En cuadro apretado a lo largo de 71 kilómetros, espirituanos venidos desde todos los rincones despidieron a su jefe en la jornada de este jueves
SANCTI SPÍRITUS.—La muchedumbre que esperó a Fidel Castro la madrugada del 6 de enero de 1959 en las inmediaciones del parque Serafín Sánchez desafió horas a la intemperie, desinformación, frío y llovizna, pero no vivió la desazón y el dolor de quienes acudieron este jueves hasta el mismo lugar a dar el último adios al guerrillero imponente que aquella noche trepó por las escalinatas de la antigua Sociedad El Progreso y, frente a los micrófonos instalados en uno de sus balcones, enamoró al auditorio que aguardaba.
«No podía ser para mí, esta ciudad de Sancti Spíritus, una ciudad más en nuestro recorrido. Si las ciudades valen por lo que valen sus hijos, si las ciudades valen por lo que se han sacrificado en bien de la patria, si las ciudades valen por el espíritu y la moral de sus habitantes, por el fervor de sus hijos, por la fe y el entusiasmo con que defienden una idea, Sancti Spíritus no podía ser una ciudad más», sentenció entonces el joven revolucionario.
Fidel dio vítores a los luchadores de la región, contó las hazañas del Comandante espirituano Félix Duque, compañero suyo en la Sierra Maestra, recordó las misiones que estaban cumpliendo sus principales jefes y en algún momento de sus palabras les advirtió a los espirituanos que la Revolución no era cuestión de un día, ni de dos, ni de tres.
Quizás para refrescarnos esa visión fue que la Caravana de este jueves se desvió unos minutos de su ruta por la Carretera Central, tomó la céntrica Avenida de los Mártires, ya en el corazón de Sancti Spíritus, y llegó de nuevo al parque símbolo de la ciudad donde una multitud agradecida intentó devolver aquellos elogios generosos.
«Esto es como una herida que no cierra», reconoce tragándose las lágrimas Oscar Alonso Cabrera, un oriental de la Columna 17 Abel Santamaría que ahora siente lo que él define como un raro privilegio: vivir con los espirituanos el momento más feliz y también el más triste.
Algo parecido le sucede a Alcibíades Aguilar Rondón, un guajirito de Mayarí Arriba que por aquellos días luminosos también integraba la Caravana de la Libertad, que descubrió La Habana en enero de 1959 y luego se aplatanó en Sancti Spíritus, donde fundó familia y se mantiene trabajando todavía a sus 77 años. «Aquella noche vino mucha gente, pero como esta despedida yo no he visto otra cosa en mi vida».
Con Oscar y Alcibíades estuvieron las principales autoridades de la provincia, encabezadas por José Ramón Monteagudo Ruiz, miembro del Comité Central y primer secretario del Partido en Sancti Spíritus, combatientes de todos los frentes que guerrearon en el Escambray, pioneros, trabajadores, estudiantes, intelectuales y campesinos en un cuadro apretado que desbordó el parque principal de la cabecera provincial.
«Vine porque soy fidelista hasta que me muera», reveló a la prensa el pastor bautista Miguel Ángel Entenza, quien reconoce en Fidel «a un hombre universal, cuyo legado seguirá vivo en las nuevas generaciones que él mismo ayudó a formar».
El coro repetido una y mil veces de «Yo soy Fidel» debe resultar inexplicable para Axel y Karim, un matrimonio suizo, admirador de Cuba y de su Revolución que se encontraba de vacaciones en Sancti Spíritus y que, cámara en mano, se sumó al tributo en la cabecera provincial.
«Como ustedes no caben aquí, pero yo quepo allá, voy a bajar a verlos a todos», les había dicho Fidel a la gente de Sancti Spíritus aquella noche fría del 6 de enero cuando ya miraba la multitud desde los balcones de El Progreso y algunos asistentes reclamaron su presencia, un gesto que fue devuelto con creces en la mañana y el mediodía de ayer.
El río humano que salió a despedir al Jefe de la Revolución atravesó los municipios de Cabaiguán, Sancti Spíritus y Jatibonico y se extendió a lo largo de 71 kilómetros por toda la Carretera Central desde la zona de Ojo de Agua, en los límites con Villa Clara, hasta Trilladeras, en la frontera con Ciego de Ávila.
No podía ser de otra forma para el hombre que surcó las lomas del Escambray cuando aquella guerra ruin impuesta por el imperialismo amenazó a la patria; para el soñador que concibió la presa Zaza y el plan arrocero Sur del Jíbaro; para el mentor que bajo un ciclón inclemente y traicionero se preocupó por la magnitud de las inundaciones y quiso saber hasta la suerte que había corrido la torre de Manaca Iznaga; para quien ideó hacer biotecnología al lado de los potreros o para el que alguna vez le dijo a un guajiro de Venegas que le iba a dar cuatro jonrones en el mismo juego.
Por todo ello quizás cuando la caravana se detuvo en Cabaiguán junto al monumento a Faustino Pérez, el luchador clandestino que lo acompañó en el Granma, en Alegría de Pío, en la Sierra y en la Revolución, fueron pocos los rostros que quedaron sin lágrimas mientras se escuchaba el Himno de Bayamo.
Más hacia el oeste, en el poblado de Guayos, los parranderos de la localidad lograron concluir una réplica del yate Granma, regalo al hombre que comandó aquella expedición de valientes; en La Fragua y en La Aurora los aguaceros no pudieron con la lealtad y el amor; y la gente del central Uruguay, en Jatibonico, se fue hasta la carretera todavía con el olor de la zafra recién iniciada como para refrendar la máxima martiana de que en la vida todo es deber
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