos, ellos han sabido llevar a la realidad un proyecto ambicioso, que no puede perderse. Falta más apoyo, más repercusión, más resonancia. Urge crear, sin dilación, la Casa de la Guayabera como centro de investigaciones socioculturales. Dicho centro podría ubicarse en la casa natal del Mayor General José Miguel Gómez, combatiente de las tres guerras de Independencia y Presidente de la nación, un hombre con un claro y fuerte ideal antiimperialista que fue quien introdujo en La Habana la guayabera espirituana y enseñó a usarla. Convendría tal vez la creación de un Día nacional de la guayabera.
Las guayaberas entregadas hasta la fecha al patrimonio local pertenecieron a: Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; Vilma Espín, heroína de la Sierra; los vicepresidentes del Consejo de Estado Juan Almeida Bosque y José Ramón Fernández; las heroínas del Moncada Melba Hernández y Haydée Santamaría (un rebozo); el poeta Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas; Harold Gramatges, músico eminente; Miguel Barnet, escritor y presidente de la UNEAC; Pastorita Núñez, legendaria directora del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda al triunfo de la Revolución, y Evelio Rodríguez Plaza, compositor espirituano de un tema dedicado a la guayabera.
SALVADOR ALLENDE USABA GUAYABERA
Adelanto de “Allende en persona”, el libro póstumo de Miguel Labarca
Por Miguel Labarca Labarca
Nueve meses después de que el libro “Salvador Allende, Biografía Sentimental” , de Eduardo Labarca, sorprendiera a seguidores y detractores del ex Presidente –no sin que más de alguno de los primeros se escandalizara-, el escritor y sus hermanos anuncian el rescate de la obra perdida de su padre, Miguel. Quien fuera estrecho colaborador del Jefe de Estado dejó tras su muerte la maqueta de una “rica descripción de la personalidad de Salvador Allende, su forma de ver la vida y la experiencia del trabajo con él”. La familia Labarca ha autorizado a CIPER para publicar como adelanto uno de los capítulos del libro, que cuenta dos desconocidas anécdotas del ex Mandatario.
“Hace algunos meses, al ordenar algunos efectos que habían pertenecido a nuestra madre, apareció una caja negra de cartón que no habíamos abierto. Estaba repleta de hojas de papel cebolla ajadas y amarillentas. Era el libro. En realidad se trataba de copias bastante borrosas sacadas con papel carbón. Entre los renglones, en los márgenes y al dorso, abundaban las correcciones y agregados hechos por el autor con lápiz de grafito. Ordenar ese cuerpo fue tarea compleja”.
Así relatan los hermanos Eduardo, Miguel y Margarita Labarca Goddard cómo descubrieron una joya que habían estado buscando desde la muerte de su padre, Miguel Labarca, ocurrida en 1989. La historia de cómo los tres hijos del ex colaborador de Allende y de Lillian Goddard Álamos es interesante por sí sola. Por ello reproducimos acá dicho relato –que además incluye una reseña del autor-, que es a la vez la introducción del libro.
“Allende en persona” será publicado próximamente por la editorial Fondo de Cultura Económica, y en esta ocasión CIPER ofrece como adelanto el capítulo 29, titulado, “Dos guayaberas y una capa castellana”, que relata dos desconocidas anécdotas –ambas en el marco de la actividad política de esos años- protagonizadas por el ex Mandatario.
Dos guayaberas y una capa castellana
A alguna distancia, Allende daba físicamente la impresión de ser más pequeño que su real estatura, que superaba a la mediana. Hombros anchos y vigorosos, cuello fuerte y brazos recios y una caja torácica dilatada, imponían a su estampa el aire de un deportista eficiente, siempre en forma y sin exceso de kilogramos. Su actitud alerta y vivaz, no obstante una silueta un tanto cuadrada, aparecía subrayada por su modo de andar, en que la mano derecha hundida, por lo general en el bolsillo del pantalón, imprimía a sus desplazamientos, por la ligera inclinación del hombro, un leve balanceo casi provocativo que llamaría a meditar a cualquiera antes de osar hacerle objeto de una actitud agresiva.
La nota dura de su apariencia se esfumaba al observarle de cerca. Su rostro de piel clara, cuyos matices de cambiante colorido no disimulaban sus impresiones, se veía humanizado por la abundante cabellera ensortijada y obscura, con algunos visos rojizos al trasluz, insertada en una amplia frente de líneas correctas. Una mandíbula cuadrada, rubricada por una barbilla notoriamente breve y aguda, ocupaba el centro del trazo general de ese rostro. Sus anteojos de cristal grueso encajaban en una nariz aguileña atenuada, sobre una boca de línea cordial y predispuesta a la sonrisa, en la que un bigote breve y cano acentuaba su benevolencia.
Según alguien, que lo juzgaba devotamente desde una íntima adhesión femenina, Allende resultaba casi conmovedor desprovisto de sus anteojos. La cortedad de vista tan seria imprimía a su mirada el erratismo doloroso de quien tiene que vencer el desamparo para desenvolverse con normalidad. Deportista múltiple y conductor de automóviles con el placer de la velocidad, desarrolló una asombrosa precisión de reflejos, seguramente por una imposición del subconsciente, que compensaba la inferioridad visual de la que era víctima y que muy pocos observadores descubrían.
Antes de ser Presidente, por lo general prefería conducir personalmente su automóvil en las rutas, dirigiéndose con urgencia de un punto a otro del territorio a altas velocidades. Cuando tenía verdadera confianza con quien se sentaba a su lado, le advertía: “No te descuides. Fíjate bien en al camino: tú, pones los ojos; yo, las muñecas…”, con lo cual aludía a la habilidad que se le atribuía en política, de ser “la mejor muñeca del maquineo parlamentario”. El sistema de colaboración automovilística arrojó siempre excelentes resultados. Después de años y años de recorrer incesantemente miles de kilómetros en todo tipo de circunstancias, jamás tuvo un accidente mientras hacía de chofer.Al iniciarse el viaje, sus pasajeros se inquietaban cuando escuchaban las recomendaciones que daba al improvisado oficial de ruta. Pero una vez que apreciaban su manera de desenvolverse tras el manubrio, se creaba una atmósfera de tranquilidad. Además, solía rubricar su actitud afirmando: “¿Ven ustedes…? Para mala suerte de mis adversarios, soy inmortal…”
En el orden físico, como en todos los demás aspectos, personificaba el esfuerzo y la constancia. La madurez de la edad ennobleció sus rasgos y modales, dotando sus gestos de serenidad y atenuando las reacciones agresivas o desafiantes. Vestía cuidadosamente, pero deslizando un sello juvenil y aun de alegría de colores. No podía menos que reconocerse que, en las circunstancias y actos que lo requerían, hacía gala de una corrección hasta solemne en su presentación y comportamiento. En una ceremonia, se presentaba con la genuina dignidad cívica de la autoridad republicana.
Después de visitar reiteradamente Cuba, cobró devoción por la guayabera, ya que por naturaleza era sensible al calor. La adoptó sin reticencias para el verano. Su convencimiento de que se trataba de algo esencialmente lógico si la temperatura era ardiente, le hizo presidir algunas sesiones del Senado, cuando el aire acondicionado aún no se instalaba, en guayabera tropical. Salvo el secretario de la corporación, funcionario permanente que identificaba la respetabilidad parlamentaria con la gravedad vacua, nadie se indignó.
En general, en la vida diaria, usaba chaquetas de tipo deportivo, así como abrigos de cuero o chaquetones de paño grueso o jerseys amplios y cómodos. En muchos casos, una camisa de color, sin corbata, acentuaba su despreocupación aparente. Al principio, se consideró su falta de formalismo en la vestimenta como una afectación. Con el correr de los años, esta circunstancia pasó a ser connatural a su imagen, tanto más cuanto sabía distinguir con claridad las diferenciaciones impuestas por los convencionalismos razonables.
Después de visitar reiteradamente Cuba, cobró devoción por la guayabera, ya que por naturaleza era sensible al calor. La adoptó sin reticencias para el verano. Su convencimiento de que se trataba de algo esencialmente lógico si la temperatura era ardiente, le hizo presidir algunas sesiones del Senado, cuando el aire acondicionado aún no se instalaba, en guayabera tropical. Salvo el secretario de la corporación, funcionario permanente que identificaba la respetabilidad parlamentaria con la gravedad vacua, nadie se indignó.
La guayabera se difundió y el dueño de una gran tienda de artículos para hombre que mantenía excelentes relaciones con Allende, le pidió prestada una de las suyas para copiarla y producirla comercialmente. Al devolvérsela, el amigo le hizo llegar dos ejemplares de los producidos en sus talleres. El comerciante anunció que pondría la marca “Chicho” a sus guayaberas. Allende –que difícilmente perdía el buen humor– tomó el teléfono y manifestó al fabricante: “Temo que te vaya a ir mal con la venta de las guayaberas. Tu tienda es de lujo y sólo para ricos. La epidermis de tus clientes se va a erizar cuando se den cuenta del significado de la marca… Si quieres ganar dinero, fabrica un tipo popular y véndelas barato en las poblaciones. No te cobraré participación alguna”.
No se supo más de las guayaberas de la gran tienda, que al parecer no se llegaron a fabricar. Allende me regaló las dos muestras. Al poco tiempo llegó una factura con un precio sumamente alto por las guayaberas. El pago se hizo de inmediato.
Si el episodio de la guayabera amarga un poco la boca, otro, el de la capa española, demostró que los hombres abiertos de alma pueden desempeñar un papel positivo en las relaciones entre los Estados.
Una noche, cerca de las doce, concurrí a Tomás Moro a hablar con el Presidente acerca de un serio problema causado por la Corfo que me parecía urgente resolver. España había abierto sus fronteras desde antiguo al nitrato de Chile, nuestro abono natural, cuya empresa productora yo dirigía. El Presidente estaba ya enterado a grandes rasgos de ciertos tropiezos que habían surgido en las transacciones y ni siquiera interrumpió su partida de ajedrez. Me dijo: “Te encuentro toda la razón. España es un gran cliente para nosotros en materia de salitre. Nos otorga facilidades excepcionales, a pesar de contar con una buena industria para producir salitre sintético. Tenemos que cumplir el compromiso contraído y que yo he patrocinado. Hay que realizar la operación de la que me hablas, la cual, además de ser adecuada para Chile, implica reciprocidad hacia un país que nos trata bien, no obstante su posición política tan distinta. Por lo que me explicas, veo que en los obstáculos que han puesto a última hora algunos servicios chilenos hay un prejuicio político explicable, pero que yo no acepto”.“Resulta –respondí– que ya se ha comunicado la negativa a la Embajada de España y creo que se originará un problema personal para el embajador, quien se ha esmerado en buscar una solución conveniente, y una tirantez de fondo con el gobierno español”. “No te preocupes… yo arreglaré en el acto las cosas. El embajador, como buen español, debe acostarse tarde y me parece un hombre llano y muy cordial. Voy a telefonearle de inmediato”, dijo Allende.
Ante el insólito requerimiento, el telefonista de guardia de la casa presidencial le debe haber dicho algo sobre la hora, porque el Presidente insistió: “Échele, échele para adelante, no más…” La respuesta fue muy rápida. El señor embajador aún no se había retirado a sus habitaciones. El diálogo telefónico resultó cordial, pero breve. Se resolvió celebrar una entrevista de inmediato, aceptándose la proposición del Presidente de que yo fuera a buscar al diplomático a su residencia. Así se hizo. Durante el breve trayecto, nos abstuvimos de cambiar impresiones. Al llegar a la residencia de Tomás Moro nos aguardaba el Presidente en los jardines, arrebujado en su capa azul de médico chileno.
El desarrollo de la entrevista no tuvo complicaciones. Allende repitió más o menos lo mismo que antes me manifestara. El diplomático reaccionó con firmeza y claridad, lo que puso en evidencia que, por desgracia, no me había equivocado al apreciar las proyecciones adversas del cambio de frente chileno. La negativa de la Corfo, que acababa de comunicársele, significaba desentenderse de un convenio que se había logrado tras vencer obstáculos administrativos en Madrid y hacer frente a intereses españoles atendibles. Pero, en fin, todo se dio por superado, comprometiéndose el Presidente a impartir las órdenes de rigor en la mañana, y yo experimenté el tremendo alivio de saber que las 80 mil toneladas de salitre que España recibía, tendrían acceso al mercado.
La conversación se prolongó en un terreno de extrema simpatía y derivó hacia el tema de la capa que lucía Allende. El embajador aseveró que, sin ánimo de herir al Presidente, debía decirle que su capa no era digna de alguien de su categoría. En seguida, al apreciar el entusiasmo auténtico de Allende por el tema, el diplomático, buen psicólogo, explicó las características, preciosismos y secretos para iniciados que han de reunir las capas castellanas de prosapia.
El Presidente arguyó, algo desolado, que en la época de juventud de nuestra generación sólo vestían capa los poetas, entre ellos Neruda, que lo hacía en la bohemia santiaguina con especial autoridad. Allende explicó que posteriormente, en sus viajes por España, no había osado comprarse una por temor a parecer figurante de cine. El embajador replicó: “Presidente, permítame darme una satisfacción muy sincera. Tengo yo dos capas auténticas. Esta misma noche, cuando me mande a dejar, le haré llegar una”. En el clima de cordialidad que se había creado, habría sido impertinente rechazar. Una importante negociación había alcanzado una solución caballeresca que superaba los convencionalismos de la razón de Estado.
Por Miguel Labarca Labarca
Nueve meses después de que el libro “Salvador Allende, Biografía Sentimental” , de Eduardo Labarca, sorprendiera a seguidores y detractores del ex Presidente –no sin que más de alguno de los primeros se escandalizara-, el escritor y sus hermanos anuncian el rescate de la obra perdida de su padre, Miguel. Quien fuera estrecho colaborador del Jefe de Estado dejó tras su muerte la maqueta de una “rica descripción de la personalidad de Salvador Allende, su forma de ver la vida y la experiencia del trabajo con él”. La familia Labarca ha autorizado a CIPER para publicar como adelanto uno de los capítulos del libro, que cuenta dos desconocidas anécdotas del ex Mandatario.
“Hace algunos meses, al ordenar algunos efectos que habían pertenecido a nuestra madre, apareció una caja negra de cartón que no habíamos abierto. Estaba repleta de hojas de papel cebolla ajadas y amarillentas. Era el libro. En realidad se trataba de copias bastante borrosas sacadas con papel carbón. Entre los renglones, en los márgenes y al dorso, abundaban las correcciones y agregados hechos por el autor con lápiz de grafito. Ordenar ese cuerpo fue tarea compleja”.
Así relatan los hermanos Eduardo, Miguel y Margarita Labarca Goddard cómo descubrieron una joya que habían estado buscando desde la muerte de su padre, Miguel Labarca, ocurrida en 1989. La historia de cómo los tres hijos del ex colaborador de Allende y de Lillian Goddard Álamos es interesante por sí sola. Por ello reproducimos acá dicho relato –que además incluye una reseña del autor-, que es a la vez la introducción del libro.
“Allende en persona” será publicado próximamente por la editorial Fondo de Cultura Económica, y en esta ocasión CIPER ofrece como adelanto el capítulo 29, titulado, “Dos guayaberas y una capa castellana”, que relata dos desconocidas anécdotas –ambas en el marco de la actividad política de esos años- protagonizadas por el ex Mandatario.
Dos guayaberas y una capa castellana
A alguna distancia, Allende daba físicamente la impresión de ser más pequeño que su real estatura, que superaba a la mediana. Hombros anchos y vigorosos, cuello fuerte y brazos recios y una caja torácica dilatada, imponían a su estampa el aire de un deportista eficiente, siempre en forma y sin exceso de kilogramos. Su actitud alerta y vivaz, no obstante una silueta un tanto cuadrada, aparecía subrayada por su modo de andar, en que la mano derecha hundida, por lo general en el bolsillo del pantalón, imprimía a sus desplazamientos, por la ligera inclinación del hombro, un leve balanceo casi provocativo que llamaría a meditar a cualquiera antes de osar hacerle objeto de una actitud agresiva.
La nota dura de su apariencia se esfumaba al observarle de cerca. Su rostro de piel clara, cuyos matices de cambiante colorido no disimulaban sus impresiones, se veía humanizado por la abundante cabellera ensortijada y obscura, con algunos visos rojizos al trasluz, insertada en una amplia frente de líneas correctas. Una mandíbula cuadrada, rubricada por una barbilla notoriamente breve y aguda, ocupaba el centro del trazo general de ese rostro. Sus anteojos de cristal grueso encajaban en una nariz aguileña atenuada, sobre una boca de línea cordial y predispuesta a la sonrisa, en la que un bigote breve y cano acentuaba su benevolencia.
Según alguien, que lo juzgaba devotamente desde una íntima adhesión femenina, Allende resultaba casi conmovedor desprovisto de sus anteojos. La cortedad de vista tan seria imprimía a su mirada el erratismo doloroso de quien tiene que vencer el desamparo para desenvolverse con normalidad. Deportista múltiple y conductor de automóviles con el placer de la velocidad, desarrolló una asombrosa precisión de reflejos, seguramente por una imposición del subconsciente, que compensaba la inferioridad visual de la que era víctima y que muy pocos observadores descubrían.
Antes de ser Presidente, por lo general prefería conducir personalmente su automóvil en las rutas, dirigiéndose con urgencia de un punto a otro del territorio a altas velocidades. Cuando tenía verdadera confianza con quien se sentaba a su lado, le advertía: “No te descuides. Fíjate bien en al camino: tú, pones los ojos; yo, las muñecas…”, con lo cual aludía a la habilidad que se le atribuía en política, de ser “la mejor muñeca del maquineo parlamentario”. El sistema de colaboración automovilística arrojó siempre excelentes resultados. Después de años y años de recorrer incesantemente miles de kilómetros en todo tipo de circunstancias, jamás tuvo un accidente mientras hacía de chofer.Al iniciarse el viaje, sus pasajeros se inquietaban cuando escuchaban las recomendaciones que daba al improvisado oficial de ruta. Pero una vez que apreciaban su manera de desenvolverse tras el manubrio, se creaba una atmósfera de tranquilidad. Además, solía rubricar su actitud afirmando: “¿Ven ustedes…? Para mala suerte de mis adversarios, soy inmortal…”
En el orden físico, como en todos los demás aspectos, personificaba el esfuerzo y la constancia. La madurez de la edad ennobleció sus rasgos y modales, dotando sus gestos de serenidad y atenuando las reacciones agresivas o desafiantes. Vestía cuidadosamente, pero deslizando un sello juvenil y aun de alegría de colores. No podía menos que reconocerse que, en las circunstancias y actos que lo requerían, hacía gala de una corrección hasta solemne en su presentación y comportamiento. En una ceremonia, se presentaba con la genuina dignidad cívica de la autoridad republicana.
Después de visitar reiteradamente Cuba, cobró devoción por la guayabera, ya que por naturaleza era sensible al calor. La adoptó sin reticencias para el verano. Su convencimiento de que se trataba de algo esencialmente lógico si la temperatura era ardiente, le hizo presidir algunas sesiones del Senado, cuando el aire acondicionado aún no se instalaba, en guayabera tropical. Salvo el secretario de la corporación, funcionario permanente que identificaba la respetabilidad parlamentaria con la gravedad vacua, nadie se indignó.
En general, en la vida diaria, usaba chaquetas de tipo deportivo, así como abrigos de cuero o chaquetones de paño grueso o jerseys amplios y cómodos. En muchos casos, una camisa de color, sin corbata, acentuaba su despreocupación aparente. Al principio, se consideró su falta de formalismo en la vestimenta como una afectación. Con el correr de los años, esta circunstancia pasó a ser connatural a su imagen, tanto más cuanto sabía distinguir con claridad las diferenciaciones impuestas por los convencionalismos razonables.
Después de visitar reiteradamente Cuba, cobró devoción por la guayabera, ya que por naturaleza era sensible al calor. La adoptó sin reticencias para el verano. Su convencimiento de que se trataba de algo esencialmente lógico si la temperatura era ardiente, le hizo presidir algunas sesiones del Senado, cuando el aire acondicionado aún no se instalaba, en guayabera tropical. Salvo el secretario de la corporación, funcionario permanente que identificaba la respetabilidad parlamentaria con la gravedad vacua, nadie se indignó.
La guayabera se difundió y el dueño de una gran tienda de artículos para hombre que mantenía excelentes relaciones con Allende, le pidió prestada una de las suyas para copiarla y producirla comercialmente. Al devolvérsela, el amigo le hizo llegar dos ejemplares de los producidos en sus talleres. El comerciante anunció que pondría la marca “Chicho” a sus guayaberas. Allende –que difícilmente perdía el buen humor– tomó el teléfono y manifestó al fabricante: “Temo que te vaya a ir mal con la venta de las guayaberas. Tu tienda es de lujo y sólo para ricos. La epidermis de tus clientes se va a erizar cuando se den cuenta del significado de la marca… Si quieres ganar dinero, fabrica un tipo popular y véndelas barato en las poblaciones. No te cobraré participación alguna”.
No se supo más de las guayaberas de la gran tienda, que al parecer no se llegaron a fabricar. Allende me regaló las dos muestras. Al poco tiempo llegó una factura con un precio sumamente alto por las guayaberas. El pago se hizo de inmediato.
Si el episodio de la guayabera amarga un poco la boca, otro, el de la capa española, demostró que los hombres abiertos de alma pueden desempeñar un papel positivo en las relaciones entre los Estados.
Una noche, cerca de las doce, concurrí a Tomás Moro a hablar con el Presidente acerca de un serio problema causado por la Corfo que me parecía urgente resolver. España había abierto sus fronteras desde antiguo al nitrato de Chile, nuestro abono natural, cuya empresa productora yo dirigía. El Presidente estaba ya enterado a grandes rasgos de ciertos tropiezos que habían surgido en las transacciones y ni siquiera interrumpió su partida de ajedrez. Me dijo: “Te encuentro toda la razón. España es un gran cliente para nosotros en materia de salitre. Nos otorga facilidades excepcionales, a pesar de contar con una buena industria para producir salitre sintético. Tenemos que cumplir el compromiso contraído y que yo he patrocinado. Hay que realizar la operación de la que me hablas, la cual, además de ser adecuada para Chile, implica reciprocidad hacia un país que nos trata bien, no obstante su posición política tan distinta. Por lo que me explicas, veo que en los obstáculos que han puesto a última hora algunos servicios chilenos hay un prejuicio político explicable, pero que yo no acepto”.“Resulta –respondí– que ya se ha comunicado la negativa a la Embajada de España y creo que se originará un problema personal para el embajador, quien se ha esmerado en buscar una solución conveniente, y una tirantez de fondo con el gobierno español”. “No te preocupes… yo arreglaré en el acto las cosas. El embajador, como buen español, debe acostarse tarde y me parece un hombre llano y muy cordial. Voy a telefonearle de inmediato”, dijo Allende.
Ante el insólito requerimiento, el telefonista de guardia de la casa presidencial le debe haber dicho algo sobre la hora, porque el Presidente insistió: “Échele, échele para adelante, no más…” La respuesta fue muy rápida. El señor embajador aún no se había retirado a sus habitaciones. El diálogo telefónico resultó cordial, pero breve. Se resolvió celebrar una entrevista de inmediato, aceptándose la proposición del Presidente de que yo fuera a buscar al diplomático a su residencia. Así se hizo. Durante el breve trayecto, nos abstuvimos de cambiar impresiones. Al llegar a la residencia de Tomás Moro nos aguardaba el Presidente en los jardines, arrebujado en su capa azul de médico chileno.
El desarrollo de la entrevista no tuvo complicaciones. Allende repitió más o menos lo mismo que antes me manifestara. El diplomático reaccionó con firmeza y claridad, lo que puso en evidencia que, por desgracia, no me había equivocado al apreciar las proyecciones adversas del cambio de frente chileno. La negativa de la Corfo, que acababa de comunicársele, significaba desentenderse de un convenio que se había logrado tras vencer obstáculos administrativos en Madrid y hacer frente a intereses españoles atendibles. Pero, en fin, todo se dio por superado, comprometiéndose el Presidente a impartir las órdenes de rigor en la mañana, y yo experimenté el tremendo alivio de saber que las 80 mil toneladas de salitre que España recibía, tendrían acceso al mercado.
La conversación se prolongó en un terreno de extrema simpatía y derivó hacia el tema de la capa que lucía Allende. El embajador aseveró que, sin ánimo de herir al Presidente, debía decirle que su capa no era digna de alguien de su categoría. En seguida, al apreciar el entusiasmo auténtico de Allende por el tema, el diplomático, buen psicólogo, explicó las características, preciosismos y secretos para iniciados que han de reunir las capas castellanas de prosapia.
El Presidente arguyó, algo desolado, que en la época de juventud de nuestra generación sólo vestían capa los poetas, entre ellos Neruda, que lo hacía en la bohemia santiaguina con especial autoridad. Allende explicó que posteriormente, en sus viajes por España, no había osado comprarse una por temor a parecer figurante de cine. El embajador replicó: “Presidente, permítame darme una satisfacción muy sincera. Tengo yo dos capas auténticas. Esta misma noche, cuando me mande a dejar, le haré llegar una”. En el clima de cordialidad que se había creado, habría sido impertinente rechazar. Una importante negociación había alcanzado una solución caballeresca que superaba los convencionalismos de la razón de Estado.
Baile de la guayabera, tradición rescatada en Pinar del Río
Elena Milián Salaberri (AIN)
El rescate del Baile de la Guayabera en un poblado perteneciente a esta localidad de la provincia de Pinar del Río, convierte nuevamente a esa fiesta danzaria en opción recreativa para el período veraniego.
Tras décadas sin celebrarse, la tradición recomenzó alrededor de 10 años atrás para alegría de los pobladores del Consejo Popular de Santa Cruz, donde los instructores de arte en la especialidad de mover talles y piernas, inician desde bien temprano el entrenamiento de las parejas concursantes en bailes cubanos.
Sin embargo, los competidores añaden otro desafío al del movimiento de sus cuerpos, es el diseño de las guayaberas para las camisas de los hombres, como es mas comúnmente vista, e incluso en los vestidos de las mujeres, ropas que demandan de gran arte en su confección dentro de la propia comunidad.
Usar la clásica prenda de vestir en mujeres y hombres da nombre al certamen, programado cada mes de agosto, ahora con la herencia de sus más antiguas memorias, remontadas a la década de los años 30 del sigloanterior.
En esta edición intervendrán unas 20 parejas, entre las cuales se premiarán, como ya es costumbre, las mejores coreografías y los más originales modelos en las versiones masculina y femenina, en tanto niñas y niños reiteran su disposición de intervenir en la festividad.
Cabe hacer historia sobre la guayabera, cubanismo surgido en 1885 a orillas del río Yayabo, donde sus vecinos de la villa de Trinidad en mofa transformaron el gentilicio hasta adjudicarse también a la camisa (yayabera), mas al rebotar hacia occidente de la Isla retomó su nombre definitivo: guayabera.Por tanto, historiadores de Pinar del Río valoran doblemente el rescate del baile, de hondas raíces populares, en un Consejo Popular de miles de pobladores, que antes de 1830 fuera cabecera del actual municipio de San Cristóbal, localizado entre sierras y cañaverales.
El rescate del Baile de la Guayabera en un poblado perteneciente a esta localidad de la provincia de Pinar del Río, convierte nuevamente a esa fiesta danzaria en opción recreativa para el período veraniego.
Tras décadas sin celebrarse, la tradición recomenzó alrededor de 10 años atrás para alegría de los pobladores del Consejo Popular de Santa Cruz, donde los instructores de arte en la especialidad de mover talles y piernas, inician desde bien temprano el entrenamiento de las parejas concursantes en bailes cubanos.
Sin embargo, los competidores añaden otro desafío al del movimiento de sus cuerpos, es el diseño de las guayaberas para las camisas de los hombres, como es mas comúnmente vista, e incluso en los vestidos de las mujeres, ropas que demandan de gran arte en su confección dentro de la propia comunidad.
Usar la clásica prenda de vestir en mujeres y hombres da nombre al certamen, programado cada mes de agosto, ahora con la herencia de sus más antiguas memorias, remontadas a la década de los años 30 del sigloanterior.
En esta edición intervendrán unas 20 parejas, entre las cuales se premiarán, como ya es costumbre, las mejores coreografías y los más originales modelos en las versiones masculina y femenina, en tanto niñas y niños reiteran su disposición de intervenir en la festividad.
Cabe hacer historia sobre la guayabera, cubanismo surgido en 1885 a orillas del río Yayabo, donde sus vecinos de la villa de Trinidad en mofa transformaron el gentilicio hasta adjudicarse también a la camisa (yayabera), mas al rebotar hacia occidente de la Isla retomó su nombre definitivo: guayabera.Por tanto, historiadores de Pinar del Río valoran doblemente el rescate del baile, de hondas raíces populares, en un Consejo Popular de miles de pobladores, que antes de 1830 fuera cabecera del actual municipio de San Cristóbal, localizado entre sierras y cañaverales.
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