Por Carlos Figueroa.
Los muchachos hacían cola desde temprano en el paseo de la ciudad. Era día de carnaval y los vendedores ambulantes dormían sobre el escaso césped que queda entre el asfalto y el concreto. Estaban dormitando en viejos catres de lona y aluminio que de tanto llevarlos de un lado a otro de la isla, eran parte de sus vidas, un brazo o una pierna más de su cuerpo a los cuales le otorgaron la doble función de cama y mostrador, vitrina tropical capaz de someterse a las duras pruebas del viajante sin rumbo.
Cuando estuvieron de pie, otra vez dispuestos a largas horas de pregones y ventas, los vendedores desplegaron sobre los utilísimos catres toda suerte de camisetas, jeans, adornos para el pelo, collares y bisutería de la más rancia estirpe del duplicado, de la copia cuasi perfecta de los productos de la modernidad, de lo último que se usa en Miami y Cancún, en Manaos o Nevada, Santiago de Chile o Marbella. Y los muchachos – curiosos seguidores de lo actual -, revisaron todo, indagaron por los precios, buscaron sus tallas. Algunos se llevaron su compra como trofeo para exhibirlo en la noche. Otros, prefirieron trocar en plena avenida su vestimenta, por aquella de marca falsa, pero de otra marca mejor, dijeron.
Y así, la ciudad se fue llenando de muchachas y muchachos con anuncios de Adidas, Nike, USARMY, D & G, o los rostros felices de los reguetoneros de éxito, los rokeros de siempre… Y así se fue armando el conjunto, la masa uniforme que luego, con los destellos del carnaval y el alcohol los convertían en atractivos, gente a la moda, burdas imitaciones de muchachas y muchachos de otros mundos tan ambulantes como los vendedores. Eran los tontos danzantes de un fenómeno que desde la crisis económica del último decenio del siglo XX cubano, comenzó a inundarlo todo: la globalización de la sociedad como respuesta a la carta. Una respuesta que, sin embargo, encontró su sedimento a pesar de todos los esfuerzos por contrarrestarlos y permanece todavía inmaculada y fértil.
II
En realidad, la globalización está reñida entre dos vertientes teóricas que la ubican en primera instancia como algo tan viejo como el mundo, es decir, que es tan antigua como la llegada de Cristóbal Colón a tierras americanas o, para ir más lejos, en la expansión de Roma por Europa y África. De otro lado, están los que afirman que es un fenómeno reciente, tan cercano a la Coca Cola o Elvis Presley como al imperio de Bill Gates.
La primera de estas versiones teóricas es hija directa de la llamada escuela histórica, que sostiene que “la globalización constituye una parte natural de la sociedad humana.”
Los que afirman que es un fenómeno reciente, basan sus argumentos en que la globalización aparece con el fin de la llamada Guerra Fría, cuando el mundo se dividió en Oriente y Occidente, en la revolución tecnológica y en la victoria de las vertientes neoliberales dentro del sistema capitalista. Es decir, para estos últimos la globalización no tiene algo más de tres lustros de edad, estamos apenas en sus inicios.
Si continuamos por este último camino – el más reconocido hoy -, se pudiera explicar el por qué millones de personas en todo el planeta todavía no entienden cual es el trillo por el que andamos en esta era, ni pueden (quizá no lo desean) definir los momentos de transición en que vivimos. Es por ese camino que llegamos a comprender mejor las razones que asisten a la juventud cubana de hoy a intentar aparentar desde la falsedad de la copia salida de un oscuro taller de cualquier parte de la isla, sin apenas reparar en el acto globalizador como “proceso” y como “ideología”.
Separar estos dos conceptos resulta importante para evitar las manipulaciones, repeticiones insulsas y hasta maniqueas de lo que llamamos Globalización y que tanto nos aterra hoy en día.
Hay, efectivamente, algunos procesos que tienen un carácter global, como los mitos y realidades que se tejen alrededor de la sociedad de la información o del conocimiento. Lo mismo ocurre con nociones “como la de “sociedad postindustrial”, “sociedad postcapitalista”, “sociedad de consumo”, “era postmoderna”, etcétera.”
Pero el término Globalización entraña también una lectura ideológica al presentarse como la fórmula ideal para resolver a corto, mediano y largo plazo los problemas que tenemos los habitantes de este planeta. De ahí que si las muchachas y los muchachos cubanos no pueden comprar en las boutiques o tiendas de marca de Londres o New York, un grupo de timadores oficializados con patentes de ventas, le ofrezcan en inescrupuloso accionar, las variantes reproductivas de sus vestuarios y lencerías.
Se dice – para colmo de males – que con la Globalización el sufrimiento que produce la hambruna desaparecerá, como también quedarán al campo la pobreza, la desigualdad… A medida que la Globalización se afinca, se fortalece, los problemas de hoy serán historietas para pulpa, asunto de reciclaje y recuperación de materias primas.
III
Siendo justos, la Globalización es en sí un fenómeno contradictorio que tiene dos caras:
CARA 1: Integra toda la tecnología, el mundo financiero y los medios de comunicación.
CARA 2: Lleva a la desintegración, crea conflictos étnicos, regionales y tendencias particulares que van en contra de ella misma.
De ello se deduce que estamos ante un proceso que no ha encontrado su centro. Y más: no ha descubierto sus contornos, sus límites, está flotando, impreciso y vapuleado sin que nadie medie (aunque muchos lo anuncien) para utilizarlo en función de nuestros intereses y objetivos sociales e ideológicos.
La Globalización es capaz de poner en peligro la vida política actual y su estatus organizativo centrado en el Estado, al profundizar en las desigualdades entre las naciones y muy especialmente pone en crisis a los más pobres, a los que estamos en la larga lista de la comunidad conocida como Tercer Mundo.
Es sabido que solamente aquellas sociedades que tienen un desarrollo económico fuerte pueden acceder a la Globalización, para el resto es pura vestimenta de ocasión que hunde los estratos sociales, los comprime y convierte en guerreros sin pensamiento, en hombres y mujeres idiotizados por la imagen de lo sólido, de lo afincado per se por la historia a partir de que la civilización europea es la que más se ha interesado por el resto del mundo.
Hoy, en medio de una crisis económica que no vislumbra salida inmediata, estar atentos ante la desesperación de los poderosos es cuestión de orden para los que son excluidos de los debates y no forman parte del grupo decidor. Vale recordar que en la última Cumbre G-20 los países menos favorecidos no estuvieron representados ni fueron escuchados en el intento ¿mundial? por frenar dicha crisis económica global, hija directa de la Globalización histórica. Ellos, los poderosos, cayeron al perder el Estado su monopolio sobre casi todo lo que significa producción de bienes y cual efecto dominó, los menos poderosos deben pagar con más hambre, desintegración… en fin, deben pagar con la Cara 2 de este asunto.
Y por si fuera poco, estamos ante un fenómeno político histórico donde el poder lo ostenta una clase burocrática internacional, nuevos gobernantes salidos de las academias neoliberales que suelen ir muy bien vestidos, amables y sonrientes como corresponde a todo hijo de Harvard. Ese es el criterio de liderazgo en un modelo/otro cuyos centros se crean fuera de las fronteras de las naciones. El centro está en Occidente, bien al norte, y el poder le pertenece a las organizaciones financieras, a los grupos multimedia, a las grandes instituciones internacionales. Olvidando las fronteras nacionales, desfragmentando el planeta, estos grupos gobiernan con mecanismos diabólicos que se ofrecen vestidos de Dior y perfumados con Chanel 5.
IV
Después del 11 de septiembre de 2001, cuando los ataques a las Torres Gemelas de New York y otros objetivos en Estados Unidos, la Globalización encontró un nuevo escenario que justifica aún más sus acciones: la lucha de las civilizaciones.
En esa lucha hay dos civilizaciones que se resisten al sometimiento occidental impuesto por los Estados Unidos y parte de Europa, la china y la musulmana.
En el caso de China, es la nación más grande y dinámica del mundo, con valores de organización del trabajo y de progreso, que representa un peligro potencial para Estados Unidos. La civilización musulmana, controla el 90 por ciento del petróleo del mundo y entrar en conflicto con ella (como sucede ahora mismo), implica para la civilización pro y norteamericana arriesgar sus fuentes externas de abastecimiento del petróleo, lo que también es un peligro.
Esta lucha entre civilizaciones ha llevado a algunos teóricos a decir que estamos en un mundo donde se repite, en cierta medida, la historia de la Roma antigua al vivir una era de bipolaridad, donde se oponen los poderosos (Roma) encerrados en sus propios límites, y los bárbaros (el resto del mundo).
V
Finalmente, agreguemos un proceso del pensamiento humano que alimenta la Globalización contemporánea: la mentalidad de aldea. Todavía no somos capaces de pensar en esas escalas globales y planetarias, aunque vivimos en un mundo muy diversificado, complicado e inestable donde fácilmente las cosas pueden cambiar.
La supuesta teoría de que no podemos mudar las cosas grandes, el limitarnos a las pequeñas porque son las que alcanzamos a dominar, es un vivo ejemplo de la incapacidad que la Globalización nos impone para comprender el mundo en que vivimos, un mundo que ya está globalizado.
Por eso, cuando las muchachas y muchachos hacen filas y se desviven por comprar esas burdas imitaciones de Adidas, Nike, USARMY, D & G, o los rostros felices de los reguetoneros de éxito, los rokeros de siempre, es porque piensan que viven en una pequeña aldea, en una calle, en una casa. Esos son los tamaños, las dimensiones de su imaginación. Esa es su principal contradicción de la que no quieren o no pueden darse cuenta por el desconocimiento y el vivir ajenos a lo que le rodea, no participar de los procesos de una forma democrática, por la ausencia de diálogo y de interacción.
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