LA HABANA, 24 Oct 2008 (AFP) - La leyenda cubana de la danza, Alicia Alonso, donó este viernes una guayabera femenina azul y con botonadura de plata a un museo cubano que atesora dos del presidente Raúl Castro y busca hacerse de la primera que usó en público su hermano Fidel, dijeron a la AFP los promotores del proyecto."Este traje con diseño inspirado en la guayabera cubana fue usado por mí en Cuba y en el extranjero y con mucho gusto lo hago llegar a ustedes", señala Alonso, de 87 años, en una carta dirigida a la "Casa de la Guayabera", de la provincia de Sancti Spíritus -350 km al este de La Habana-.La prenda de Alonso, también directora del Ballet Nacional de Cuba (BNC) que fundó en 1948, "es un vestido azul que llega hasta los tobillos, de mangas largas y botonadura de plata, que ella usó en múltiples giras internacionales", contó el periodista Ciro Bianchi, promotor junto con su esposa del museo.Según Bianchi, el museo tiene en su colección más de 20 guayaberas, entre ellas dos blancas y de mangas cortas de Raúl Castro, que donó su hija Mariela en mayo pasado, pero hace gestiones para obtener la primera que usó en público su hermano Fidel, durante la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, en el 2000.
"Quisiéramos la guayabera de Cartagena, pues es la primera vez que (Fidel) se viste de civil en público y sale con una guayabera. Tenemos un retrato de Fidel en guayabera y hemos insistido en eso, no nos han dicho que sí, pero tampoco nos han dicho que no", dijo el periodista.La guayabera es una prenda de vestir, con mangas cortas o largas, adornada con alforzas verticales y, a veces, con bordados, y lleva bolsillos en la pechera y en los faldones.
Conversar y discentir, mostrar las diferencias. La comunicación, la sociedad y la cultura.
miércoles, 29 de octubre de 2008
El tesoro patrimonial de la tierra espirituana
Manuel Echevarría Gómez
La provincia de Sancti Spíritus cuenta con nueve monumentos nacionales, tres de ellos Patrimonio de la Humanidad, y 23 monumentos locales, incalculable tesoro amparado y protegido por la legislación vigente mediante la Comisión Provincial de Monumentos, que el 8 de septiembre arribó al aniversario 30 de su creación.
Los bienes naturales y culturales que tienen un excepcional valor universal se consideran Patrimonio de la Humanidad. Sancti Spíritus reúne en su demarcación tres de estos bienes, cuyo relieve excepcional fue reconocido por el Comité Intergubernamental del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural de la UNESCO el 8 de diciembre de 1988. Nos estamos refiriendo al Centro Histórico Urbano, el Valle de los Ingenios y a la Torre Manaca Iznaga de la sureña villa trinitaria.
El Centro Histórico Urbano de Trinidad constituye uno de los conjuntos arquitectónicos más notables de América Latina, con un área que reúne 279 edificaciones del siglo XVIII, 729 del XIX y 199 del pasado siglo XX; todas caracterizadas por su tipología doméstica de hechura anónima y popular.
A mediados del siglo XIX Trinidad se detuvo en el tiempo al extinguirse el esplendor alcanzado en la centuria anterior, de manera que estas construcciones llegaron a nuestros días como fiel testimonio de aquel apogeo económico y social sin precedentes.
La Torre Manaca Iznaga de un antiguo ingenio azucarero trinitario está considerada, con sus 43,5 metros de altura y la elegancia arquitectónica de su diseño, la más hermosa de su tipo en el país. Mandada a construir por uno de los patricios trinitarios de la familia Iznaga Borrell, llamaba a los esclavos a las duras faenas en los cañaverales, servía de atalaya para conservar el orden en los extensos campos de caña del Valle de los Ingenios y contó además con un reloj mecánico en su último nivel.
El Valle de los Ingenios, sitio histórico natural ubicado en el centro sur de la isla a lo largo y ancho de 253 kilómetros cuadrados, fue transformado durante trescientos años en un típico sistema de plantación azucarera que trajo la riqueza a los hacendados trinitarios y un esplendor nunca antes conocido a la villa durante la primera mitad del siglo XIX.
La explotación intensiva de las tierras y la miopía de los hacendados lugareños para prever el desbalance económico trajeron consigo la crisis y la ruina para la villa, que había llegado a conseguir la categoría de tercera ciudad en importancia de la isla. Hoy el Valle de los Ingenios conserva para el patrimonio cultural edificado 73 sitios arqueológicos industriales con inestimable valor sobre la industria azucarera de la época colonial.
Los monumentos nacionales designan toda construcción, sitio u objeto, que por su carácter excepcional merezca ser conservado y sea declarado como tal por la Comisión Nacional de Monumentos.
El puente sobre el río Yayabo, concluido en 1831 gracias al aporte de los vecinos de la Villa del Espíritu Santo, único de su tipo en el país con cinco arcadas monumentales y una solidez sorprendente que lo mantiene erguido hasta nuestros días, mereció la condición de Monumento Nacional el 21 de febrero de 1995.
La Iglesia Parroquial Mayor, otras de las joyas de la villa espirituana, terminada en 1680, y la más antigua construcción fechada en la ciudad, figura también en el registro del Patrimonio Nacional con su estilo mudéjar, su nave central y su torre campanario de tres cuerpos, características que la definen como una pieza de valores singulares en el concierto de la arquitectura religiosa cubana. Monumentos Nacionales son también en la jurisdicción espirituana, merced a sus valores patrimoniales, el Centro Histórico Urbano de la villa de Sancti Spíritus y los sitios: Caballete de Casa, donde el Che levantó el campamento de la Columna No. 8 luego de su llegada a la Sierra del Escambray; el Paso de las Damas, lugar donde cayera en combate el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, paladín de las tres guerras de independencia y El Frente Norte de Las Villas, donde las tropas rebeldes dirigidas por Camilo Cienfuegos desplegaron la guerra a finales de 1958.
La provincia de Sancti Spíritus cuenta con 23 Monumentos Locales que merecen ser conservados y protegidos atendiendo a su interés para la historia y la cultura de la localidad en cuestión.
Sería muy largo reseñar cada uno de estos enclaves; baste señalar para tener una idea de su trascendencia varias cuevas que guardan testimonios gráficos del arte rupestre aborigen, la Real Cárcel de Sancti Spíritus, la Casa Natal del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, el batey del antiguo central Narcisa en Yaguajay y el sitio histórico Protesta de Jarao.
Con toda esta riqueza patrimonial Sancti Spíritus se ubica entre los territorios del país en que la identidad tiene mucha tela por donde cortar y se encuentra debidamente protegida por una Comisión Provincial multidisciplinaria que promuevae la conservación y corrige cualquier signo contrario a lo estipulado por las normativas vigentes.
La provincia de Sancti Spíritus cuenta con nueve monumentos nacionales, tres de ellos Patrimonio de la Humanidad, y 23 monumentos locales, incalculable tesoro amparado y protegido por la legislación vigente mediante la Comisión Provincial de Monumentos, que el 8 de septiembre arribó al aniversario 30 de su creación.
Los bienes naturales y culturales que tienen un excepcional valor universal se consideran Patrimonio de la Humanidad. Sancti Spíritus reúne en su demarcación tres de estos bienes, cuyo relieve excepcional fue reconocido por el Comité Intergubernamental del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural de la UNESCO el 8 de diciembre de 1988. Nos estamos refiriendo al Centro Histórico Urbano, el Valle de los Ingenios y a la Torre Manaca Iznaga de la sureña villa trinitaria.
El Centro Histórico Urbano de Trinidad constituye uno de los conjuntos arquitectónicos más notables de América Latina, con un área que reúne 279 edificaciones del siglo XVIII, 729 del XIX y 199 del pasado siglo XX; todas caracterizadas por su tipología doméstica de hechura anónima y popular.
A mediados del siglo XIX Trinidad se detuvo en el tiempo al extinguirse el esplendor alcanzado en la centuria anterior, de manera que estas construcciones llegaron a nuestros días como fiel testimonio de aquel apogeo económico y social sin precedentes.
La Torre Manaca Iznaga de un antiguo ingenio azucarero trinitario está considerada, con sus 43,5 metros de altura y la elegancia arquitectónica de su diseño, la más hermosa de su tipo en el país. Mandada a construir por uno de los patricios trinitarios de la familia Iznaga Borrell, llamaba a los esclavos a las duras faenas en los cañaverales, servía de atalaya para conservar el orden en los extensos campos de caña del Valle de los Ingenios y contó además con un reloj mecánico en su último nivel.
El Valle de los Ingenios, sitio histórico natural ubicado en el centro sur de la isla a lo largo y ancho de 253 kilómetros cuadrados, fue transformado durante trescientos años en un típico sistema de plantación azucarera que trajo la riqueza a los hacendados trinitarios y un esplendor nunca antes conocido a la villa durante la primera mitad del siglo XIX.
La explotación intensiva de las tierras y la miopía de los hacendados lugareños para prever el desbalance económico trajeron consigo la crisis y la ruina para la villa, que había llegado a conseguir la categoría de tercera ciudad en importancia de la isla. Hoy el Valle de los Ingenios conserva para el patrimonio cultural edificado 73 sitios arqueológicos industriales con inestimable valor sobre la industria azucarera de la época colonial.
Los monumentos nacionales designan toda construcción, sitio u objeto, que por su carácter excepcional merezca ser conservado y sea declarado como tal por la Comisión Nacional de Monumentos.
El puente sobre el río Yayabo, concluido en 1831 gracias al aporte de los vecinos de la Villa del Espíritu Santo, único de su tipo en el país con cinco arcadas monumentales y una solidez sorprendente que lo mantiene erguido hasta nuestros días, mereció la condición de Monumento Nacional el 21 de febrero de 1995.
La Iglesia Parroquial Mayor, otras de las joyas de la villa espirituana, terminada en 1680, y la más antigua construcción fechada en la ciudad, figura también en el registro del Patrimonio Nacional con su estilo mudéjar, su nave central y su torre campanario de tres cuerpos, características que la definen como una pieza de valores singulares en el concierto de la arquitectura religiosa cubana. Monumentos Nacionales son también en la jurisdicción espirituana, merced a sus valores patrimoniales, el Centro Histórico Urbano de la villa de Sancti Spíritus y los sitios: Caballete de Casa, donde el Che levantó el campamento de la Columna No. 8 luego de su llegada a la Sierra del Escambray; el Paso de las Damas, lugar donde cayera en combate el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, paladín de las tres guerras de independencia y El Frente Norte de Las Villas, donde las tropas rebeldes dirigidas por Camilo Cienfuegos desplegaron la guerra a finales de 1958.
La provincia de Sancti Spíritus cuenta con 23 Monumentos Locales que merecen ser conservados y protegidos atendiendo a su interés para la historia y la cultura de la localidad en cuestión.
Sería muy largo reseñar cada uno de estos enclaves; baste señalar para tener una idea de su trascendencia varias cuevas que guardan testimonios gráficos del arte rupestre aborigen, la Real Cárcel de Sancti Spíritus, la Casa Natal del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, el batey del antiguo central Narcisa en Yaguajay y el sitio histórico Protesta de Jarao.
Con toda esta riqueza patrimonial Sancti Spíritus se ubica entre los territorios del país en que la identidad tiene mucha tela por donde cortar y se encuentra debidamente protegida por una Comisión Provincial multidisciplinaria que promuevae la conservación y corrige cualquier signo contrario a lo estipulado por las normativas vigentes.
Orígenes culturales de Sancti Spíritus
Por Manuel Echevarría Gómez
Al centro de la geografía insular se ubica Sancti Spíritus, tierra de historias y leyendas que acoge en su demarcación dos de las primeras villas fundadas por el adelantado don Diego Velázquez en 1514.
Cuatrocientos noventa y tres años la han dotado de una incalculable riqueza arquitectónica, musical, literaria y artística, cuyos orígenes nos conducen a los prolegómenos de la identidad.
La cultura musical espirituana adquiere su relieve excepcional en el contexto de la nación gracias a las peculiaridades que confluyen en esta zona del centro de la isla.
La trova debe su peculiar arraigo y trascendencia al influjo de la clave, las tonadas y los puntos yayaberos, que forman parte del fenómeno trovadoresco de la región y tienen una raíz hispánica.
El cancionero tradicional espirituano es fácilmente identificable en autores antológicos como Rafael Gómez (Teofilito), Miguel Companioni, Manolo Gallo y Rafael Rodríguez, entre otros trovadores de reconocido prestigio que dejaron junto a Juan Echemendía las primeras huellas de la identidad en nuestro acervo.
Es Sancti Spíritus cuna de tríos alentadores del mejor legado de la trova y tributarios de una galería de nombres que hicieron época en las noches de serenata y guardan el secreto de la inspiración genuina en el pulso de las cuerdas y el torrente de las voces.
Baste mencionar al legendario trío Miraflores, heredero de la savia que conserva intacto el espíritu de la vieja trova, que es hoy un baluarte de la cultura espirituana por la riqueza de su repertorio y la fidelidad al espíritu de los fundadores.
En materia de artes plásticas Sancti Spíritus se enorgullece con la paternidad de figuras imprescindibles como Amelia Peláez del Casal, que abrió con su obra los cauces de lo moderno en la pintura cubana.
También acuden a la memoria agradecida nombres como el de Oscar Fernández Morera, considerado el primer y más prolijo de los pintores espirituanos.
La provincia cuenta con un sólido movimiento de artesanos que ponen de relieve la artesanía y la alfarería trinitarias, los tejidos con fibras para la confección de sombreros, jabas y objetos ornamentales, y las variantes de añeja tradición heredadas de nuestras abuelas que distinguen el frivolité, la randa y el crochet.
La colonización española introdujo la cultura negra en esta parte de la isla, componente esencial del ajíaco que caracteriza nuestro patrimonio en los municipios de Sancti Spíritus, Trinidad y Yaguajay.
Trinidad es la máxima expresión de la raíz afro en la cultura espirituana con su cabildo de los Congos Reales, los ritos, la música y la expresión danzaria en sus grupos folclóricos con giros melódicos e interpretativos que tienen como patrón a la herencia africana.
En el ámbito literario Sancti Spíritus atesora una pléyade de escritores que ya son historia y cultivaron con acierto la décima.
Habría que mencionar para hacer justicia a los poetas de la espinela José Mariscal Grandales, el Solitario del Llano, y a sus coterráneos Luis Compte Cruz y Bernardo Amador Yunes.
La décima constituye el basamento literario y melódico del punto y las tonadas yayaberas, interpretados por nuestras parrandas campesinas, que tienen en Arroyo Blanco un manera de entonar considerada por los estudiosos de la música como la célula original del punto cubano.
La tradición festiva más importante, dinámica y antigua de la región espirituana es el Santiago, traída por los colonizadores procedentes de Santiago de Compostela, que originalmente tuvo un origen religioso y devino festejo popular potenciado a lo largo de tres siglos por un amplio espectro de expresiones que incluyen arrolladeras, comparsas, carrozas, disfraces, bebidas, calles engalanadas y venta de fiambres.
Otras festividades importantes originarias del territorio y que aún se celebran en los municipios son el San Juan Trinitario, los changüises de Guayos y las parrandas de Zaza del Medio y Yaguajay; las fiestas de san Antonio Abad del Jíbaro en la Sierpe; el San José de Arroyo Blanco en Jatibonico y el San Sebastián del asno en Fomento.
Al centro de la geografía insular se ubica Sancti Spíritus, tierra de historias y leyendas que acoge en su demarcación dos de las primeras villas fundadas por el adelantado don Diego Velázquez en 1514.
Cuatrocientos noventa y tres años la han dotado de una incalculable riqueza arquitectónica, musical, literaria y artística, cuyos orígenes nos conducen a los prolegómenos de la identidad.
La cultura musical espirituana adquiere su relieve excepcional en el contexto de la nación gracias a las peculiaridades que confluyen en esta zona del centro de la isla.
La trova debe su peculiar arraigo y trascendencia al influjo de la clave, las tonadas y los puntos yayaberos, que forman parte del fenómeno trovadoresco de la región y tienen una raíz hispánica.
El cancionero tradicional espirituano es fácilmente identificable en autores antológicos como Rafael Gómez (Teofilito), Miguel Companioni, Manolo Gallo y Rafael Rodríguez, entre otros trovadores de reconocido prestigio que dejaron junto a Juan Echemendía las primeras huellas de la identidad en nuestro acervo.
Es Sancti Spíritus cuna de tríos alentadores del mejor legado de la trova y tributarios de una galería de nombres que hicieron época en las noches de serenata y guardan el secreto de la inspiración genuina en el pulso de las cuerdas y el torrente de las voces.
Baste mencionar al legendario trío Miraflores, heredero de la savia que conserva intacto el espíritu de la vieja trova, que es hoy un baluarte de la cultura espirituana por la riqueza de su repertorio y la fidelidad al espíritu de los fundadores.
En materia de artes plásticas Sancti Spíritus se enorgullece con la paternidad de figuras imprescindibles como Amelia Peláez del Casal, que abrió con su obra los cauces de lo moderno en la pintura cubana.
También acuden a la memoria agradecida nombres como el de Oscar Fernández Morera, considerado el primer y más prolijo de los pintores espirituanos.
La provincia cuenta con un sólido movimiento de artesanos que ponen de relieve la artesanía y la alfarería trinitarias, los tejidos con fibras para la confección de sombreros, jabas y objetos ornamentales, y las variantes de añeja tradición heredadas de nuestras abuelas que distinguen el frivolité, la randa y el crochet.
La colonización española introdujo la cultura negra en esta parte de la isla, componente esencial del ajíaco que caracteriza nuestro patrimonio en los municipios de Sancti Spíritus, Trinidad y Yaguajay.
Trinidad es la máxima expresión de la raíz afro en la cultura espirituana con su cabildo de los Congos Reales, los ritos, la música y la expresión danzaria en sus grupos folclóricos con giros melódicos e interpretativos que tienen como patrón a la herencia africana.
En el ámbito literario Sancti Spíritus atesora una pléyade de escritores que ya son historia y cultivaron con acierto la décima.
Habría que mencionar para hacer justicia a los poetas de la espinela José Mariscal Grandales, el Solitario del Llano, y a sus coterráneos Luis Compte Cruz y Bernardo Amador Yunes.
La décima constituye el basamento literario y melódico del punto y las tonadas yayaberas, interpretados por nuestras parrandas campesinas, que tienen en Arroyo Blanco un manera de entonar considerada por los estudiosos de la música como la célula original del punto cubano.
La tradición festiva más importante, dinámica y antigua de la región espirituana es el Santiago, traída por los colonizadores procedentes de Santiago de Compostela, que originalmente tuvo un origen religioso y devino festejo popular potenciado a lo largo de tres siglos por un amplio espectro de expresiones que incluyen arrolladeras, comparsas, carrozas, disfraces, bebidas, calles engalanadas y venta de fiambres.
Otras festividades importantes originarias del territorio y que aún se celebran en los municipios son el San Juan Trinitario, los changüises de Guayos y las parrandas de Zaza del Medio y Yaguajay; las fiestas de san Antonio Abad del Jíbaro en la Sierpe; el San José de Arroyo Blanco en Jatibonico y el San Sebastián del asno en Fomento.
La Radio y sus siete vidas
Por Lázaro Sarmiento
Ahora mismo, a más de 15 mil 500 millones de Kilómetros de la Tierra, una nave espacial lleva a bordo un conjunto de grabaciones de nuestro planeta: el canto de las ballenas, una partitura de Mozart, la música de los Beatles, el llanto de un bebé... Si mañana, los extraterrestres hicieran contacto con esa embajada tecnológica tendrían en sus manos, antenitas o ventosas, algo muy parecido a un programa de radio.
Entre tanto, cada noche astrónomos en diferentes observatorios de la Tierra tienen la esperanza de escuchar mensajes originados en lejanos puntos de la galaxia. En las cabinas de sus potentes radiotelescopios ellos esperan esas señales tal vez con la misma emoción con la que nuestros abuelos aguardaban las voces de novelas de María Valero, Carlos Badías y Xiomara Fernández.
La radio parece tener siete vidas como los gatos. Lo demostró cuando la televisión, el video casero, los discos compactos, el DVD, las computadoras, Internet y los archivos MP3 entraron en la vida cotidiana de la gente. Este medio ha tenido suficiente astucia para adaptarse al vértigo de montaña rusa de las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Encontró una convivencia que le ha garantizado hasta ahora una respetable cuota de poder mediático.
NO HAY QUE PARECER PEDANTES
1979: El grupo británico Buggles canta una canción donde el video mata a la estrella de la radio. El tema musical se equivocó. 1993: Surge Internet Talk Radio y desde entonces las radio online se multiplican por miles. Avanzan la digitalización y ya algunos países han fijado una fecha para el fin de las transmisiones analógicas. En el baile participan los satélites con sus estaciones a la carta, y más recientemente los podcasting, que superan en todo el planeta, calculadas en torno a las 44 mil. Y desde su entrada en el mercado en octubre de 2001, los iPod no cesan de influir en las audiencias de la radio, principalmente en los jóvenes.
Pero no parezcamos pedantes. Estos datos, fáciles de encontrar en Internet, constituyen solo la parte más glamourosa de una realidad cuyas aristas comienzan a ser visibles en nuestro entorno. A la par, una buena parte del mundo permanece al margen, o retrasado, de muchos de los beneficios que reportan estas tecnologías. La humilde radio comunitaria, acosada en ocasiones por grandes cadenas comerciales, aún tiene por delante una tarea valiosa. También la radio tradicional con sus formatos de toda la vida seguirá siendo por largo tiempo un medio buscado por cientos de millones de personas.
AL ENCUENTRO DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
-2-
Más de un millón de cubanos se graduaron en cursos de computación y electrónica en los últimos veinte años en los Joven Club de Computación Dos millones 482 mil 861 estudiantes utilizaban computadoras. Y en casi todas las escuelas hay máquinas. Hay que sumar las instaladas en los hogares y en numerosas instituciones como el Ministerio de Salud Pública, muchas conectadas a la Red. El fenómeno incluye a los equipos reproductores de audio e imagen, los videojuegos y el intercambio de soportes.
El creciente número de cubanos que manejan una considerable cantidad de información los convierten en oyentes más exigentes. La experiencia con medios digitales influye en la manera en que las jóvenes audiencias se relacionan con la radio. Si de nuevas formase habla en la radio cubana, suponemos que éstas tienen que tener en cuenta al destinatario familiarizado con las Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones.
LO APARENTEMENTE SENCILLO
Ya hay canciones que se hacen populares sin llegar a los programas de radio. La gente dice “este tema musical está sonando por ahí”, y este modesto adverbio de lugar abarca toda una gama de canales: desde la bocina del vecino, los amplificadores de la discoteca, las reproductoras de los vehículos y los minúsculos auriculares del MP3
El acceso a equipos de audio y video y formatos multimedia permite una independencia de la radio y la televisión imposible de imaginar hace diez o quince años. Estas ventajas para un significativo número de personas representan un desafío para creadores y ejecutivos de la radio y establecen las reglas para una competencia saludable.
Los especialistas insisten: “Las innovaciones han dado paso a nuevos formatos mediáticos con nuevos modelos de difusión, consumo y uso de información. Las demarcaciones tradicionales entre público e instituciones mediáticas se entrecruzan”.
Lo aparentemente sencillo no lo es. Para mantener el ritmo de la vida hay que continuar rediseñando esquemas de programación, dinamitar conceptos dinosauricos y profundizar en la diferenciación de perfiles.
Poner el acento cuando sea necesario en la especialización temática. Analizar cómo la experiencia compartida por medios digitales influye en lo que sabemos y en la manera de cómo lo sabemos.
Convertir los destinatarios pasivos en oyentes activos .Aumentar los espacios de participación con multiplicidad de criterios - mejorar la calidad y recepción de la información.
Utilizar el espíritu competitivo para estimular la creación.
-3-
Dejar de sobrevalorar el dato referido al número de temas transmitidos y campañas desarrolladas, y valorar el grado de recepción de los mensajes para no correr el riesgo de hacer una radio al gusto de realizadores y programadores.
Olvidarse de ciertas camisas de fuerza y permitir que los géneros se mezclen - diseñar formatos más dinámicos y entretenidos.
Elaborar una estrategia musical coherente y eficaz, respetuosa con el gusto paro audaz en la intencionalidad. - y –sobre todo- conquistar una mayor cantidad de jóvenes a través de formatos y contenidos que los representen en su diversidad.
LANZAR LA FLECHA Y DAR EN EL BLANCO
No basta con lanzar la flecha. Lo importante es que se clave en el receptor. La radio cubana tiene otro desafío que engloba a los ya citados: que el ritmo de la vida no se quede en la frase retórica. Hacen falta más programas de música especializada y variada, de ciencia, tecnología y medioambiente, y que abordan nuestros deberes como ciudadanos de una pequeña comunidad, un país y un planeta. Por suerte, aquí no existen dramas radiofónicos con jovencitas pobres soñando con el Príncipe azul de melena rubia que las suban a un Ferrari. Tampoco sufrimos la fórmula extendida en las estaciones de más de medio mundo de “música-noticias-tandas comerciales”. No abundan las tertulias basadas en los latidos más frívolos del corazón y las noticias ligth. Y no caigamos en la trampa de la nostalgia. Muy difícil que vuelvan a producirse las audiencias de Cumbres Borrascosas, El Derecho de nacer o Nocturno. Los códigos son otros. Ahora los jóvenes oyen las radionovelas con un mundo de referencias diferentes. Los niños de hoy ya no escuchan los cuentos de “Había una vez” como se contaban hace tres décadas. Su percepción cambió.
EL FUTURO
Mientras en otras esquinas del planeta se piensa en públicos robotizados, en Cuba se busca audiencias a las que la radio proporcione herramientas para disfrutar mejor una obra de teatro, una película o comprender el origen de las especies. Pudiera ser que este empeño genere un perfil de oyentes cada día con menos tiempo para escuchar la radio. Si es así, habrá valido la pena. Y si en otros lugares del Universo seres extraterrestres monitorean las transmisiones de la Tierra, sería deseable que no fuera el spot de una MacDonald ‘s el sonido que captaran sus radiotelescopios. Hay que apostar por el mensaje inteligente.
Ahora mismo, a más de 15 mil 500 millones de Kilómetros de la Tierra, una nave espacial lleva a bordo un conjunto de grabaciones de nuestro planeta: el canto de las ballenas, una partitura de Mozart, la música de los Beatles, el llanto de un bebé... Si mañana, los extraterrestres hicieran contacto con esa embajada tecnológica tendrían en sus manos, antenitas o ventosas, algo muy parecido a un programa de radio.
Entre tanto, cada noche astrónomos en diferentes observatorios de la Tierra tienen la esperanza de escuchar mensajes originados en lejanos puntos de la galaxia. En las cabinas de sus potentes radiotelescopios ellos esperan esas señales tal vez con la misma emoción con la que nuestros abuelos aguardaban las voces de novelas de María Valero, Carlos Badías y Xiomara Fernández.
La radio parece tener siete vidas como los gatos. Lo demostró cuando la televisión, el video casero, los discos compactos, el DVD, las computadoras, Internet y los archivos MP3 entraron en la vida cotidiana de la gente. Este medio ha tenido suficiente astucia para adaptarse al vértigo de montaña rusa de las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Encontró una convivencia que le ha garantizado hasta ahora una respetable cuota de poder mediático.
NO HAY QUE PARECER PEDANTES
1979: El grupo británico Buggles canta una canción donde el video mata a la estrella de la radio. El tema musical se equivocó. 1993: Surge Internet Talk Radio y desde entonces las radio online se multiplican por miles. Avanzan la digitalización y ya algunos países han fijado una fecha para el fin de las transmisiones analógicas. En el baile participan los satélites con sus estaciones a la carta, y más recientemente los podcasting, que superan en todo el planeta, calculadas en torno a las 44 mil. Y desde su entrada en el mercado en octubre de 2001, los iPod no cesan de influir en las audiencias de la radio, principalmente en los jóvenes.
Pero no parezcamos pedantes. Estos datos, fáciles de encontrar en Internet, constituyen solo la parte más glamourosa de una realidad cuyas aristas comienzan a ser visibles en nuestro entorno. A la par, una buena parte del mundo permanece al margen, o retrasado, de muchos de los beneficios que reportan estas tecnologías. La humilde radio comunitaria, acosada en ocasiones por grandes cadenas comerciales, aún tiene por delante una tarea valiosa. También la radio tradicional con sus formatos de toda la vida seguirá siendo por largo tiempo un medio buscado por cientos de millones de personas.
AL ENCUENTRO DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
-2-
Más de un millón de cubanos se graduaron en cursos de computación y electrónica en los últimos veinte años en los Joven Club de Computación Dos millones 482 mil 861 estudiantes utilizaban computadoras. Y en casi todas las escuelas hay máquinas. Hay que sumar las instaladas en los hogares y en numerosas instituciones como el Ministerio de Salud Pública, muchas conectadas a la Red. El fenómeno incluye a los equipos reproductores de audio e imagen, los videojuegos y el intercambio de soportes.
El creciente número de cubanos que manejan una considerable cantidad de información los convierten en oyentes más exigentes. La experiencia con medios digitales influye en la manera en que las jóvenes audiencias se relacionan con la radio. Si de nuevas formase habla en la radio cubana, suponemos que éstas tienen que tener en cuenta al destinatario familiarizado con las Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones.
LO APARENTEMENTE SENCILLO
Ya hay canciones que se hacen populares sin llegar a los programas de radio. La gente dice “este tema musical está sonando por ahí”, y este modesto adverbio de lugar abarca toda una gama de canales: desde la bocina del vecino, los amplificadores de la discoteca, las reproductoras de los vehículos y los minúsculos auriculares del MP3
El acceso a equipos de audio y video y formatos multimedia permite una independencia de la radio y la televisión imposible de imaginar hace diez o quince años. Estas ventajas para un significativo número de personas representan un desafío para creadores y ejecutivos de la radio y establecen las reglas para una competencia saludable.
Los especialistas insisten: “Las innovaciones han dado paso a nuevos formatos mediáticos con nuevos modelos de difusión, consumo y uso de información. Las demarcaciones tradicionales entre público e instituciones mediáticas se entrecruzan”.
Lo aparentemente sencillo no lo es. Para mantener el ritmo de la vida hay que continuar rediseñando esquemas de programación, dinamitar conceptos dinosauricos y profundizar en la diferenciación de perfiles.
Poner el acento cuando sea necesario en la especialización temática. Analizar cómo la experiencia compartida por medios digitales influye en lo que sabemos y en la manera de cómo lo sabemos.
Convertir los destinatarios pasivos en oyentes activos .Aumentar los espacios de participación con multiplicidad de criterios - mejorar la calidad y recepción de la información.
Utilizar el espíritu competitivo para estimular la creación.
-3-
Dejar de sobrevalorar el dato referido al número de temas transmitidos y campañas desarrolladas, y valorar el grado de recepción de los mensajes para no correr el riesgo de hacer una radio al gusto de realizadores y programadores.
Olvidarse de ciertas camisas de fuerza y permitir que los géneros se mezclen - diseñar formatos más dinámicos y entretenidos.
Elaborar una estrategia musical coherente y eficaz, respetuosa con el gusto paro audaz en la intencionalidad. - y –sobre todo- conquistar una mayor cantidad de jóvenes a través de formatos y contenidos que los representen en su diversidad.
LANZAR LA FLECHA Y DAR EN EL BLANCO
No basta con lanzar la flecha. Lo importante es que se clave en el receptor. La radio cubana tiene otro desafío que engloba a los ya citados: que el ritmo de la vida no se quede en la frase retórica. Hacen falta más programas de música especializada y variada, de ciencia, tecnología y medioambiente, y que abordan nuestros deberes como ciudadanos de una pequeña comunidad, un país y un planeta. Por suerte, aquí no existen dramas radiofónicos con jovencitas pobres soñando con el Príncipe azul de melena rubia que las suban a un Ferrari. Tampoco sufrimos la fórmula extendida en las estaciones de más de medio mundo de “música-noticias-tandas comerciales”. No abundan las tertulias basadas en los latidos más frívolos del corazón y las noticias ligth. Y no caigamos en la trampa de la nostalgia. Muy difícil que vuelvan a producirse las audiencias de Cumbres Borrascosas, El Derecho de nacer o Nocturno. Los códigos son otros. Ahora los jóvenes oyen las radionovelas con un mundo de referencias diferentes. Los niños de hoy ya no escuchan los cuentos de “Había una vez” como se contaban hace tres décadas. Su percepción cambió.
EL FUTURO
Mientras en otras esquinas del planeta se piensa en públicos robotizados, en Cuba se busca audiencias a las que la radio proporcione herramientas para disfrutar mejor una obra de teatro, una película o comprender el origen de las especies. Pudiera ser que este empeño genere un perfil de oyentes cada día con menos tiempo para escuchar la radio. Si es así, habrá valido la pena. Y si en otros lugares del Universo seres extraterrestres monitorean las transmisiones de la Tierra, sería deseable que no fuera el spot de una MacDonald ‘s el sonido que captaran sus radiotelescopios. Hay que apostar por el mensaje inteligente.
La guayabera (II y final)
Se dice que fue el presidente Carlos Mendieta (enero, 1934-diciembre, 1935) quien concedió a la guayabera la condición de prenda nacional. No se conoce, sin embargo, el documento que lo acredita. Nadie declaró baile nacional al danzón, pues el proyecto de ley que así lo proclamaría de manera oficial, me dice el musicógrafo Gaspar Marrero, por una razón o por otra, nunca llegó al Parlamento. Eso no fue obstáculo para que el danzón retuviera un título que ya, con justeza, le habían otorgado los bailadores. Con la guayabera debe haber sucedido lo mismo. A falta de documento público que la respaldara, tal vez fueron los mismos que la vestían los se empeñaron en reconocer la cubanía de aquella camisa fresca, decorosa, elegante, transparente.
ENTRA EN PALACIO
Ya en los años 40 de la pasada centuria la guayabera empieza a generalizarse e imponerse en La Habana. Se usa mucho para asistir a las academias de baile y se complementa con un lazo de mariposa. Cobra fuerza gracias al Partido Auténtico. La política nacionalista de esa organización pone de relieve todo lo genuinamente cubano. Con el doctor Ramón Grau San Martín la guayabera entra en Palacio.
En junio de 1947, el escritor guatemalteco Manuel Galich, entonces magistrado de la Junta Electoral de su país, viene a La Habana con la misión secreta del presidente Juan José Arévalo de entregar un mensaje y una gruesa suma de dinero al movimiento que aquí se preparaba para derrocar al sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo; la famosa y frustrada expedición de cayo Confites. Como el brazo de Trujillo era largo y muy hábil su aparato de espionaje, Arévalo advierte a Galich que extreme las precauciones y no haga pública su presencia en la capital cubana hasta no haber cumplido su tarea. Se instalaría en un hotel discreto, no abordaría vehículo alguno, evitaría conversar con desconocidos y, memorizando el mapa de la ciudad, llegaría a pie a la casa de Malecón cerca de Prado, donde vivía el parlamentario Enrique Cotubanana Henríquez, dominicano de nacimiento y uno de los jefes del movimiento antitrujillista. “Para que mi ropa no me singularizara entre los peatones comunes y corrientes, escribe Galich, incluso fui provisto de una guayabera”.
El senador Eduardo Chibás la usó muchísimo. Cuando en la sala de armas del Capitolio se bate a sable, el 13 de junio de 1947, con el también senador y ministro Carlos Prío, Chibás se presenta al lance con guayabera y pantalones blancos, mientras que su rival lo hace con pantalón gris y chaqueta azul. Chibás viste también de guayabera el 4 de junio de 1949 cuando, indultado, sale a las doce de la noche del Castillo del Príncipe, donde guardó prisión por denunciar el alza de las tarifas eléctricas. Por cierto, mientras se prepara en su celda para la salida, pide a su secretaria, Conchita Fernández, que vaya a su casa y le traiga un par de calcetines que le combinen con la corbata de lazo que piensa ponerse. Una multitud fervorosa y entusiasta de militantes ortodoxos aguardaba por Chibás en la esquina de Carlos III y Zapata y fue tan efusiva la acogida que le dispensó que aquella guayabera quedó hecha jirones.
También usó guayabera el joven abogado Fidel Castro. En la galería de las figuras más destacadas del año 53 que publicó la revista Bohemia a comienzos del año siguiente, el caricaturista Juan David presenta a Fidel en guayabera. Volvería a usarla el Comandante en Jefe en ocasión de la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, Colombia. Fue una sorpresa para los que seguían a través de la TV la apertura de aquella cita. Pero no lo fue menos para los que acompañaban a la delegación de alto nivel. El fotógrafo Liborio Noval contó a este escribidor que cuando por los altavoces anunciaron la llegada del presidente cubano, buscó con el teleobjetivo su figura enfundada en el mítico uniforme verde olivo de siempre y vio en la distancia un punto blanco en quien identificó a Fidel. Después de tantos años de uniforme, el Comandante escogía la cubanísima guayabera para su primera aparición pública en traje de paisano.
USO Y ABUSO
Si Grau hace de la guayabera una especie de traje de corte, Prío, su sucesor y discípulo, no siente por ella el mismo aprecio. Le parece poco apropiada para ciertos actos protocolares, la saca del tercer piso de Palacio, donde radicaban las habitaciones privadas del presidente, y la destierra de los eventos oficiales. Pero ya la guayabera se había apoderado de las vitrinas de las mejores tiendas y conquistaba espacio en los anuncios comerciales. A esas alturas, la capital era un inmenso almacén de guayaberas que amenazaba desplazar cualquier otro estilo de traje varonil, algo que no tenía antecedentes históricos ni tradición y tan serio y grave que alteraba hasta nuestros modos de vivir, decía en 1948 Isabel Fernández de Amado Blanco.
Eso motivó que las señoras del Lyceum Lawn Tennis Club, del Vedado, convocaran a un ciclo de conferencias sobre el uso y abuso de la guayabera, tema que en cuatro jueves sucesivos abordaron Rafael Suárez Solís, Herminia del Portal, Francisco Ichaso y la propia Isabel de Amado Blanco. Todos le hicieron reparos a la guayabera, pero ninguno se le opuso de frente. Para don Rafael, era correcto que el ministro de Obras Públicas inspeccionase en guayabera los proyectos que ejecutaba su departamento, pero le causaba horror ver a un enguayaberado ministro de Educación someter a los estudiantes al sol de junio y al fango de una oratoria sudada como la camiseta de un estibador. Para ese infatigable periodista, la guayabera tenía sus momentos y sus horas. A su juicio podía usarse sin reserva como uniforme de trabajo y siempre hasta las seis de la tarde, hora en que podía disponerse su envío al tren de lavado.
Para Ichaso, la guayabera no pasaba de un traje regional, que tenía por tanto carácter de disfraz fuera del ámbito en que se creó. Precisaba: “Cuando la persona quiere estar vestida, en el sentido pleno de esta palabra, acude al ropero universal, no a la guardarropía local. El hombre de la ciudad, cuando se viste a la moda de su región, sabe que se aparta de los usos urbanos y que ese apartamento solo puede ser transitorio. Si se convierte en definitivo, es que el hombre ha desertado de la ciudad”. Añadía que entre la guayabera y el traje media la misma distancia que entre la sabrosura y la civilización, y concluía que en ocasiones no queda otro remedio que sudar el privilegio de no ser salvajes.
El clima, aseveraron los disertantes del Lyceum, no justificaba el abuso que se hacía de la guayabera. Ni tampoco su precio porque era una prenda cara. Tenía que ser de hilo del mejor y su confección exigía de costureras experimentadas. Durante años se confeccionaron a la medida y la necesidad de confiar su cuidado a buenas planchadoras encarecía su costo. A fines de los años 40, y después, una buena guayabera valía tanto como un traje barato. En 1953, en la sastrería El Gallo, de La Habana, el precio de una guayabera de bramante de hilo puro era de doce pesos, en tanto que un traje cruzado o natural de celanese, en blanco o en colores, con dos pantalones, importaba 38; 35 un traje de frescolana, también con dos pantalones, y casi diez pesos un pantalón de ese tejido. Seis años antes, esto es, en 1947, en la tienda El Arte, de Reina, 61, en la capital, se podía comprar por 35 pesos un traje de dril 100, y por 30, uno de crah de lino.
Hoy, esas cifras parecerán ridículas. No se olvide, sin embargo, que hasta 1952, el salario mínimo en Cuba era de 46 pesos mensuales. Y que todavía a fines de esa década el salario de una maestra normalista en una escuela privada, por solo poner un ejemplo, no pasaba de 40.
SE ABARATA
Parecía la guayabera haber ganado ya terreno suficiente cuando, en 1955, una disposición de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo la sacó de los juzgados. Magistrados, jueces, fiscales ni abogados defensores podían concurrir a sus tareas si no lo hacían con cuello y corbata.
Es por esa época –fines de los 50- que la guayabera se abarata. No es ya solo de hilo; podía ser de algodón. Su hechura se simplifica. Deja de ser blanca, la manga no siempre es larga y los habituales botones de nácar pasan a ser corrientes.
Triunfa la Revolución y la guayabera se repliega hasta desaparecer. Para algunos era símbolo de una época superada de politiqueros y manengues. El país sufre agresiones económicas, sabotajes, invasiones y actos terroristas y padece carencias de todo tipo. Hay movilizaciones constantes. Lo mismo se convoca a un trabajo productivo que a un entrenamiento militar. El uniforme de las Milicias Nacionales parece resultar válido no solo para cumplir con las exigencias de ese cuerpo popular armado, sino para todas las tareas cotidianas, e incluso para asistir a ceremonias tan solemnes como una boda o un velorio. Algunos utilizaban para el paseo y la diversión la ropa de trabajo, por basta que fuera, hasta que en tiendas de la cadena Amistad aparecieron las muy demandadas entonces camisas Yumurí.
Es por esa época –finales de los 70- que la guayabera reaparece tímidamente. De manga larga. Con pliegues y alforzas, pero no ya de hilo, sino de poliéster, y no siempre blanca. Era un lujo llegar a poseer una de ellas. No demoró en volver a abaratarse. Cuando se inauguró, en 1979, en ocasión de la Sexta Cumbre de los Países No Alineados, el Palacio de Convenciones de La Habana, los que asistieron a ese evento y a los que le seguirían, encontraron que porteros, gastronómicos y oficiales de salas –hombres y mujeres- de la instalación, lucían las mismas guayaberas que delegados e invitados. Y a partir de ahí fue, y sigue siéndolo en algunos establecimientos, prenda de uso corriente en la gastronomía de la Isla. Los jóvenes, por su parte, la rechazan por verla como símbolo del burócrata en funciones oficiales.
Diseñadores cubanos de prestigio cambiaron su estructura, materiales y colores y tienen en sus colecciones variantes de la prenda, tanto para hombres como para mujeres. Muy famosas son las camisolas habaneras de Mercy Nodarse, merecedoras de un importante galardón internacional, y las de Nancy Pelegrín, así como las de Emiliano Nelson, que les incorporó el deshilachado. Hoy una buena guayabera en el exterior puede llegar a los 700 dólares. Como afirma el narrador Lisandro Otero, sigue siendo una camisa que dignifica la informalidad y simplifica las galas. Símbolo de la despreocupación vestimentaria. Del espíritu festivo. De la sencillez y el relajamiento reposado.
RAZONES SOBRADAS
Expresión y símbolo de cubanía, y espirituana por más señas es la guayabera. Razones sobradas tiene Sancti Spíritus entonces para tomarla como centro de un proyecto de reanimación cultural que varios intelectuales, encabezados por el periodista y conductor de la radio Carlos Figueroa y la promotora Helena Farfán, presentaron a la Dirección Provincial de Cultura, que lo aprobó y calorizó en conjunto con otras entidades de la vida cultural y social de la provincia y el gobierno local. En su primera convocatoria, Los días de la guayabera fueron un éxito. Reafirmó la existencia de un público receptivo y entusiasta que llenó todos los espacios y que empieza a asumir esa prenda típica también como un nexo de su ciudad con el resto de Cuba, el Caribe y el mundo.
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08/12/2007 04:59
ENTRA EN PALACIO
Ya en los años 40 de la pasada centuria la guayabera empieza a generalizarse e imponerse en La Habana. Se usa mucho para asistir a las academias de baile y se complementa con un lazo de mariposa. Cobra fuerza gracias al Partido Auténtico. La política nacionalista de esa organización pone de relieve todo lo genuinamente cubano. Con el doctor Ramón Grau San Martín la guayabera entra en Palacio.
En junio de 1947, el escritor guatemalteco Manuel Galich, entonces magistrado de la Junta Electoral de su país, viene a La Habana con la misión secreta del presidente Juan José Arévalo de entregar un mensaje y una gruesa suma de dinero al movimiento que aquí se preparaba para derrocar al sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo; la famosa y frustrada expedición de cayo Confites. Como el brazo de Trujillo era largo y muy hábil su aparato de espionaje, Arévalo advierte a Galich que extreme las precauciones y no haga pública su presencia en la capital cubana hasta no haber cumplido su tarea. Se instalaría en un hotel discreto, no abordaría vehículo alguno, evitaría conversar con desconocidos y, memorizando el mapa de la ciudad, llegaría a pie a la casa de Malecón cerca de Prado, donde vivía el parlamentario Enrique Cotubanana Henríquez, dominicano de nacimiento y uno de los jefes del movimiento antitrujillista. “Para que mi ropa no me singularizara entre los peatones comunes y corrientes, escribe Galich, incluso fui provisto de una guayabera”.
El senador Eduardo Chibás la usó muchísimo. Cuando en la sala de armas del Capitolio se bate a sable, el 13 de junio de 1947, con el también senador y ministro Carlos Prío, Chibás se presenta al lance con guayabera y pantalones blancos, mientras que su rival lo hace con pantalón gris y chaqueta azul. Chibás viste también de guayabera el 4 de junio de 1949 cuando, indultado, sale a las doce de la noche del Castillo del Príncipe, donde guardó prisión por denunciar el alza de las tarifas eléctricas. Por cierto, mientras se prepara en su celda para la salida, pide a su secretaria, Conchita Fernández, que vaya a su casa y le traiga un par de calcetines que le combinen con la corbata de lazo que piensa ponerse. Una multitud fervorosa y entusiasta de militantes ortodoxos aguardaba por Chibás en la esquina de Carlos III y Zapata y fue tan efusiva la acogida que le dispensó que aquella guayabera quedó hecha jirones.
También usó guayabera el joven abogado Fidel Castro. En la galería de las figuras más destacadas del año 53 que publicó la revista Bohemia a comienzos del año siguiente, el caricaturista Juan David presenta a Fidel en guayabera. Volvería a usarla el Comandante en Jefe en ocasión de la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, Colombia. Fue una sorpresa para los que seguían a través de la TV la apertura de aquella cita. Pero no lo fue menos para los que acompañaban a la delegación de alto nivel. El fotógrafo Liborio Noval contó a este escribidor que cuando por los altavoces anunciaron la llegada del presidente cubano, buscó con el teleobjetivo su figura enfundada en el mítico uniforme verde olivo de siempre y vio en la distancia un punto blanco en quien identificó a Fidel. Después de tantos años de uniforme, el Comandante escogía la cubanísima guayabera para su primera aparición pública en traje de paisano.
USO Y ABUSO
Si Grau hace de la guayabera una especie de traje de corte, Prío, su sucesor y discípulo, no siente por ella el mismo aprecio. Le parece poco apropiada para ciertos actos protocolares, la saca del tercer piso de Palacio, donde radicaban las habitaciones privadas del presidente, y la destierra de los eventos oficiales. Pero ya la guayabera se había apoderado de las vitrinas de las mejores tiendas y conquistaba espacio en los anuncios comerciales. A esas alturas, la capital era un inmenso almacén de guayaberas que amenazaba desplazar cualquier otro estilo de traje varonil, algo que no tenía antecedentes históricos ni tradición y tan serio y grave que alteraba hasta nuestros modos de vivir, decía en 1948 Isabel Fernández de Amado Blanco.
Eso motivó que las señoras del Lyceum Lawn Tennis Club, del Vedado, convocaran a un ciclo de conferencias sobre el uso y abuso de la guayabera, tema que en cuatro jueves sucesivos abordaron Rafael Suárez Solís, Herminia del Portal, Francisco Ichaso y la propia Isabel de Amado Blanco. Todos le hicieron reparos a la guayabera, pero ninguno se le opuso de frente. Para don Rafael, era correcto que el ministro de Obras Públicas inspeccionase en guayabera los proyectos que ejecutaba su departamento, pero le causaba horror ver a un enguayaberado ministro de Educación someter a los estudiantes al sol de junio y al fango de una oratoria sudada como la camiseta de un estibador. Para ese infatigable periodista, la guayabera tenía sus momentos y sus horas. A su juicio podía usarse sin reserva como uniforme de trabajo y siempre hasta las seis de la tarde, hora en que podía disponerse su envío al tren de lavado.
Para Ichaso, la guayabera no pasaba de un traje regional, que tenía por tanto carácter de disfraz fuera del ámbito en que se creó. Precisaba: “Cuando la persona quiere estar vestida, en el sentido pleno de esta palabra, acude al ropero universal, no a la guardarropía local. El hombre de la ciudad, cuando se viste a la moda de su región, sabe que se aparta de los usos urbanos y que ese apartamento solo puede ser transitorio. Si se convierte en definitivo, es que el hombre ha desertado de la ciudad”. Añadía que entre la guayabera y el traje media la misma distancia que entre la sabrosura y la civilización, y concluía que en ocasiones no queda otro remedio que sudar el privilegio de no ser salvajes.
El clima, aseveraron los disertantes del Lyceum, no justificaba el abuso que se hacía de la guayabera. Ni tampoco su precio porque era una prenda cara. Tenía que ser de hilo del mejor y su confección exigía de costureras experimentadas. Durante años se confeccionaron a la medida y la necesidad de confiar su cuidado a buenas planchadoras encarecía su costo. A fines de los años 40, y después, una buena guayabera valía tanto como un traje barato. En 1953, en la sastrería El Gallo, de La Habana, el precio de una guayabera de bramante de hilo puro era de doce pesos, en tanto que un traje cruzado o natural de celanese, en blanco o en colores, con dos pantalones, importaba 38; 35 un traje de frescolana, también con dos pantalones, y casi diez pesos un pantalón de ese tejido. Seis años antes, esto es, en 1947, en la tienda El Arte, de Reina, 61, en la capital, se podía comprar por 35 pesos un traje de dril 100, y por 30, uno de crah de lino.
Hoy, esas cifras parecerán ridículas. No se olvide, sin embargo, que hasta 1952, el salario mínimo en Cuba era de 46 pesos mensuales. Y que todavía a fines de esa década el salario de una maestra normalista en una escuela privada, por solo poner un ejemplo, no pasaba de 40.
SE ABARATA
Parecía la guayabera haber ganado ya terreno suficiente cuando, en 1955, una disposición de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo la sacó de los juzgados. Magistrados, jueces, fiscales ni abogados defensores podían concurrir a sus tareas si no lo hacían con cuello y corbata.
Es por esa época –fines de los 50- que la guayabera se abarata. No es ya solo de hilo; podía ser de algodón. Su hechura se simplifica. Deja de ser blanca, la manga no siempre es larga y los habituales botones de nácar pasan a ser corrientes.
Triunfa la Revolución y la guayabera se repliega hasta desaparecer. Para algunos era símbolo de una época superada de politiqueros y manengues. El país sufre agresiones económicas, sabotajes, invasiones y actos terroristas y padece carencias de todo tipo. Hay movilizaciones constantes. Lo mismo se convoca a un trabajo productivo que a un entrenamiento militar. El uniforme de las Milicias Nacionales parece resultar válido no solo para cumplir con las exigencias de ese cuerpo popular armado, sino para todas las tareas cotidianas, e incluso para asistir a ceremonias tan solemnes como una boda o un velorio. Algunos utilizaban para el paseo y la diversión la ropa de trabajo, por basta que fuera, hasta que en tiendas de la cadena Amistad aparecieron las muy demandadas entonces camisas Yumurí.
Es por esa época –finales de los 70- que la guayabera reaparece tímidamente. De manga larga. Con pliegues y alforzas, pero no ya de hilo, sino de poliéster, y no siempre blanca. Era un lujo llegar a poseer una de ellas. No demoró en volver a abaratarse. Cuando se inauguró, en 1979, en ocasión de la Sexta Cumbre de los Países No Alineados, el Palacio de Convenciones de La Habana, los que asistieron a ese evento y a los que le seguirían, encontraron que porteros, gastronómicos y oficiales de salas –hombres y mujeres- de la instalación, lucían las mismas guayaberas que delegados e invitados. Y a partir de ahí fue, y sigue siéndolo en algunos establecimientos, prenda de uso corriente en la gastronomía de la Isla. Los jóvenes, por su parte, la rechazan por verla como símbolo del burócrata en funciones oficiales.
Diseñadores cubanos de prestigio cambiaron su estructura, materiales y colores y tienen en sus colecciones variantes de la prenda, tanto para hombres como para mujeres. Muy famosas son las camisolas habaneras de Mercy Nodarse, merecedoras de un importante galardón internacional, y las de Nancy Pelegrín, así como las de Emiliano Nelson, que les incorporó el deshilachado. Hoy una buena guayabera en el exterior puede llegar a los 700 dólares. Como afirma el narrador Lisandro Otero, sigue siendo una camisa que dignifica la informalidad y simplifica las galas. Símbolo de la despreocupación vestimentaria. Del espíritu festivo. De la sencillez y el relajamiento reposado.
RAZONES SOBRADAS
Expresión y símbolo de cubanía, y espirituana por más señas es la guayabera. Razones sobradas tiene Sancti Spíritus entonces para tomarla como centro de un proyecto de reanimación cultural que varios intelectuales, encabezados por el periodista y conductor de la radio Carlos Figueroa y la promotora Helena Farfán, presentaron a la Dirección Provincial de Cultura, que lo aprobó y calorizó en conjunto con otras entidades de la vida cultural y social de la provincia y el gobierno local. En su primera convocatoria, Los días de la guayabera fueron un éxito. Reafirmó la existencia de un público receptivo y entusiasta que llenó todos los espacios y que empieza a asumir esa prenda típica también como un nexo de su ciudad con el resto de Cuba, el Caribe y el mundo.
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08/12/2007 04:59
La guayabera (I)
Esta semana me fui a Sancti Spíritus. A trabajar, que es para lo único que me invitan. Sucede que la Dirección Provincial de Cultura de ese territorio comenzó a organizar a partir de este mes Los días de la guayabera, proyecto de reanimación cultural que pretende revitalizar esa prenda típica como nexo indiscutible de la ciudad con el resto de Cuba y el Caribe. Quieren sus organizadores que esas jornadas desemboquen en la Fiesta de la Guayabera, celebración que identificará a la provincia, potenciará nuevas formas de expresión para sus artistas y escritores y procurará la sistematicidad de su vida cultural al proponer acciones también en áreas y grupos desfavorecidos socialmente. Excelente idea que debe contar con el concurso de instituciones y personalidades, tanto locales como de la nación.
LA LEYENDA
¿Y por qué ese interés de los espirituanos en la guayabera? ¿Nació la guayabera en Sancti Spíritus? En verdad, no hay documentación que avale su nacimiento en tierras del Yayabo. Pero justo es decir enseguida que no existe tampoco documentación en sentido contrario y que ninguna otra región cubana ha discutido a Sancti Spíritus la paternidad de la prenda. La primitiva yayabera se extendió por las provincias vecinas, y fue trochana en Ciego de Ávila y camagüeyana, en Camagüey sin perder el cuño que le imprimieron los espirituanos.
Se dice que en 1709 arribó a la villa del Yayabo un matrimonio conformado por los andaluces José Pérez Rodríguez y Encarnación Núñez García. José era alfarero y a los tres meses de su llegada había construido ya una nave de madera para su taller. Se dice asimismo que un buen día el matrimonio recibió una pieza de tela de lino o hilo que mandaron a buscar o les remitieron sus familiares desde España y que José pidió a Encarnación que le confeccionase con ella camisas sueltas, de mangas largas, para usar por fuera del pantalón y con bolsillos grandes a fin de llevar en ellos la fuma y otros efectos personales. La mujer acometió el encargo y a los pocos meses aquellas camisas se popularizaron en la comarca.
Este suceso tiene varios detractores. Aseguran que en dicha fecha las disposiciones de la Real Compañía de Comercio que regían entre la metrópoli y la colonia, prohibían tales envíos y que, por otra parte, tampoco había comunicación entre España y Sancti Spíritus. Esa prohibición resulta a la larga poco significativa, a mi juicio, pues los andaluces pudieron haber obtenido su paquete de tela por la vía del contrabando o comercio de rescate tan en boga entonces.
Es inconcebible que un hecho meramente doméstico como la confección de una o varias camisas quedara registrado en la historia, y con tanto lujo de detalles: fecha, nombre de los protagonistas, diseño de la ropa… como para que los historiadores del futuro pudieran proclamar, sin sombra de duda, que ahí nació la guayabera. La historia de José y Encarnación es tan perfecta que no deja más alternativa que la de dudar de su veracidad. Pero marca el inicio de la leyenda de la guayabera o fija la entrada de la guayabera en la leyenda.
Nuestros guajiros del siglo XIX no la usaron. La literatura de la época los describe cubiertos con camisas azules o “de listado”, que usaban generalmente por fuera del pantalón. Constantes de su ajuar cotidiano eran el sombrero de yarey, el machete al cinto, los zapatos de vaqueta y un pañuelito atado al cuello para enjugar el sudor, mientras que reservaban el mejor atuendo para las salidas al pueblo y a la valla de gallos. Esteban Pichardo no recoge la palabra guayabera en su Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, que alcanza, en vida del autor, su cuarta edición en 1875, y hasta donde sé tampoco lo hace Manuel Martínez Moles en su vocabulario del espirituano. Aparecerá, sí, en Leonela, novela de Nicolás Heredia publicada en 1893, pero que cuenta una historia anterior al estallido, en 1868, de la Guerra de los Diez Años. En ella, don Cosme, un hacendado ganadero y maderero, llega a su casa de la ciudad procedente de la finca, donde pasa la mayor parte del tiempo, y se quita la guayabera, dice el narrador, como si se quitara el pellejo para someterse por unos días a la vida ciudadana. Desconozco si hay en la literatura menciones a la guayabera anteriores a esta de Heredia, pero es la más antigua que logré localizar, y que nos dice que no era en ese tiempo camisa de ciudad, pero tampoco de campesino pobre.
NO VA A LA GUERRA
Para este, lo usual en ese entonces era la chamarreta, que era asimismo una prenda con faldillas y mangas estrechas. Y es la chamarreta y no la guayabera la que se fue a la manigua. En la Guerra Grande, el Ejército Libertador careció de uniforme. El mambí se vestía como podía, con las ropas de la ciudad o del campo a su alcance. A Honorato del Castillo lo representan en combate con la camisa hecha jirones, y se habla de Serafín Sánchez y Carlos Roloff con la camisa dentro del pantalón. Ya en el 95, Martí alude a la chamarreta en su Diario. Charito Bolaños cosió para los libertadores durante toda la Guerra de Independencia. Los generales Alberto Nodarse, Mayía Rodríguez y García Menocal se vestían con lo que salía de sus manos. Jamás remitió una guayabera a la manigua, solo chamarretas. María Elena Molinet, hija de un general de la Independencia, investigó este asunto desde dentro pues fue la directora de vestuario de películas como Baraguá y La primera carga al machete, y acopió más de 120 fotos de mambises en la manigua. Ninguno viste de guayabera. Manuel Serafín Pichardo escribió a comienzos de la República el soneto “Soy cubano”, que gozó de una popularidad enorme y que todavía en los años 50 se incluía en los libros de Lectura de nuestra enseñanza primaria. Dice en su estrofa inicial: “Visto calzón de dril y chamarreta / que con el cinto del machete entallo. / En la guerra volaba mi caballo / al sentir mi zapato de vaqueta”.
A PARTIR DE LA CAMISA
Desciende de la camisa, la prenda de vestir más antigua que se conoce. Un tubo más o menos ancho con cuatro aberturas: una, para la cabeza; otra, para la parte baja del torso, y dos para los brazos. La camisa evolucionó desde la Edad Media. Se confeccionó de algodón, de hilo, de seda. Fue más ancha o más estrecha. Con adornos. Sin adornos. Una prenda interior. Unisex. Con los años perdió los puños y el escote y se hizo prenda exterior, protegida o no por levitas, sacos y chaquetas. En Cuba, los más humildes usaron la camisa hecha de algodón basto.
“¿Cuándo esa camisa se transformó en guayabera? ¿Cuándo y quién empezó a coser pliegues en las camisas hasta convertirlos en alforzas, reforzó el borde y las aberturas inferiores, hizo los primeros picos al canesú del frente y al de la espalda? El nacimiento de la guayabera no es obra de una sola persona y todavía falta por determinar a partir de qué momento se convirtió en prenda elegante, fresca, blanca, muy bien almidonada y planchada, que se podía llevar sin corbata”, escribía, en la revista Sol y Son, María Elena Molinet.
Resulta muy difícil enmarcar el surgimiento y evolución de la ropa popular tradicional. Tanto, que en 1948, Herminia del Portal de Novás Calvo, al consumir su turno en un ciclo de conferencias sobre el uso y el abuso de la guayabera, convocado por la sociedad Lyceum, del Vedado, aseguró que buena parte de la historia de esa prenda había transcurrido ante sus ojos y los de los otros disertantes y que ninguno tenía memoria ni podía dar fe de ella.
El testimonio gráfico más remoto que de la guayabera llega a nosotros data de 1906. Pero la palabra guayabera, como cubanismo, no se legitima hasta 1921, cuando Constantito Suárez la incluye en su Vocabulario cubano. . El autor, a quien apodaban El Españolito, la describe como una “especie de camisa de hombre, con bolsillos en la pechera y en los costados, muy adornada con pliegues y lorzas de la misma tela, que se usa sin chaqueta y con las faldas por fuera, por encima del pantalón, al exterior”. Añade Constantino Suárez: “Es una prenda de vestir, muy generalizada y típica, del campesino cubano”.
PRENDA NACIONAL
Ya para esa fecha la guayabera no era la misma que lucía don Cosme en Leonela. De la chamarreta y la camisa campesina surge, en la década del 1920, la guayabera clásica, que terminaría imponiéndose, después de 1940, como prenda nacional. Habrá que precisar cuánto debe esa guayabera a sastres, camiseros y costureras de Sancti Spíritus y Zaza del Medio.
La guayabera, en su nueva versión, ganó pronto las ciudades del interior, pero no le fue fácil conquistar La Habana. Referencias a ella en la capital aparecen a cuentagotas, y no siempre son de fácil comprobación. Se dice que fue el mayor general José Miguel Gómez, espirituano por añadidura, quien la trajo. Otros aseguran que, más que traerla, lo que hizo fue enseñar a otros políticos a usarla en sus giras por el interior. El presidente Zayas, cuando los Veteranos y Patriotas se alzaron en Cienfuegos, en 1924, se despojó del saco y la corbata, se cubrió con una fresca guayabera y salió a discutir con los amotinados. Le bastó una libreta de cheques para convencerlos de que depusieran su beligerancia. En 1926, Jorge Mañach publica sus Estampas de San Cristóbal; en una de sus páginas tres campesinos se estiran las mangas de sus estrujadas guayaberas antes de fotografiarse. Machado, en guayabera y con un fusil en la mano, se aprestó a la defensa del Palacio Presidencial cuando supo de la insubordinación del batallón número 1 de Artillería, el 11 de agosto de 1933. En esa época, se dice, la guayabera fue el uniforme de la Policía Judicial y de la Porra. No hemos podido comprobar esa afirmación. De todas formas, su uso era tan limitado que puede casi calificarse de nulo. No se ve a nadie vistiéndola en el cine ni en las fotos de prensa de la época y Abela no vistió al Bobo de guayabera, sino de traje.
Escribe el poeta Nicolás Guillén: “Después de la caída de Machado las costumbres cubanas experimentaron cierta modificación, al menos en sus signos exteriores. A los generales de la Guerra de Independencia, muchos con barbas, todos con bigotes, sucedió una generación lampiña y expeditiva que se corrompió rápidamente […] y que hizo tabla rasa de muchos hábitos populares heredados del siglo XIX. Los sargentos ascendieron a coroneles, los soldados se paseaban por las calles vestidos de oficiales, el pueblo colgó el saco, tiró el sombrero, desanudó la corbata, se alivió, en fin, de aquella vestimenta traída de un clima que no es nuestro, y la cual era considerada hasta entonces sine qua non”.
Todavía en 1941 se exigía el saco o la chaqueta para acceder a la platea de un cine de barrio; no así a la llamada tertulia. Una noche de ese año un juez de apellido Alfonso, que era amigo o conocido de mi padre y a quien yo también conocí de niño, sacó su entrada para la platea del cine San Francisco, en Lawton. El portero le impidió la entrada porque el juez vestía una elegante guayabera de manga larga. Alfonso reclamó su derecho porque esa camisa, enfatizó, era la prenda nacional. De momento, perdió la batalla, pero ganó la guerra y a partir de ahí pudo entrarse a los cines también en guayabera.
Con eso de prenda nacional tocamos un extremo que nadie ha esclarecido con la fundamentación necesaria. ¿En qué momento recibe la guayabera dicho título? ¿Quién se lo otorga? Lo veremos el próximo domingo.
08/12/2007 05:03
LA LEYENDA
¿Y por qué ese interés de los espirituanos en la guayabera? ¿Nació la guayabera en Sancti Spíritus? En verdad, no hay documentación que avale su nacimiento en tierras del Yayabo. Pero justo es decir enseguida que no existe tampoco documentación en sentido contrario y que ninguna otra región cubana ha discutido a Sancti Spíritus la paternidad de la prenda. La primitiva yayabera se extendió por las provincias vecinas, y fue trochana en Ciego de Ávila y camagüeyana, en Camagüey sin perder el cuño que le imprimieron los espirituanos.
Se dice que en 1709 arribó a la villa del Yayabo un matrimonio conformado por los andaluces José Pérez Rodríguez y Encarnación Núñez García. José era alfarero y a los tres meses de su llegada había construido ya una nave de madera para su taller. Se dice asimismo que un buen día el matrimonio recibió una pieza de tela de lino o hilo que mandaron a buscar o les remitieron sus familiares desde España y que José pidió a Encarnación que le confeccionase con ella camisas sueltas, de mangas largas, para usar por fuera del pantalón y con bolsillos grandes a fin de llevar en ellos la fuma y otros efectos personales. La mujer acometió el encargo y a los pocos meses aquellas camisas se popularizaron en la comarca.
Este suceso tiene varios detractores. Aseguran que en dicha fecha las disposiciones de la Real Compañía de Comercio que regían entre la metrópoli y la colonia, prohibían tales envíos y que, por otra parte, tampoco había comunicación entre España y Sancti Spíritus. Esa prohibición resulta a la larga poco significativa, a mi juicio, pues los andaluces pudieron haber obtenido su paquete de tela por la vía del contrabando o comercio de rescate tan en boga entonces.
Es inconcebible que un hecho meramente doméstico como la confección de una o varias camisas quedara registrado en la historia, y con tanto lujo de detalles: fecha, nombre de los protagonistas, diseño de la ropa… como para que los historiadores del futuro pudieran proclamar, sin sombra de duda, que ahí nació la guayabera. La historia de José y Encarnación es tan perfecta que no deja más alternativa que la de dudar de su veracidad. Pero marca el inicio de la leyenda de la guayabera o fija la entrada de la guayabera en la leyenda.
Nuestros guajiros del siglo XIX no la usaron. La literatura de la época los describe cubiertos con camisas azules o “de listado”, que usaban generalmente por fuera del pantalón. Constantes de su ajuar cotidiano eran el sombrero de yarey, el machete al cinto, los zapatos de vaqueta y un pañuelito atado al cuello para enjugar el sudor, mientras que reservaban el mejor atuendo para las salidas al pueblo y a la valla de gallos. Esteban Pichardo no recoge la palabra guayabera en su Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, que alcanza, en vida del autor, su cuarta edición en 1875, y hasta donde sé tampoco lo hace Manuel Martínez Moles en su vocabulario del espirituano. Aparecerá, sí, en Leonela, novela de Nicolás Heredia publicada en 1893, pero que cuenta una historia anterior al estallido, en 1868, de la Guerra de los Diez Años. En ella, don Cosme, un hacendado ganadero y maderero, llega a su casa de la ciudad procedente de la finca, donde pasa la mayor parte del tiempo, y se quita la guayabera, dice el narrador, como si se quitara el pellejo para someterse por unos días a la vida ciudadana. Desconozco si hay en la literatura menciones a la guayabera anteriores a esta de Heredia, pero es la más antigua que logré localizar, y que nos dice que no era en ese tiempo camisa de ciudad, pero tampoco de campesino pobre.
NO VA A LA GUERRA
Para este, lo usual en ese entonces era la chamarreta, que era asimismo una prenda con faldillas y mangas estrechas. Y es la chamarreta y no la guayabera la que se fue a la manigua. En la Guerra Grande, el Ejército Libertador careció de uniforme. El mambí se vestía como podía, con las ropas de la ciudad o del campo a su alcance. A Honorato del Castillo lo representan en combate con la camisa hecha jirones, y se habla de Serafín Sánchez y Carlos Roloff con la camisa dentro del pantalón. Ya en el 95, Martí alude a la chamarreta en su Diario. Charito Bolaños cosió para los libertadores durante toda la Guerra de Independencia. Los generales Alberto Nodarse, Mayía Rodríguez y García Menocal se vestían con lo que salía de sus manos. Jamás remitió una guayabera a la manigua, solo chamarretas. María Elena Molinet, hija de un general de la Independencia, investigó este asunto desde dentro pues fue la directora de vestuario de películas como Baraguá y La primera carga al machete, y acopió más de 120 fotos de mambises en la manigua. Ninguno viste de guayabera. Manuel Serafín Pichardo escribió a comienzos de la República el soneto “Soy cubano”, que gozó de una popularidad enorme y que todavía en los años 50 se incluía en los libros de Lectura de nuestra enseñanza primaria. Dice en su estrofa inicial: “Visto calzón de dril y chamarreta / que con el cinto del machete entallo. / En la guerra volaba mi caballo / al sentir mi zapato de vaqueta”.
A PARTIR DE LA CAMISA
Desciende de la camisa, la prenda de vestir más antigua que se conoce. Un tubo más o menos ancho con cuatro aberturas: una, para la cabeza; otra, para la parte baja del torso, y dos para los brazos. La camisa evolucionó desde la Edad Media. Se confeccionó de algodón, de hilo, de seda. Fue más ancha o más estrecha. Con adornos. Sin adornos. Una prenda interior. Unisex. Con los años perdió los puños y el escote y se hizo prenda exterior, protegida o no por levitas, sacos y chaquetas. En Cuba, los más humildes usaron la camisa hecha de algodón basto.
“¿Cuándo esa camisa se transformó en guayabera? ¿Cuándo y quién empezó a coser pliegues en las camisas hasta convertirlos en alforzas, reforzó el borde y las aberturas inferiores, hizo los primeros picos al canesú del frente y al de la espalda? El nacimiento de la guayabera no es obra de una sola persona y todavía falta por determinar a partir de qué momento se convirtió en prenda elegante, fresca, blanca, muy bien almidonada y planchada, que se podía llevar sin corbata”, escribía, en la revista Sol y Son, María Elena Molinet.
Resulta muy difícil enmarcar el surgimiento y evolución de la ropa popular tradicional. Tanto, que en 1948, Herminia del Portal de Novás Calvo, al consumir su turno en un ciclo de conferencias sobre el uso y el abuso de la guayabera, convocado por la sociedad Lyceum, del Vedado, aseguró que buena parte de la historia de esa prenda había transcurrido ante sus ojos y los de los otros disertantes y que ninguno tenía memoria ni podía dar fe de ella.
El testimonio gráfico más remoto que de la guayabera llega a nosotros data de 1906. Pero la palabra guayabera, como cubanismo, no se legitima hasta 1921, cuando Constantito Suárez la incluye en su Vocabulario cubano. . El autor, a quien apodaban El Españolito, la describe como una “especie de camisa de hombre, con bolsillos en la pechera y en los costados, muy adornada con pliegues y lorzas de la misma tela, que se usa sin chaqueta y con las faldas por fuera, por encima del pantalón, al exterior”. Añade Constantino Suárez: “Es una prenda de vestir, muy generalizada y típica, del campesino cubano”.
PRENDA NACIONAL
Ya para esa fecha la guayabera no era la misma que lucía don Cosme en Leonela. De la chamarreta y la camisa campesina surge, en la década del 1920, la guayabera clásica, que terminaría imponiéndose, después de 1940, como prenda nacional. Habrá que precisar cuánto debe esa guayabera a sastres, camiseros y costureras de Sancti Spíritus y Zaza del Medio.
La guayabera, en su nueva versión, ganó pronto las ciudades del interior, pero no le fue fácil conquistar La Habana. Referencias a ella en la capital aparecen a cuentagotas, y no siempre son de fácil comprobación. Se dice que fue el mayor general José Miguel Gómez, espirituano por añadidura, quien la trajo. Otros aseguran que, más que traerla, lo que hizo fue enseñar a otros políticos a usarla en sus giras por el interior. El presidente Zayas, cuando los Veteranos y Patriotas se alzaron en Cienfuegos, en 1924, se despojó del saco y la corbata, se cubrió con una fresca guayabera y salió a discutir con los amotinados. Le bastó una libreta de cheques para convencerlos de que depusieran su beligerancia. En 1926, Jorge Mañach publica sus Estampas de San Cristóbal; en una de sus páginas tres campesinos se estiran las mangas de sus estrujadas guayaberas antes de fotografiarse. Machado, en guayabera y con un fusil en la mano, se aprestó a la defensa del Palacio Presidencial cuando supo de la insubordinación del batallón número 1 de Artillería, el 11 de agosto de 1933. En esa época, se dice, la guayabera fue el uniforme de la Policía Judicial y de la Porra. No hemos podido comprobar esa afirmación. De todas formas, su uso era tan limitado que puede casi calificarse de nulo. No se ve a nadie vistiéndola en el cine ni en las fotos de prensa de la época y Abela no vistió al Bobo de guayabera, sino de traje.
Escribe el poeta Nicolás Guillén: “Después de la caída de Machado las costumbres cubanas experimentaron cierta modificación, al menos en sus signos exteriores. A los generales de la Guerra de Independencia, muchos con barbas, todos con bigotes, sucedió una generación lampiña y expeditiva que se corrompió rápidamente […] y que hizo tabla rasa de muchos hábitos populares heredados del siglo XIX. Los sargentos ascendieron a coroneles, los soldados se paseaban por las calles vestidos de oficiales, el pueblo colgó el saco, tiró el sombrero, desanudó la corbata, se alivió, en fin, de aquella vestimenta traída de un clima que no es nuestro, y la cual era considerada hasta entonces sine qua non”.
Todavía en 1941 se exigía el saco o la chaqueta para acceder a la platea de un cine de barrio; no así a la llamada tertulia. Una noche de ese año un juez de apellido Alfonso, que era amigo o conocido de mi padre y a quien yo también conocí de niño, sacó su entrada para la platea del cine San Francisco, en Lawton. El portero le impidió la entrada porque el juez vestía una elegante guayabera de manga larga. Alfonso reclamó su derecho porque esa camisa, enfatizó, era la prenda nacional. De momento, perdió la batalla, pero ganó la guerra y a partir de ahí pudo entrarse a los cines también en guayabera.
Con eso de prenda nacional tocamos un extremo que nadie ha esclarecido con la fundamentación necesaria. ¿En qué momento recibe la guayabera dicho título? ¿Quién se lo otorga? Lo veremos el próximo domingo.
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