viernes, 2 de diciembre de 2016



ALGUNAS ALMAS ENFERMAS ESCRIBEN SOBRE LA MUERTE DE FIDEL

Por Angel Martínez Niubó

He permanecido tres días en silencio leyendo lo que sobre Fidel se escribe en casi todos los medios del mundo. He ido desde el Vaticano hasta New York, desde el periódico GRANMA hasta El PAIS…, desde los blogs de afamados intelectuales, hasta las páginas de periódicos que encontré por obra y gracia de la casualidad. Y he terminado aquí, en Facebook, el sitio en donde muchos -de una u otra forma- pueden o logran escribir.
Reconozco que me podía esperar el respetuoso silencio de algunos, el leve balbuceo de otros, la tristeza de la inmensa mayoría, y lo que sí me entristeció: el regocijo de algunos que escribieron con saña, alegrándose - de manera burda y hasta grosera- de la muerte de Fidel.
Hace unas horas leí en la página de un amigo que en su familia no le enseñaron a alegrarse de la muerte de otro ser humano. En mi familia tampoco. Jamás existieron sentimientos de esa naturaleza. Así lo he trasmitido a mis hijas: la alegría por la muerte ajena denigra, deshonra y hasta ENSUCIA el alma. Si algunos vieron en Fidel a un enemigo, les recuerdo entonces lo que pude leer en otro post inteligente: “NO HAY MAYOR FRACASO QUE ALEGRARSE POR LA MUERTE DE AQUEL HOMBRE QUE NO PUDISTE VENCER EN VIDA”. Entonces la pérdida es doble, en primer lugar porque mostrar alegría por la muerte de otro ser humano es denigrante, y en segundo lugar porque, si es tu enemigo, murió de forma natural. No lo venciste.
He leído reacciones que van desde la indecencia y la torpeza, hasta la vulgaridad. Recuerdo lo que decía una amiga: ¿A nivel político qué celebran? ¿Alguno de sus enemigos lo mató? ¿Va a cambiar Cuba porque él murió? Vivió como quiso, fue presidente hasta que quiso, dijo lo que quiso... Murió anciano y tranquilo. ¿Qué celebran entonces? La celebración, en estos casos, es vergonzosa. 
LO QUE SOBRE ÉL ME HUBIESE GUSTADO ESCRIBIR, ya lo escribieron Julio Cortázar, Eduardo Galeano y García Márquez. A esa altura no me queda otra que firmar sus argumentos. No puedo a esta hora aparecerme con textos menores ni versos inapreciables. Igual lo han dicho esta noche muchísimos presidentes que han venido de sitios diversos de la geografía mundial. Suscribo lo que han dicho.
Ya sé que en la isla el dinero escasea, que el transporte exaspera… Pero ¿y ese recordatorio qué representa a esta hora? Vienen, sin dudas, de análisis superfluos y excesivos Sé también de la solidaridad de muchos de los que se fueron en el 58, en el 96 o en el 2015. Sé de atenciones de los que viven en Madrid, en N. Jersey o en Miami. Vivir en la distancia no nos hace mejores ni peores. Son los gestos. Tengo ejemplos concretos, cercanos, de personas que viven pendientes, muy pendientes, de sus hermanos, de sus primos, de hijos que viven en la isla… Y sé de familiares en Cuba que han quedado a cargo de toda la familia. Los celebro a unos y a otros. Siempre he adorado la palabra ACOMPAÑAR… y a mi me ha tocado –y con qué gusto- ACOMPAÑAR EN CUBA. Pero familias así hay en Colombia, Honduras, México, y han existido desde que el mundo es mundo. Los exiliados existen desde la Biblia. Pero lo que me hastía es la palabra escurridiza, aparentemente hábil y mañosa, la palabra que vulnera la razón y el sentimiento. Me hastía la aversión, la postura de irreverencia y de desdén. 
Confieso que no me esperaba el menosprecio de algunos (algunos pocos). Reitero que el brindis o el festín es deshonroso, y más que eso: degradante. Ya veo que en facebook cabe todo: la insolencia, la impudicia, la sordidez, la obscenidad, la ingratitud, e incluso la incoherencia y los errores ortográficos. A propósito. Leo páginas de varias latitudes y la mejor redacción pertenece a los cubanos ¿se habrán preguntado por qué? 
Algo está claro: Quienes se van de Cuba y dejan atrás a sus hijos, a sus hermanos, o a sus amigos, saben que quedan en un país de paz. No es México ni Honduras, no es Colombia ni es Guatemala. No es el Salvador ni Haití… Es lo mismo que les sucede a los padres que en Cuba, dejan a sus hijos en la escuela a las 7:30 de la mañana: Se van tranquilos a sus casas o al trabajo. Incluso muchos de esos niños regresan solos a sus casas. Me duele que esa animadversión haga hablar, únicamente, de lo que se necesita cambiar y no de lo tanto que debe permanecer inamovible. Tengo derecho a desconfiar, a dudar, a ofenderme cuando alguien se alegra entonces por la muerte de Fidel. Pero no pretendo embaucarme o dejarme seducir en conversaciones o disputas. Al fin y al cabo, a veces, QUIENES SE HAN ALEGRADO POR LA MUERTE DE FIDEL SON LOS MISMOS QUE PREGUNTAN CÓMO PUEDEN ARREGLARSE LA BOCA, EN LA CLÍNICA DENTAL, CUANDO VIENEN A LA ISLA. Y me parece bien que se la arreglen, pero que luego NO CONTAMINEN LA BOCA desde la indecencia. Se necesita un poco de coherencia y de decoro a la hora de escribir, mucho más si se habla de la muerte. Si dices que el dinero no alcanza, si dices que el transporte público es ineficaz, di también que Cuba fue el único país por donde pasó el más terrible huracán de los últimos años y no murió NADIE, algo que no leí en ninguno de los que, cuando murió Fidel, mostraron esa penosa alegría. Se necesita coherencia… (Aunque ahí la palabra no es coherencia es dignidad… o decencia). 
Muchos, la inmensa mayoría de los que tengo en mi muro, mostraron dolor. Otros hicieron silencio. Yo siempre traduzco ese silencio en respeto, en mansedumbre. Así lo percibí. Lo que me ha molestado son los destartalados y descompuestos textos que he leído. Son pocos, pero inesperados. Quizás mi inocencia no estaba preparada para la insolencia. Nunca aprenderé –ni me enseñaron- esas tristes lecciones de impudicia. Me encanta repetir algunas cosas: ¿A nivel político qué celebran? ¿Alguno de sus enemigos lo mató? No entiendo esa alegría. E incluso me resisto en llamar ALEGRÍA a ese estado. La alegría es pura, transparente, y sus causas vienen siempre del amor, y no del odio.
Algunos incluso han invocado a Dios. Hecho que me resulta todavía más penoso, pues me deja ver ya no sólo un alma aquejada, sino un desconocimiento más generalizado. La biblia, Proverbios 24, dice: “No te regocijes cuando caiga tu enemigo, y no se alegre tu corazón cuando tropiece”. 
Era todo lo que tenía que escribir sobre esos textos. Ya le pedí al amigo Silvio su “rabo de nubes”: Me deshago de ellos. Soy escritor, no curador de almas.

El hombre que enamoró a Sancti Spíritus

En cuadro apretado a lo largo de 71 kilómetros, espirituanos venidos desde todos los rincones despidieron a su jefe en la jornada de este jueves  

SANCTI SPÍRITUS.—La muchedumbre que esperó a Fidel Castro la madrugada del 6 de enero de 1959 en las inmediaciones del parque Serafín Sánchez desafió horas a la intemperie, desinformación, frío y llovizna, pero no vivió la desazón y el dolor de quienes acudieron este jueves hasta el mismo lugar a dar el último adios al guerrillero imponente que aquella noche trepó por las escalinatas de la antigua Sociedad El Progreso y, frente a los micrófonos instalados en uno de sus balcones, enamoró al auditorio que aguardaba.
«No podía ser para mí, esta ciudad de Sancti Spíritus, una ciudad más en nuestro recorrido. Si las ciudades valen por lo que valen sus hijos, si las ciudades valen por lo que se han sacrificado en bien de la patria, si las ciudades valen por el espíritu y la moral de sus habitantes, por el fervor de sus hijos, por la fe y el entusiasmo con que defienden una idea, Sancti Spíritus no podía ser una ciudad más», sentenció entonces el joven revolucionario.

Fidel dio vítores a los luchadores de la región, contó las hazañas del Comandante espirituano Félix Duque, compañero suyo en la Sierra Maestra, recordó las misiones que estaban cumpliendo sus principales jefes y en algún momento de sus palabras les advirtió a los espirituanos que la Revolución no era cuestión de un día, ni de dos, ni de tres.
Quizás para refrescarnos esa visión fue que la Caravana de este jueves se desvió unos minutos de su ruta por la Carretera Central, tomó la céntrica Avenida de los Mártires, ya en el corazón de Sancti Spíritus, y llegó de nuevo al parque símbolo de la ciudad donde una multitud agradecida intentó devolver aquellos elogios generosos.
«Esto es como una herida que no cierra», reconoce tragándose las lágrimas Oscar Alonso Cabrera, un oriental de la Columna 17 Abel Santamaría que ahora siente lo que él define como un raro privilegio: vivir con los espirituanos el momento más feliz y también el más triste.
Algo parecido le sucede a Alcibíades Aguilar Rondón, un guajirito de Mayarí Arriba que por aquellos días luminosos también integraba la Caravana de la Libertad, que descubrió La Habana en enero de 1959 y luego se aplatanó en Sancti Spíritus, donde fundó familia y se mantiene trabajando todavía a sus 77 años. «Aquella noche vino mucha gente, pero como esta despedida yo no he visto otra cosa en mi vida».
Con Oscar y Alcibíades estuvieron las principales autoridades de la provincia, encabezadas por José Ramón Monteagudo Ruiz, miembro del Comité Central y primer secretario del Partido en Sancti Spíritus, combatientes de todos los frentes que guerrearon en el Escambray, pioneros, trabajadores, estudiantes, intelectuales y campesinos en un cuadro apretado que desbordó el parque principal de la cabecera provincial.
«Vine porque soy fidelista hasta que me muera», reveló a la prensa el pastor bautista Miguel Ángel Entenza, quien reconoce en Fidel «a un hombre universal, cuyo legado seguirá vivo en las nuevas generaciones que él mismo ayudó a formar».
El coro repetido una y mil veces de «Yo soy Fidel» debe resultar inexplicable para Axel y Karim, un matrimonio suizo, admirador de Cuba y de su Revolución que se encontraba de vacaciones en Sancti Spíritus y que, cámara en mano, se sumó al tributo en la cabecera provincial.
«Como ustedes no caben aquí, pero yo quepo allá, voy a bajar a verlos a todos», les había dicho Fidel a la gente de Sancti Spíritus aquella noche fría del 6 de enero cuando ya miraba la multitud desde los balcones de El Progreso y algunos asistentes reclamaron su presencia, un gesto que fue devuelto con creces en la mañana y el mediodía de ayer.
El río humano que salió a despedir al Jefe de la Revolución atravesó los municipios de Cabaiguán, Sancti Spíritus y Jatibonico y se extendió a lo largo de 71 kilómetros por toda la Carretera Central desde la zona de Ojo de Agua, en los límites con Villa Clara, hasta Trilladeras, en la frontera con Ciego de Ávila.
No podía ser de otra forma para el hombre que surcó las lomas del Escambray cuando aquella guerra ruin impuesta por el imperialismo amenazó a la patria; para el soñador que concibió la presa Zaza y el plan arrocero Sur del Jíbaro; para el mentor que bajo un ciclón inclemente y traicionero se preocupó por la magnitud de las inundaciones y quiso saber hasta la suerte que había corrido la torre de Manaca Iznaga; para quien ideó hacer biotecnología al lado de los potreros o para el que alguna vez le dijo a un guajiro de Venegas que le iba a dar cuatro jonrones en el mismo juego.
Por todo ello quizás cuando la caravana se detuvo en Cabaiguán junto al monumento a Faustino Pérez, el luchador clandestino que lo acompañó en el Granma, en Alegría de Pío, en la Sierra y en la Revolución, fueron pocos los rostros que quedaron sin lágrimas mientras se escuchaba el Himno de Bayamo.
Más hacia el oeste, en el poblado de Guayos, los parranderos de la localidad lograron concluir una réplica del yate Granma, regalo al hombre que comandó aquella expedición de valientes; en La Fragua y en La Aurora los aguaceros no pudieron con la lealtad y el amor; y la gente del central Uruguay, en Jatibonico, se fue hasta la carretera todavía con el olor de la zafra recién iniciada como para refrendar la máxima martiana de que en la vida todo es deber

Mis padres nunca vieron a Fidel de cerca

Mis padres no sabían nada del socialismo, mucho menos del comunismo. El altar de la Caridad del Cobre, en la sala del hogar, era lugar para súplicas y velas encendidas por el mejoramiento.

Fidel tomará forma en nosotros

Autor: Sergio Alejandro Gómez | internet@granma. cu 
27 de noviembre de 2016
No recuerdo un día sin alguna sonrisa en Cuba. Era un niño en los años 90 cuando apenas había unas horas de electricidad y faltaba la comida y la ropa y mucho más. En las noches de apagón me entretenía con historias de la familia de mi mamá o sus versiones libres de los cuentos clásicos. Y, si el calor era insoportable, salía a jugar a los escondidos y cazar cocuyos.
Hoy trato de ubicar cuándo llegó Fidel a esta historia, pero no lo logro. Está ahí desde que tengo memoria: en la Plaza en hombros de mi papá, en el televisor de la sala cuando se colaba en el horario de las aventuras, en la escuela y en el barrio.
Pero lo que recuerdo mejor de aquella época son los cuentos. Aquel en que Fidel, Yeltsin y Clinton llegan al cielo... o cuando Pepito le salva la vida y le concede un deseo. Uno aprendía  a identificar cuando se hablaba de él, ya fuera con una seña en la barbilla o con uno de sus mil apodos.
Luego terminé fajado más de una vez. En la Nicaragua de Arnoldo Alemán me preguntaban si era cubano de Miami o de Fidel y no siempre les gustaba la respuesta. A los 10 años ya era radical. La cosa empezó cuando vi niños mendigando a la orilla de la carretera y escuché a unos doctores hablando de seguro o pago en efectivo antes de coserme la cabeza. Ese día, el carro había dado dos vueltas antes de parar al borde de una ladera del volcán Masaya, a más de 900 metros de altura. La pareja de panameños que nos auxilió decidió llevarme primero y dejar a mis padres. Nunca me había sentido tan solo y tan pobre.
A Alemán lo conocí en una feria ganadera, me tocó la cabeza y me sampó un beso, con ese gesto que hacen algunos políticos cuando se unen los niños y las cámaras. «Con las ganas que tengo de que Fidel me dé un beso, mira quién me tocó», cuenta mi mamá que le dije bajito cuando se fue el presidente.
El primer discurso de Fidel que puedo citar a conciencia es el del 11 de septiembre del 2001. Tenía 12 años y estaba en la barbería cuando entró alguien con la noticia: «Los iraquíes atacaron Estados Unidos». Ahora que lo pienso, eso no le habría venido nada mal a Bush, pero la situación era más complicada. Corrí a la casa y la televisión cubana estaba transmitiendo las imágenes de CNN, en directo en el momento en que se desplomaban la primera y minutos después la segunda torre del World Trade Center.
Esa tarde-noche fue a inaugurar la escuela Salvador Allende, que queda cerca de mi barrio, y dijo algo que nunca más olvidé: el terrorismo no se puede combatir con más terrorismo. Claro, nadie podría decir que se acerca a alguna de sus frases más geniales, pero es el primero de muchos análisis que comencé a guardar por cuenta propia. Y a anotarlos en una larga lista de pronósticos en los que el tiempo terminó dándole la razón.
Yo llegué tarde a Fidel. Comencé la universidad en el 2006, el año que tuvo que abandonar su puesto por razones de salud. No dejé de leer ninguna de sus reflexiones y empecé a coleccionar sus libros, incluso aquellos que recogían discursos sueltos de distintas épocas. Así he conversado largas horas con el estadista, con el político, el estratega y con el ser humano que está detrás de todo eso.
Llegué tarde también a Granma, donde los viejos periodistas cuentan que Fidel se sentaba a tomar alguna de las decisiones más importantes del país y escribía los editoriales de su puño y letra.
Lo vi de lejos en la escalinata de la Universidad de La Habana y en el 7mo. Congreso del Partido, cuando fue dolorosamente certero al pronosticar que esa sería la última vez que hablaría ante ellos.
Si la vida me deja ser viejo, podré decir algún día que vengo de la época de Fidel Castro y discutí muchas veces con él, aunque solo tenga mis libros para probarlo.
Cuba amaneció este 26 de noviembre sin él por primera vez en 90 años. Fue una mañana gris. La gente caminaba despacio y en silencio. No hablaban entre ellos. Puede que necesiten tiempo, quizá años, para terminar de leer la noticia de su muerte, de la que todo el mundo habla y ellos prefieren callar, al menos por ahora.
El sol salió luego en La Habana y se puso, pero la ciudad marchaba tres velocidades por debajo de lo habitual. Los mismos rostros que se han burlado del bloqueo, de las necesidades de cada día y de la misma vida, se quedaron paralizados desde que en la medianoche Raúl diera el anuncio a Cuba y al mundo.
No digo que en Cuba unos pocos no sufran esta pérdida; al igual que en Miami, donde otros salieron a celebrar la muerte de un hombre que intentaron asesinar centenares de veces y que sobrevivió a 11 administraciones norteamericanas para morir a los 90 años, junto a su familia y su pueblo. Pero esa alegría será siempre una mueca y nunca una sonrisa.
La muerte de Fidel es la conmoción nacional más grande de mi generación, la que no estuvo en las trincheras, en la invasión por Playa Girón ni en la Crisis de los Misiles; la que no pudo llorar cuando Fidel leía la carta de despedida del Che, ni cuando el tributo a los asesinados en el acto terrorista perpetrado en Barbados.

Pero tengo el presentimiento de que la sonrisa regresará a Cuba. No hoy ni mañana, pero regresará. Y no es que la ausencia del Comandante en Jefe la vaya a llenar alguien, sino que un nuevo Fidel irá tomando forma en cada uno de nosotros y nos acompañará cada vez que se piense en Cuba, que es la mejor manera de pensar en él. En ese momento, se habrá cumplido el pronóstico que siempre temieron sus adversarios: el guerrillero de la Sierra será inmortal.