Por Manuel Echevarría Gómez
Al centro de la geografía insular se ubica Sancti Spíritus, tierra de historias y leyendas que acoge en su demarcación dos de las primeras villas fundadas por el adelantado don Diego Velázquez en 1514.
Cuatrocientos noventa y tres años la han dotado de una incalculable riqueza arquitectónica, musical, literaria y artística, cuyos orígenes nos conducen a los prolegómenos de la identidad.
La cultura musical espirituana adquiere su relieve excepcional en el contexto de la nación gracias a las peculiaridades que confluyen en esta zona del centro de la isla.
La trova debe su peculiar arraigo y trascendencia al influjo de la clave, las tonadas y los puntos yayaberos, que forman parte del fenómeno trovadoresco de la región y tienen una raíz hispánica.
El cancionero tradicional espirituano es fácilmente identificable en autores antológicos como Rafael Gómez (Teofilito), Miguel Companioni, Manolo Gallo y Rafael Rodríguez, entre otros trovadores de reconocido prestigio que dejaron junto a Juan Echemendía las primeras huellas de la identidad en nuestro acervo.
Es Sancti Spíritus cuna de tríos alentadores del mejor legado de la trova y tributarios de una galería de nombres que hicieron época en las noches de serenata y guardan el secreto de la inspiración genuina en el pulso de las cuerdas y el torrente de las voces.
Baste mencionar al legendario trío Miraflores, heredero de la savia que conserva intacto el espíritu de la vieja trova, que es hoy un baluarte de la cultura espirituana por la riqueza de su repertorio y la fidelidad al espíritu de los fundadores.
En materia de artes plásticas Sancti Spíritus se enorgullece con la paternidad de figuras imprescindibles como Amelia Peláez del Casal, que abrió con su obra los cauces de lo moderno en la pintura cubana.
También acuden a la memoria agradecida nombres como el de Oscar Fernández Morera, considerado el primer y más prolijo de los pintores espirituanos.
La provincia cuenta con un sólido movimiento de artesanos que ponen de relieve la artesanía y la alfarería trinitarias, los tejidos con fibras para la confección de sombreros, jabas y objetos ornamentales, y las variantes de añeja tradición heredadas de nuestras abuelas que distinguen el frivolité, la randa y el crochet.
La colonización española introdujo la cultura negra en esta parte de la isla, componente esencial del ajíaco que caracteriza nuestro patrimonio en los municipios de Sancti Spíritus, Trinidad y Yaguajay.
Trinidad es la máxima expresión de la raíz afro en la cultura espirituana con su cabildo de los Congos Reales, los ritos, la música y la expresión danzaria en sus grupos folclóricos con giros melódicos e interpretativos que tienen como patrón a la herencia africana.
En el ámbito literario Sancti Spíritus atesora una pléyade de escritores que ya son historia y cultivaron con acierto la décima.
Habría que mencionar para hacer justicia a los poetas de la espinela José Mariscal Grandales, el Solitario del Llano, y a sus coterráneos Luis Compte Cruz y Bernardo Amador Yunes.
La décima constituye el basamento literario y melódico del punto y las tonadas yayaberas, interpretados por nuestras parrandas campesinas, que tienen en Arroyo Blanco un manera de entonar considerada por los estudiosos de la música como la célula original del punto cubano.
La tradición festiva más importante, dinámica y antigua de la región espirituana es el Santiago, traída por los colonizadores procedentes de Santiago de Compostela, que originalmente tuvo un origen religioso y devino festejo popular potenciado a lo largo de tres siglos por un amplio espectro de expresiones que incluyen arrolladeras, comparsas, carrozas, disfraces, bebidas, calles engalanadas y venta de fiambres.
Otras festividades importantes originarias del territorio y que aún se celebran en los municipios son el San Juan Trinitario, los changüises de Guayos y las parrandas de Zaza del Medio y Yaguajay; las fiestas de san Antonio Abad del Jíbaro en la Sierpe; el San José de Arroyo Blanco en Jatibonico y el San Sebastián del asno en Fomento.
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