Por Carlo Figueroa
*Para Cecilia Arévalo, por enseñarme a leer a Caín.“Salí de Cuba el 3 de octubre de 1965: soy cuidadoso con mis fechas. Por eso las conservo”.[1] Ahí empezó todo, ¿o fue antes, mucho antes?. Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 1929 - Londres, 2005), más reconocido como Caín por el sobrenombre con que firmaba la mayoría de sus escritos, decidió en esa fecha romper con todo y con todos, llegar hasta lo indeseable y convertir su figura en un icono de la lucha contra
Sin embargo, el objeto de sus obsesiones y delirios más perturbadores, decide, en un acto de sinceridad histórica propia de su génesis, incluirlo en una de las antologías más atractivas que ronda las librerías cubanas de estos tiempos: La ínsula fabulante. El cuento cubano en
Para algunos, la publicación de su cuento En el gran ecbó, y más: que sea precisamente él y no otro el que inicie ese basto recorrido por la cuentística nacional, es un acto desmesurado. He escuchado opiniones de todo tipo entre escritores, lectores y amigos. Unos se sorprenden (primera reacción), otros se sumergen en la sospecha del atrevimiento literario y otros lo ven como un suceso políticamente incorrecto. Todos tienen la razón tratándose de Caín y su lucha descarada que lo llevó a relegar de todo lo que olía a
Sigue siendo una pena que Cabrera Infante se travistiera en una vedette política cuando ya tenía – y sigue teniendo – un lugar bien ganado en
Alberto Garrandés, deja claro desde las páginas iniciales del voluminoso tomo (tiene 809 páginas) que “En este caso el antólogo ha escuchado, tomado notas, asentido o disentido; ha dudado, ha hecho sus balances periódicos y ha conformado un paisaje que no es sino un concierto de fábulas que aspiraría a una sola condición: la representatividad. Dicha condición está apoyada en dos ejes complementarios: 1) la acreditación de los textos, y 2) la acreditación de sus autores.”[2] De ahí que Caín no sea el único ¿renegado? incluido en la selección que nos aproxima a lo que ha acontecido en la cuentística nacional en medio siglo de pujanzas, dolores, conquistas y sinsabores: Calvert Casey, Antonio Benítez Rojo, Norberto Fuentes, Jesús Díaz, Reinaldo Arenas, Amir Valle, quienes conviven en una armonía desprejuiciada junto a Félix Pita Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso, Eliseo Diego, Humberto Arenal, Dora Alonso, Cintio Vitier, Samuel Feijóo, Virgilio Piñera, Manuel Cofiño, Severo Sarduy y Reynaldo González y Miguel Mejides y Senel Paz y Pedro de Jesús y Atilio Caballero y Jorge Enrique Lage y Raúl Flores Iriarte y... una lista que supera los 60 autores donde el antologador no busca distinciones políticas, consigue un ajiaco “muy condimentado (…) lleno de suculentas discrepancias, lo mismo en cuanto a temas, asuntos y estilos, que en lo tocante a los posicionamientos del escritor con respecto a
Y he ahí el mérito de Garrandés, saber llevar a todos los cuentistas hacia un mismo destino: un mejor conocimiento de la identidad cultural por parte de los lectores de hoy, sin pecar de extremista ni mucho menos de erigirse en censor de lo escrito por varias generaciones de buenos cuentistas cubanos, sin importar de dónde vienen ni hacia dónde van. La selección, según reconoce fue tan difícil como escribir un buen cuento, un cuento que trascienda los límites del tiempo y perdure como suceso estético. Buscó en cada época “especias de toda laya”[4], se adentró en los liberales y revolucionarios 60, en el estatismo de los 70 y siguió viaje hasta los mundos literarios de las décadas finales del siglo XX, los traspasa e indaga en los lenguajes del presente, sin temores ni manipulaciones, sin perder de vista lo que ha estado ocurriendo en el mundo simbólico de un extremo y otro, de cincuenta años donde – como la vida misma -, todo cambia, se transfigura aquí y en la literatura de la diáspora que rubrica como “reencuentro, crítica, intercambio y nostalgia (incluida la nostalgia lingüística)”[5]. Es “todo un período, toda una estación. Una época.”[6]
De otro lado, está el silencio, continuar con el ostracismo de autores que por sus decisiones personales o incomprensiones de ciertas épocas lamentables, no aceptemos sus diferencias y en una pose reduccionista o maniquea los borremos de un soplo de nuestras esencias culturales, un crimen que no sería perdonado por las generaciones que nos precederán. ¿De qué otra forma si no es mostrándolos, reconociendo sus defectos y virtudes podemos zanjar el camino de la comprensión de las esencias de la nación? Algunos, como Guillermo Cabrera Infante, se negaron en vida y en la muerte a ser publicados en Cuba por ese empecinamiento mugriento que les envenenó la sangre y los llevó a convertir por momentos sus dotes de grandes escritores en un amasijo de artículos cavernarios, escritos con oficio y rencor que nadie recordará mañana. Pero ese delito personal y aceptable si somos capaces de aceptar que no todos tenemos que discursar ni debatir desde las mismas posiciones, no puede ni debe ensombrecer
No es gratuito entonces el regreso de Caín. Hay que entender ese retorno y el de los otros, hay que admitir con orgullo que
2 de marzo y 2009
[1] Cabrera Infante, Guillero. Mea Cuba., Alfaguara, Grupo Santillana de Ediciones, S.A.,1999. p. 17.
[2]Garrandés, Alberto. “Preámbulo”, en La ínsula fabulante. El cuento cubano en
[3] Idem. p. 7
[4] Idem p. 8
[5] Idem p. 9
[6] Idem. p. 7
[7] Idem. p. 11
[8] Idem. p. 11