sábado, 7 de marzo de 2009

El regreso de Caín.

Por Carlo Figueroa

*Para Cecilia Arévalo, por enseñarme a leer a Caín.

Salí de Cuba el 3 de octubre de 1965: soy cuidadoso con mis fechas. Por eso las conservo”.[1] Ahí empezó todo, ¿o fue antes, mucho antes?. Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 1929 - Londres, 2005), más reconocido como Caín por el sobrenombre con que firmaba la mayoría de sus escritos, decidió en esa fecha romper con todo y con todos, llegar hasta lo indeseable y convertir su figura en un icono de la lucha contra la Revolución Cubana y su pluma en una pistola con balas de goma que disparaba hacia todas partes pero sólo acertaba en la diana de su rabia, en su dolor más intenso y perdurable: Cuba y los cubanos que apostaron por un proyecto social que nunca entendió y lícitamente prefirió abandonar, atacar e intentar defenestrar desde todos los ángulos posibles y a su alcance.

Sin embargo, el objeto de sus obsesiones y delirios más perturbadores, decide, en un acto de sinceridad histórica propia de su génesis, incluirlo en una de las antologías más atractivas que ronda las librerías cubanas de estos tiempos: La ínsula fabulante. El cuento cubano en la Revolución (1959-2008), con selección y prólogo de Alberto Garrandés, que forma parte de la colección “50 Aniversario del Triunfo de la Revolución”, publicada por la Editorial Letras Cubanas del Instituto Cubano del Libro en 2008.

Para algunos, la publicación de su cuento En el gran ecbó, y más: que sea precisamente él y no otro el que inicie ese basto recorrido por la cuentística nacional, es un acto desmesurado. He escuchado opiniones de todo tipo entre escritores, lectores y amigos. Unos se sorprenden (primera reacción), otros se sumergen en la sospecha del atrevimiento literario y otros lo ven como un suceso políticamente incorrecto. Todos tienen la razón tratándose de Caín y su lucha descarada que lo llevó a relegar de todo lo que olía a la Cuba de Fidel Castro o del Dictador, su apelativo más recurrente en sus innumerables artículos publicados como pan caliente por los periódicos y revistas de media Europa, América Latina y Estados Unidos.

Sigue siendo una pena que Cabrera Infante se travistiera en una vedette política cuando ya tenía – y sigue teniendo – un lugar bien ganado en la Literatura Cubana y en las letras españolas que lo llevaron a ser galardonado con el Premio Miguel de Cervantes. Porque si bien es cierto que su veneno antirrevolucionario lo exhibía sin remilgos, hay que reconocerle a Guillermo Cabrera Infante su aporte a la narrativa nacional y la grandeza de algunos de sus títulos como Tres Tristes Tigres, La Habana para un infante difunto, Delito por bailar el chachachá, así como sus numerosos trabajos sobre cine que recopiló en Un oficio del siglo XX, Arcadia todas las noches y Cine o Sardina. Su larga vida en Londres lo llevaron a publicar también Holy Smoke (1985, escrita en inglés).

Alberto Garrandés, deja claro desde las páginas iniciales del voluminoso tomo (tiene 809 páginas) que “En este caso el antólogo ha escuchado, tomado notas, asentido o disentido; ha dudado, ha hecho sus balances periódicos y ha conformado un paisaje que no es sino un concierto de fábulas que aspiraría a una sola condición: la representatividad. Dicha condición está apoyada en dos ejes complementarios: 1) la acreditación de los textos, y 2) la acreditación de sus autores.”[2] De ahí que Caín no sea el único ¿renegado? incluido en la selección que nos aproxima a lo que ha acontecido en la cuentística nacional en medio siglo de pujanzas, dolores, conquistas y sinsabores: Calvert Casey, Antonio Benítez Rojo, Norberto Fuentes, Jesús Díaz, Reinaldo Arenas, Amir Valle, quienes conviven en una armonía desprejuiciada junto a Félix Pita Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso, Eliseo Diego, Humberto Arenal, Dora Alonso, Cintio Vitier, Samuel Feijóo, Virgilio Piñera, Manuel Cofiño, Severo Sarduy y Reynaldo González y Miguel Mejides y Senel Paz y Pedro de Jesús y Atilio Caballero y Jorge Enrique Lage y Raúl Flores Iriarte y... una lista que supera los 60 autores donde el antologador no busca distinciones políticas, consigue un ajiaco “muy condimentado (…) lleno de suculentas discrepancias, lo mismo en cuanto a temas, asuntos y estilos, que en lo tocante a los posicionamientos del escritor con respecto a la Historia – mediata, inmediata -, la Revolución – como viaje hacia la Utopía, como circunstancia cotidiana y concreta, como referencia – y la Literatura – meta inasible, compromiso regenteado por la “vocación de servicio social”, absoluto de la cultura y el lenguaje.”[3]

Y he ahí el mérito de Garrandés, saber llevar a todos los cuentistas hacia un mismo destino: un mejor conocimiento de la identidad cultural por parte de los lectores de hoy, sin pecar de extremista ni mucho menos de erigirse en censor de lo escrito por varias generaciones de buenos cuentistas cubanos, sin importar de dónde vienen ni hacia dónde van. La selección, según reconoce fue tan difícil como escribir un buen cuento, un cuento que trascienda los límites del tiempo y perdure como suceso estético. Buscó en cada época “especias de toda laya[4], se adentró en los liberales y revolucionarios 60, en el estatismo de los 70 y siguió viaje hasta los mundos literarios de las décadas finales del siglo XX, los traspasa e indaga en los lenguajes del presente, sin temores ni manipulaciones, sin perder de vista lo que ha estado ocurriendo en el mundo simbólico de un extremo y otro, de cincuenta años donde – como la vida misma -, todo cambia, se transfigura aquí y en la literatura de la diáspora que rubrica como “reencuentro, crítica, intercambio y nostalgia (incluida la nostalgia lingüística)[5]. Es “todo un período, toda una estación. Una época.[6]

De otro lado, está el silencio, continuar con el ostracismo de autores que por sus decisiones personales o incomprensiones de ciertas épocas lamentables, no aceptemos sus diferencias y en una pose reduccionista o maniquea los borremos de un soplo de nuestras esencias culturales, un crimen que no sería perdonado por las generaciones que nos precederán. ¿De qué otra forma si no es mostrándolos, reconociendo sus defectos y virtudes podemos zanjar el camino de la comprensión de las esencias de la nación? Algunos, como Guillermo Cabrera Infante, se negaron en vida y en la muerte a ser publicados en Cuba por ese empecinamiento mugriento que les envenenó la sangre y los llevó a convertir por momentos sus dotes de grandes escritores en un amasijo de artículos cavernarios, escritos con oficio y rencor que nadie recordará mañana. Pero ese delito personal y aceptable si somos capaces de aceptar que no todos tenemos que discursar ni debatir desde las mismas posiciones, no puede ni debe ensombrecer la Cultura Cubana. Llegará el día en que la gente sepa quien es Caín verdaderamente, no el diablo con su caldera hirviendo, Caín el escritor consagrado, el buen narrador, el excelente novelista que sigue teniendo una obra imprescindible para todo aquel que quiera adentrarse en lo más auténtico de la literatura del país. Finalizando el milenio anterior, en uno de mis programas de radio encuesté a 25 escritores cubanos sobre las diez obras que todo lector debía conocer. No faltó en ninguna lista Tres Tristes Tigres, como no faltaba Espejo de paciencia, los Versos Sencillos de Martí o El Reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Algunos de los encuestados habían sido amigos de Cabrera Infante en los tiempos de Lunes de Revolución y después del 3 de octubre de 1965 pasaron a ser sus “enemigos” por permanecer fieles a la historia que desearon vivir, aunque en algunos casos la propia historia también les ofreció motivos para disentir y hasta largarse, pero creyeron más en la sinceridad de un proceso social imperfecto y aglutinador como el nuestro. Garrandés lo confirma cuando dice al final de su “Preámbulo” a la antología (donde cada quien ve ausentes, claro está): “He congregado relatos cubanos acreditables dentro de una época excepcional. Relatos que devienen “concertantes” no sólo porque se refieren siempre, sea cual sea el camino, a las formas y aspiraciones de lo literario, sino también porque admiten, justo es decirlo, una legibilidad colectiva al estar todos inmersos, de modo simétrico o asimétrico, en – para decirlo como si de música se tratara – el basso contínuo de la Revolución.[7]

No es gratuito entonces el regreso de Caín. Hay que entender ese retorno y el de los otros, hay que admitir con orgullo que la Cultura Cubana es dispar, pero una sola. Diferente en sus protagonistas, pero una en sus esencias. “¿Qué también asoma aquí el orgullo celebratorio? Sin duda. Complacencia y festejo tienden a ir de la mano[8]

2 de marzo y 2009


[1] Cabrera Infante, Guillero. Mea Cuba., Alfaguara, Grupo Santillana de Ediciones, S.A.,1999. p. 17.

[2]Garrandés, Alberto. “Preámbulo”, en La ínsula fabulante. El cuento cubano en la Revolución (1959-2008). Editorial Letras Cubanas, 2008. pp. 5-11.

[3] Idem. p. 7

[4] Idem p. 8

[5] Idem p. 9

[6] Idem. p. 7

[7] Idem. p. 11

[8] Idem. p. 11

¿Y los del centro, qué?

Por Carlo Figueroa

Hay polémicas que me resultan desatinadas. La que históricamente insistimos en mantener sobre lo oriental o los orientales, los palestinos o los emigrantes de la zona Este del archipiélago, es una de ellas. Quizá porque soy del centro, lugar de encrucijadas, de encuentros, sitio de paso y asentamiento dónde no se repara mucho en establecer diferencias culturales, antropológicas y hasta sociológicas de ese tipo. Vivimos en Cuba y qué importa si eres de Mayajigua o Songo la Maya, de Sandino o Bejucal, de Colón o Baracoa.

Somos de un país diverso donde la postmodernidad – como en cualquier otro lugar del continente –, llegó tardíamente y como he dicho en otras ocasiones: los atisbos de contemporaneidad no sabemos sopesarlos con tino, pues el extremismo nos embauca. Nos pasamos la vida definiendo bipolaridades: lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo posible o lo imposible, el sí y el no. Definitivamente estamos necesitados de un set completo de colores, que nos permita ver más allá de lo blanco y lo negro, de La Habana y Oriente. O lo que es mejor, es hora de tirar el sofá obsoleto que algunos toman para la siesta de la división cultural en una isla que cabe dos millones de veces en el continente africano

Después de repasar una y otra vez lo escrito por Reinaldo Cedeño en el número 7 de La calle del Medio[1], donde indaga, cuestiona y valora con toda razón y enjundiosa verdad el falso y ridículo arquetipo que del “oriental” cubano se propaga por la TV, me doy cuenta que estamos ante un asunto mayor, que se toma a la ligera y por ser tan natural entre nosotros la burla, los epítetos racistas y otras tantas soeces, vivimos una mentira mediática que indigna las razones mismas de nuestra sociedad. Coincido con mi colega santiaguero en que la conversión de lo “nacional ” en “lo habanero”, (…) con la negación de las “comunidades locales y regiones” es una clara corrupción del concepto (de identidad nacional). La Habana vista, no como la cabeza del país sino como “’el país”, ha suplantado la visualidad Cuba. Así, ha secuestrado la multiplicidad de la nación, ha castrado los referentes visuales de una parte y con él, a sus protagonistas, modos, costumbres y escenarios”. [2]

Sin embargo, cambiando los protagonistas, dejando a un lado a las cubanas y cubanos que viven en la zona oriental del país, y buscando “otros referentes visuales” que no difunde la TV, la radio, ni algunos sitios on line, publicaciones humorísticas y los choferes de turno en las rutas capitalinas, me pregunto ¿y los del centro, qué?, ¿dónde estamos?, ¿quien nos menciona si no estamos en las noticias del día?, ¿quiénes son nuestros personajes/representantes en los grandes medios?. Lo que más acierto a recordar es a Antolín el Pichón, hijo de Manacas, pueblo humilde del municipio de Santo Domingo, en la provincia de Villa Clara. Por coincidencias de la vida, Ángel García, nació en el mismo pueblito que Cepero Brito, uno de los íconos de la locución en Cuba. Después de Antolín, sumé a la lista Varadero, la playa más universal del país, pero la menos asequible para el hombre de a pié; Trinidad, ciudad Patrimonio de la Humanidad; Santa Clara, capital villaclareña convertida en símbolo continental por descansar allí los restos del Che Guevara y sus compañeros de la guerrilla boliviana; y la Autopista Nacional, que llega hasta Sancti Spíritus y por dónde se traslada casi toda la población que trasiega el país de un extremo a otro. Puede que existan otros referentes con cierta habitualidad (estoy casi seguro de eso), pero creo que son los más publicitados.

Ya resulta extraño escuchar que Matanzas es la Atenas de Cuba. La casa donde habita Carilda Oliver Labra (Tirry 81), es más conocida en estos tiempos que todo el aporte literario y artístico que sigue entregando esa gran ciudad al entramado cubano con sabor a ajiaco en que vivimos. Pero el asunto es más elevado: cuando se habla de Cienfuegos el adjetivo por excelencia es “bella”, y si no fuera por los valores que recientemente le reconociera la UNESCO, todo lo que está sucediendo desde el lado económico allí con la reactivación de su refinería petrolera tras los acuerdos del ALBA, no escapaba también del ostracismo central. De Remedios conocemos “sus famosas parrandas”, de Sancti Spíritus, sus “casas coloniales”, de Ciego de Avila “la piña” y el municipio de Morón, donde “el gallo” canta para anunciar la hora.

Es lamentable ese poder reduccionista de la identidad, esa visión rampera del país que determinan en su gran mayoría hermanos de la tierra que emigraron a La Habana, se instalaron en el edificio de 12 pisos del ICRT y otras instituciones similares. El propio Reinaldo Cedeño reconoce la curiosidad de que “…la región central del país no tiene personajes, casi “no existe”.[3] Cosa extraña, dirán algunos, pero no deja de asistirle la razón. Si el personaje de Antolín el Pichón es el “personaje”, significa que estamos en una situación límite. ¿No hay otros que rindan homenaje a los que estamos entre La Habana y Oriente?.

Los que conocemos este país, lo hemos recorrido de un lado a otro, sabemos muy bien que la gente que vive en las montañas del Este tienen su arquetipo, como los montañeses del centro y los del Oeste. Quizás la respuesta la tenga una expresión que le escuché hace un tiempo a Armando Hart, en una de sus conferencias donde definía con acierto el concepto de Identidad Nacional como “el sentimiento que experimentan los miembros de una colectividad que se reconocen en su cultura y de no poder expresarse con fidelidad y de desarrollarse plena y libremente sino es a partir de ella".

Puedo decir con orgullo que conozco a Cuba primero y al Extranjero después. Recuerdo cuando mi padre me hacía acompañarlo en bicicleta en larguísimos recorridos desde mi pueblo (Colón, en Matanzas) hasta la comunidad de Guillermo Llabre, (Corralillo, Villa Clara), donde viven todavía los parientes de mi madre. El camino incluía el Central México, Banagüises, San José de los Ramos, las antiguas Minas de Motembo, Manga Larga y Llabre. Nos tomaba todo un día para ir y todo un día para regresar. Pero no había fronteras ni físicas ni mentales. La prima Chicha siempre tenía un guanajo a mano para torcerle el cuello y la tía Nena ponía la mirada azul y tierna para dar las gracias por la visita. El oficio me hizo después conocer más, adentrarme en zonas desconocidas de Santiago y Granma, de Holguín, Las Tunas, Camagüey, Ciego de Avila, La Habana, Pinar del Río y Sancti Spíritus, el lugar del centro que escogí por voluntad propia para vivir. Y en ese andar he aprendido las mejores lecciones de la vida y el casabe, y el pru santiaguero que no es igual al habanero, y el taitabucio espirituano que no se parece al fongo oriental, y la trova de aquí y allá, y el changüi legítimo, y el puerco en púa y al carbón, he conocido a muchas buenas personas que nunca salen por las pantallas de la TV ni por las emisoras de radio nacionales.

No sé, como sugiere Cedeño, si la solución estaría en rehabilitar el canal televisivo que emitía desde el Oriente de Cuba (Tele Rebelde), que tenía estructura y programación propias y en igualdad de condiciones que los canales nacionales. Fue una catástrofe que en vez de convertirse
definitivamente en un emisor/otro para el resto del país, le llevaran hasta el nombre para La Habana. Es un suceso doloroso que se resolvería
devolviéndole el cauce natural a una historia que increíblemente se truncó,
precisamente por ese pensamiento rampero que nos persigue
. Si así fuere, lo mejor que podría aportar es que los locutores y periodistas no hablen como los locutores y periodistas de La Rampa. Que digan, gesticulen, se expresen desde sus códigos identitarios. De lo contrario, sería más de lo mismo y el efecto contaminante de tantos años de dominio mediático desde el occidente ganaría la pelea por no presentación.

En lo que si coincido plenamente es en la necesidad de estar todos en las pantallas y en el éter tal y como somos. Habría que revisar si la fórmula-intento de la TV nacional de emitir determinados espacios de las televisoras locales es conveniente generalizarla como algo natural, y que la Radio Cubana, la que transmite para todo el país, inserte programas de amplia audiencia en otras provincias dentro de sus programaciones. Sería una buena manera de conocernos mejor los unos y los otros, de quitarnos el deplorable camisón de invasores e invadidos culturalmente.

Se hace obvio que nuestro referente no puede ser la fragmentación de la isla en habaneros y orientales, en ramperos y palestinos, en guajiros y pueblerinos, nuestro referente tiene que ser la unidad en la diversidad. Ya es hora, a esta altura del siglo XXI que encontremos nuestro lugar en el mundo cubano, es el momento de ir por muchos caminos hacia un horizonte común.



[1] Cedeño Pineda, Reinaldo. El arquetipo del “oriental” en la TV cubana. La calle del Medio. Publicación mensual de opinión y debate. No. 7, noviembre 2008. pp 4-5.

[2] Idem.

[3] Idem 1 y 2.



LA CULTURA TRINITARIA ESTÁ DE LUTO

Por: José Rafael Gómez Reguera

3 de marzo de 2009।

Para Carlos Joaquín Zerquera y Fernández de Lara, el eterno tributo de Trinidad

La cultura trinitaria está de luto. Ha muerto uno de sus grandes representantes: el Historiador Oficial de Trinidad, Carlos Joaquín Zerquera y Fernández de Lara.

Hace tiempo que no le veíamos caminar por las calles de su querida ciudad, como antaño solía hacer: despacio, observándolo todo, saludando a sus amigos y conocidos, y aún a aquellos que perennemente vieron en él un símbolo de la Ciudad Museo del Caribe y le dirigían un breve y formal saludo.

A Trinidad se dedicó Carlos Joaquín en cuerpo y alma, más allá de transitorias incomprensiones o fuertes encontronazos, que también los hubo y que, a la larga, sólo contribuyeron a acrecentar su prestigio, pues su divisa parecía ser convencer, no vencer por la fuerza bruta.

A él le debemos, por ejemplo, acuciosas investigaciones en archivos nacionales y foráneos, como el de Sevilla, en España, tras los cuales se decidió trasladar las celebraciones oficiales por la fundación de la Tercera Villa cubana para el segundo domingo de enero de cada año, ante la imposibilidad __por ahora__ de tener un documento probatorio seguro de una fecha concreta. Antes tanto los actos oficiales como la Semana de Cultura que le seguía, lo mismo estaban en mayo que en noviembre।

De Carlos Joaquín siempre habrá que hablar en presente. Ahí están, para probarlo, sus propuestas restauradoras que llegaron a feliz término en mayo de 1974 y que devolvieron a esta Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, una de sus más importantes joyas arquitectónicas: el Palacio de los Condes de Casa Brunet.

Reabierta, esta hermosa edificación de dos plantas, en el corazón del Centro Histórico trinitario, acogió desde entonces al conocido Museo Romántico, institución de inmensa valía por sí y por sus exponentes, visitada a diario por miles de personas. No conocerlo es como no haber estado nunca en la villa del Táyaba. Y él lo sentía como suyo.

Educado, de hablar pausado, Carlos Joaquín observó siempre una rigurosa etiqueta. Recuerdo cuando hace muchos años tuve la oportunidad de acompañar a numerosos periodistas extranjeros deseosos de entrevistarlo en su propia casona colonial. Encendidos los equipos, guardó respetuoso silencio y luego explicó: nadie le había pedido permiso para grabar sus declaraciones. Después, zanjado el incidente, se abrió a las más diversas interrogantes como lo que era, una verdadera enciclopedia.

Asombró, hasta el final de sus días, su infinita capacidad para memorizar nombres, fechas, lugares, acontecimientos y citas textuales. Nada se le escapaba, y sin ningún documento por delante, podía sostener una larga conversación en la que las anécdotas se intercalaban con datos relevantes de su querida Trinidad, matizados por su discreción y elegantes modales entre los que no podía faltar acompañar a sus huéspedes hasta la mismísima puerta.

La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida, sentenció nuestro Héroe Nacional José Martí. Carlos Joaquín Zerquera y Fernández de Lara, seguirá entre Trinidad y los trinitarios, por los siglos de los siglos, pues fue un hombre de su tiempo. Trinidad toda le honra en estos tristes minutos y le honrará eternamente.

Datos oficiales de Carlos Joaquín Zerquera y Fernández de Lara:

Carlos Joaquín Zerquera y Fernández de Lara nació el 28 de noviembre de 1926. Era Licenciado en Historia e Historiador Oficial de la Ciudad de Trinidad desde el 1 de octubre de 1967.

Se desempeñó como profesor de segunda enseñanza, Director del Banco Nacional de Cuba en Trinidad, Jefe de la Oficina de Restauración de la Ciudad, y como Miembro de honor de La Unión Nacional de Historiadores de Cuba, además de ser durante un tiempo Presidente de la Comisión Municipal de Monumentos y Primer Presidente del Tribunal Popular Municipal de Trinidad.

Fue el creador de la Primera Semana de Cultura Trinitaria, efectuada en mayo de 1974 y se hizo acreedor de la Distinción por la Cultura Nacional, la Distinción Raúl Gómez García, la Medalla XXX Aniversario de la Seguridad del Estado. Fue galardonado con el Premio del Historiador Provincial. Se le concedió el Premio Único de las Artes en Trinidad 2006. Fue merecedor del Escudo de la ciudad de Trinidad, otorgado por la Asamblea Municipal del Poder Popular, y es una de las ocho personalidades oficiales de la cultura de Trinidad.

Participó en varios Congresos Nacionales de Historia y fue el organizador del Congreso de Historia en Trinidad. Se le concedió la Distinción correspondiente del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas.

Colaboró en la investigación y organización del Archivo de Historia Capitán Joaquín Llaverías, de Trinidad, en la búsqueda de documentos originales en el Archivo de Indias España y trabajó en la restauración y creación de los museos y de toda la ciudad de Trinidad, labor esencial para que la misma alcanzara en diciembre de 1988 la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad, otorgada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO.

Publicó numerosos artículos y trabajos de diversa índole en varias publicaciones, como revistas especializadas, libros y periódicos. Entre ellos están La Villa India de Trinidad en el siglo XVI. Trinidad de Cuba. Editado por el Instituto Nacional de Turismo La Habana 1986. Ediciones Turísticas Cuba, La ciudad monumento. Editado por el Instituto Nacional de Turismo, La Habana 1986, Ediciones Turísticas de Cuba en coordinación con el doctor Antonio Núñez Jiménez Datos para la Historia de la Educación en Trinidad, e Historia de la Educación en Cuba para la Comisión Nacional de Historia incluido como anexo de ese mismo organismo por el doctor Gaspar Jorge García Gallo; Ingenio Guáimaro, su historia en coordinación con la Licenciada Leticia Montes de Oca Viciedo para la revista “Sigue la Marcha” de la Unión de Historiadores de Sancti Spíritus. Así como La Ermita de Nuestra Señora de la Candelaria de la Popa” en Trinidad. Cuba, para la revista “Aguairo” de la Caja de Canarias. Noviembre-Diciembre 1995.