viernes, 7 de noviembre de 2008

Eduardo Dimas, las corbatas y el saber demasiado

Por Carlo Figueroa

Fueron casi cinco años tomando café en las mañanas. Llegaba impecablemente vestido de saco y con la corbata en el bolsillo. Compartimos la misma taza o el mismo vaso cientos de veces, hablamos de lo humano y lo divino, pero mucho de política, de los vericuetos de la administración norteamericana, de las virtudes de su pueblo y los empecinamientos hegemónicos. Es el privilegio que me queda junto a un montón de buenos consejos que Eduardo Dimas me ofreció día a día sin que mediara más que un café y algunos cigarrillos fumados con apuro.
Para cualquier comunicador es un reto sentarse al lado de un periodista de su tamaño y Haciendo Radio de Radio Rebelde me otorgó la gracia. Son esas y no otras, las pequeñas y grandes cosas que nos llevamos en silencio cuando la ocasión te permite vivir trabajando al lado de hombres inteligentes y humildes que nunca se muestran ilustres, pero lo son por derecho propio.
Era un estudioso capaz de dormir unas pocas horas al día y permanecer un montón de ellas ante la computadora desentrañando conflictos, avizorando situaciones que otros pocas veces encontraban con tanto acierto. Tenía una afición particular por las corbatas que eran – me dijo un día – “anudadas y derechas como la ética profesional.” Su colección era tema constante entre nosotros. Rara vez las repetía, quizás por ser consecuente con sus palabras y la ética que como periodista supo irradiar y mantener firme y derecha, sin concesiones ni remilgos.
Eduardo Dimas fue parte de muchos sucesos, tenía historias asombrosas que contar, pero la humildad que conocimos los que crecimos más a su lado, siempre nos dejó verlas como algo natural, como parte de las ingencias a las que nos enfrentamos cuando elegimos esta profesión.
Uno de esos días de café y cigarrillo apurado en el pasillo de los estudios de Rebelde pronunció una frase que todavía repito: “saber mucho es un delito”. Sigo citándolo sin saber a ciencia cierta si era propia o la había aprendido o leído en algún lugar. Prefiero creer que era el resultado de su basta experiencia, del testimonio que reunió por años defendiendo a Cuba y su derecho a la libre determinación, a construir el país que queremos las cubanas y los cubanos.
Dimas admiraba a Fidel y amaba a su familia en la misma dimensión que admiraba y amaba al periodismo, la Radio y la Televisión Cubanas, de las que fue uno de sus profesionales más altos. Recordarlo es poco, anudarme firme la corbata y exhibirla derecha mientras me tome un café y siga fumándome un cigarrillo con apuro, es la mejor forma de ser consecuente con el delito de saber demasiado de este mundo nuestro, como el siempre quizo.

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