Por Carlo Figueroa
El Hombre que nos falta está en la esquina, puede llamarse Juan o Perico, tener 15 o 78 años, ser negro, blanco o mulato, heterosexual o gay, mickey, rafta o roquero, varón, hembra o metrosexual, estudiante, campesino o mecánico. Lo importante no es de donde procede, a qué se dedica o cuales son sus preferencias de cualquier tipo. El hombre y la mujer que nos falta en los medios de comunicación cubanos es el que anda a pie, el que no ha estado ni aspira a visitar Tropicana o el Gran Teatro de La Habana. Es simplemente un gran ausente, un olvidado que se entretiene ante la televisión y sigue creyendo que los locutores de la radio son gente bonita y buenas personas. Es el gran ausente, en el que casi nadie repara y al que supuestamente están dedicados todos los espacios posibles, incluyendo la internet.
Para algunos su presencia no es importante, digamos que es circunstancial o un elemento decorativo del montaje dramatúrgico de los noticiarios. Cuando aparece es para afirmar o negar, rara vez es juez o parte del discurso. Su criterio, cuando se tiene en cuenta, responde más a una jugarreta premeditada que al ejercicio pleno de la responsabilidad cívica y humanística de los medios.
Su ausencia ha creado en los últimos años un enroque desvirtuado de la realidad que transmitimos. “Todos quieren estar en el Noticiero”, dice Carlos Varela en su canción “El humo del tren”, y no se equivoca. Tanto en la radio como en la Televisión la Cuba profunda no existe y cuando por un ¿error? tiene un chance es muy poco lo que tiene o le dejan aportar. Se confunde la Cuba profunda con los logros, éxitos y conquistas productivas de unos cuantos, aquellos que lo hacen bien de acuerdo con los modelos preestablecidos.
De ahí que la gran mayoría no se vea ni se escuche representada y de paso, siga considerando que los responsables de todo lo bueno, lo santificado y lo malo del país sea únicamente aquello que recibe durante las interminables horas de emisión de los canales televisivos y las estaciones de radio.
Para suerte de la historia iconogránica cubana desde hace varios años un grupo de realizadores de cine y video viene pujando una importante obra testimonial que como el Noticiero ICAIC de Santiago Alvarez – y salvando todas las distancias – podría ser el referente que mañana se exhiba como una mínima muestra de cómo era el Hombre de la esquina. Esas producciones, que siguen siendo tildadas con toda justicia de independientes, corren también -como un buen chiste del destino-, la otredad, el silencio y no pasan de exhibirse de vez en cuando para “cumplir la norma” de tenerlas en cuenta. Sabemos que cuando pasan el umbral de los medios masivos de comunicación con alcance nacional es por la enorme presión de los emails, las gestiones de los mecenas del momento o el error de algún programador.
La cantidad de documentales, cortos de ficción y otros que se producen desde esa otra variante “independiente” es, a pesar de los muchos intentos, precaria, limitada por su origen. Y es que las buenas intenciones no alcanzan a resolver un problema mayor: la necesidad de abrir las pantallas y los micrófonos, de escuchar y escucharnos, de disentir, de estar o no de acuerdo con el entorno que vivimos.
Es cierto que muchas de las decisiones de ese silencio casi permanente del otro en los medios pasa por el tamiz del edulcorado criterio de nuestros funcionarios, pero también por el acomodamiento y la incapacidad heredada por los realizadores para enfrentar y asumir un discurso aglutinador, diverso, multipolar y competitivo. Pasa por la estrechez de los modelos de programación y la vista corta de los comunicadores que siguen creyendo que radio, televisión, cine e Internet son lugares para entretener desde los espectáculos banales, que se educa al prójimo con didactismos aburridos, se deben decir las verdades con enmascaramientos humorísticos y tantas otras barbaridades.
De otro lado, la malformación académica de los realizadores y su desconocimiento del público para el que trabajan ponen a temblar cualquier intento de cambio en los modelos de gestión cultural de los medios de comunicación en el país.
Recientemente, durante la última edición de los Premios Caracol, el periodista y realizador radial Lázaro Sarmiento recordaba que “más de un millón de cubanos se graduaron en cursos de computación y electrónica en los últimos veinte años en los Joven Club de Computación Dos millones 482 mil 861 estudiantes utilizaban computadoras. Y en casi todas las escuelas hay máquinas. Hay que sumar las instaladas en los hogares y en numerosas instituciones como el Ministerio de Salud Pública, muchas conectadas a la Red. El fenómeno incluye a los equipos reproductores de audio e imagen, los videojuegos y el intercambio de soportes.” Sarmiento nos recuerda, además, que …”El creciente número de cubanos que manejan una considerable cantidad de información los convierten en oyentes más exigentes.” También es cierto que “El acceso a equipos de audio y video y formatos multimedia permite una independencia de la radio y la televisión imposible de imaginar hace diez o quince años. Estas ventajas para un significativo número de personas representan un desafío para creadores y ejecutivos (…) y establecen las reglas para una competencia saludable.”
Más recientemente, otro colega, el santiaguero Reynaldo Cedeño en un enjundioso segundo análisis del programa “Mediodía en TV” publicado en la Internet también se sumaba a la preocupación afirmando: “Los medios de la televisión nacional no pueden actuar como eternos “colonizadores”, secuestrar la imagen del país y suplantarla con referentes solamente capitalinos. En esa materia no vale la política del centro y la periferia. Por eso, no es cuestión de agradecer a ningún programa que se abra a todo el país como un “mérito” ni un “favor”; sino que se precisa un cambio de filosofía: concertar esfuerzos para que desde las provincias, se conforme un canal de transmisión cotidiano, pensado y verdaderamente nacional. Pero, mientras la reticencia se deshiela, mientras las sinrazones caen, creo sinceramente que a estas alturas, la función de ventana a la cultura nacional, merecerían cumplirla otros espacios de la TV de alcance nacional, con otros equipos y conductores de mayor solidez, para bien de la cultura cubana.”
En el Séptimo Congreso de la UNEAC, todavía muchos recordamos la intervención muy publicitada por su importancia del Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, quien llamaba en sus reflexiones al respeto por el otro, por el campesino que trabaja y al que no tenemos derecho a cuestionarle sus ganancias sin saber “lo que ha costado a su propietario sacar el fruto de la tierra.” Todavía se comentan sus palabras cuando dijo: “Es necesario que cuando vean pasar a uno cualquiera de nosotros, que sea singular, lo respeten y lo estimen; que no digan nunca, como afirmábamos al principio de la Revolución: «Ahí va un negrito»; que no digan nunca más: «Ahí va un homosexual», (…) ya que tanto hemos luchado por la libertad, que se respete nuestra singularidad.”
Pero todos estos asuntos y muchos otros, insisto, tienen una causa sobre la que invito hoy a reflexionar: El Hombre que nos falta está en la esquina y su voz en la sobremesa de todos los días, pero casi nunca en los medios de comunicación. Cuando se empiece a tomar en cuenta lo que piensa y lo que cree de nuestra realidad, de sus mejores y peores aciertos, empezaremos a ganar un terreno imprescindible para cualquiera que se decida a tener los medios como trinchera: que todos estén ahí, no importa de donde vengan ni hacia donde van.
1 comentario:
Indiscutiblemente a este artículo no le sobra ni le falta una sola palabra. Es la realidad que parece nos convoca cada día y no queremos escuchar.
Yo recuerdo en mi programa, El Triángulo de la Confianza a una viejita que necesitaba tratarse la vista, que si tendría que ir a Venezuela para resolver ese problema y verse allí con un médico cubano. Yo como moderador no tuve que hacer mucho, rápidamente otros oyentes le dijeron que siempre los primeros turnos oftalmológicos eran para cubanos de a pie, y que luego, llegaba la guagua de Pasacaballos con los hermanos latinoamericanos que venían a atenderse en La Operación Milagro. Sin embargo, ella dijo su opinión y fue un rica confrontación a la que no debemos temer.
Como esa tengo muchas anécdotas, pero solo un programa radial de 45 minutos no va a resolver la falta del hombre que nos falta en la radio. Además, si esa confrontación si hiciera cotidiana: lo permitirían los decisores de los medios?.
Todo está en comenzar, en no auto censurarnos. Que nos censuren otros... tal vez.
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