Manuel Echevarría Gómez
Un grupo de entusiastas espirituanos, profesionales de diferentes sectores, debutaron el mes de octubre del pasado año como gestores del Proyecto de Reanimación Cultural Día de la Guayabera.
Ha transcurrido un año desde aquel acontecimiento y La Guayabera -bajo cuyo rótulo los lugareños identifican lo que viene sucediendo los terceros viernes y sábados de cada mes- ha demostrado contra todos los pronósticos que su equipo de realización conserva el ánimo y la postura pese a los obstáculos que imponen las carencias materiales impuestos por el bloqueo de EE.UU. a Cuba.
A estas alturas, cuando la criatura está por completar su primer año de vida, los programas concebidos para cada entrega permitieron a los espirituanos disfrutar de puestas en escena de lujo llegadas de la capital, amén de grupos musicales y cantantes de indiscutible relieve en la cultura nacional.
En todo ese tiempo, el proyecto logró involucrar a las instituciones culturales de la ciudad, sobre todo al Consejo Provincial de las Artes Escénicas con sus grupos, que ofrecieron funciones por primera vez en diferentes barriadas; propició además un espacio de reflexión sobre la vida cultural en Sancti Spíritus; también por vez primera hubo venta de artesanía y presentación de tríos en el bulevar, además de muestras patrimoniales o de artistas de la plástica y recitales de poesía.
Surgieron ideas felices como el Caro Bar, con su anfitriona Lourdes Caro; la peña de la Historiadora de la Ciudad y los encuentros en el barrio de Jesús María (Cabildo de Santa Bárbara); los conciertos de la banda de música y los roqueros en el parque central; un simposio sobre diversidad sexual y homofobia, acercamientos a las entidades que previenen las ITS/VIH SIDA; conferencias con personalidades invitadas, un ciber café y otras opciones.
A todo este aval de programación se unen las donaciones de guayaberas que pertenecieron a personalidades de la nación, entre ellas al General de Ejército Raúl Castro, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, que pasarán a formar parte del patrimonio de la ciudad.
Algo que deben conocer los destinatarios del proyecto y los propios especialistas que se cuestionan su vigencia fui a buscarlo en la opinión autorizada de Ana Leese Brizuela, su asesora y consultora de la UNESCO en Cuba, quien aclara que hasta la fecha sólo se han realizado acciones culturales para reanimar, proporcionar espacios y vínculos con el universo poblacional de los Consejos Populares de Jesús María y Colón; pero que la segunda fase conlleva la búsqueda de integración de todas estas personas en la solución de problemas de la comunidad para darle un valor social e incluso generar fuentes de empleo y desarrollo de capacidades.
Para dar cabida a ese empeño quedó listo con lujo de detalles un prospecto que estipula la creación de la Casa de la Guayabera, proyecto definitivo llamado a convertirse en institución cultural, mientras que el Día de la Guayabera pasaría a ser uno de sus subproyectos.
El Proyecto arriba a su primer año de vida y lo celebra del 23 al 26 próximos con una abultada agenda que incluye un coloquio en el Museo de Arte Colonial, donde se debatirá la vigencia de las tradiciones en la cultura local, amén de una mesa redonda que colocará al propio proyecto sobre las coordenadas del diálogo.
Una muestra de Artes Plásticas debida a los artistas Aliosha Díaz y Rafael González abrirá las puertas de la celebración en la galería El Paso; también será presentado el libro Yo tengo la historia, del escritor y periodista Ciro Bianchi Ross, promotor de La Guayabera en la capital del país, y se producirá un nuevo encuentro de los cronistas Gaspar Marrero y Delvis Sarduy en el patio del Sectorial de Cultura en su peña titulada Noche de la nota oculta.
En la mañana del sábado 23, La guayabera se traslada al barrio con las brigadas artísticas que conforman el Contingente Cultural Juan Marinello y presentaciones en los Repartos Kilo-12, 26 de julio, Escribano, Olivos III y Jesús María.
Otras muchas acciones que colman habitualmente el tercer fin de semana de cada mes, como el Caro Bar y las tertulias literarias, serán reactivadas; en la noche del 24 está previsto el concierto del pianista espirituano Miguel Bonachea y sus invitados en la galería de arte para cerrar con broche de oro el primer cumpleaños del proyecto que tan gratas impresiones ha despertado entre los espirituanos.
Conversar y discentir, mostrar las diferencias. La comunicación, la sociedad y la cultura.
jueves, 30 de octubre de 2008
Embajadores de buena voluntad
Manuel Echevarría Gómez
El proyecto de reanimación cultural Día de La Guayabera, que ya cursa por su oncena edición mensual, ha tenido en el periodista y escritor Ciro Bianchi y su esposa, Mayra Gómez, un derrotero de repercusiones inimaginables en la capital del país habida cuenta de la labor que ellos mantienen lozana desde los inicios mismos de la propuesta. En su más reciente visita a Sancti Spíritus les entregué un manojo de preguntas y las respuestas vía correo electrónico han sido tan elocuentes que la entrevista no necesita más circunloquios.
Periodista: ¿Qué corrientes de empatía afectiva o sentimental vinculan a Ciro y Mayra con el proyecto Día de La Guayabera?
Ciro: Mayra es espirituana, de Cabaiguán, y yo siempre he sentido gran atracción y cariño por Sancti Spíritus. En mis tiempos de reportero, cuando recorría la isla de punta a cabo, me gustaba mucho trabajar en ese territorio por la excelente atención que recibía. Por otra parte, conocimos del proyecto desde que comenzó a gestarse, por lo que de alguna manera somos también, modestamente, pioneros de ese propósito.
P: ¿Cómo surgió la idea de reunir guayaberas pertenecientes a personalidades de la cultura y la política?
Mayra: Cuando en octubre del año pasado se celebró la primera jornada del proyecto, el Museo Provincial recibió, donada por sus familiares, una guayabera del doctor Raúl Martínez Torres, figura querida y recordada en la ciudad como médico y por su trabajo en el sector de la Cultura posterior a 1959. Fue entonces que comenté con Ciro la idea de que la proyectada Casa de la Guayabera contara con un salón donde se exhibieran prendas de cubanos ilustres, idea muy bien acogida por los promotores principales del proyecto, y ya de vuelta a La Habana comenzamos a trabajar.
P: ¿Cómo han podido conciliar las donaciones de tantas figuras descollantes de la sociedad cubana actual?
C: Pidiéndoselas. Mayra es experta en eso. Es importante decir que la mayor parte ya conocía el proyecto y eso dice mucho de la significación que ha ido tomando.
P: ¿Qué importancia le confieren a estas prendas que ustedes han gestionado y van entregando al patrimonio del pueblo espirituano?
M: Pienso que Ciro y yo estamos contribuyendo a que Sancti Spíritus tenga un patrimonio único, no repetido en otra parte del país, ni siquiera en la capital. Intuyo que hay gente aquí que se lamenta de haber dejado escapar un proyecto como ese.
P: Una anécdota proverbial a la hora de conseguir una guayabera.
C: Cabría aludir aquí a las guayaberas de Raúl y Vilma. El Presidente Raúl Castro dijo que no quería donar una guayabera cualquiera, sino una que tuviese un valor añadido, bien por las circunstancias en que la usó o por la significación que tuviera para él y terminó donando dos guayaberas que Vilma le diseñó y regaló por un día de su cumpleaños.
P: ¿Sienten que su desinteresado aporte al proyecto les prodiga el reconocimiento que merecen?
M: Ciro se siente muy orgulloso del Escudo que le otorgó la ciudad; lo tiene en un lugar bien visible de la casa y lo muestra a todos los que nos visitan. Yo puedo decir lo mismo de la distinción de Hija Ilustre que me concedió la Asamblea Municipal. Pero déjeme decirle algo: no trabajamos porque se nos reconozca, nuestra recompensa es el solo hecho de poder hacerlo.
P: ¿Cómo valoran la responsabilidad que les compete como embajadores en la capital del país de un proyecto provinciano en lo concerniente a gestión, trasiego y entrega de las guayaberas?
C: Un proyecto de provincia no es forzosamente un proyecto provinciano. Este no lo es. El Día de La Guayabera en su intención y propósito es un empeño eminentemente nacional que se realiza en Sancti Spíritus, y que, por lo que la guayabera tiene de cubana, podría vincular a compatriotas que residen en el exterior. Es un proyecto que ya llama la atención en La Habana y empieza a repercutir fuera de Cuba. Por otra parte, a raíz de su primera jornada se celebró en La Habana un coloquio sobre la prenda y ya hay hasta gente que, incapaces de negar que la guayabera naciera en Sancti Spíritus, trataron al menos de adjudicarse las innovaciones que sufrió a lo largo del tiempo. Hasta un desconocido Rey de la Guayabera ha aparecido de improviso en La Habana, como si no se supiera que el espirituano Ramón Puig es el genuino monarca, y a él se deben las más vistosas guayaberas y sus mayores innovaciones.
P: ¿Ciro y Mayra usan guayaberas?
M: Yo usé un juego de pantalón y camisa que mi madre confeccionó inspirado en la guayabera. Ciro la usa en las ocasiones que lo merecen; como la prenda elegante que es. Por cierto, el uso de la guayabera es cada vez mayor dentro del sector diplomático acreditado en Cuba y las autoridades cubanas.
P: ¿Qué les parece el proyecto? ¿Dónde se pudieran localizar sus lunares?
C: Carlos Figueroa y Elena Farfán, al frente de un equipo de entusiastas, acometen cada mes una tarea titánica. Pese a dificultades y contratiempos, ellos han sabido llevar a la realidad un proyecto ambicioso, que no puede perderse. Falta más apoyo, más repercusión, más resonancia. Urge crear, sin dilación, la Casa de la Guayabera como centro de investigaciones socioculturales. Dicho centro podría ubicarse en la casa natal del Mayor General José Miguel Gómez, combatiente de las tres guerras de Independencia y Presidente de la nación, un hombre con un claro y fuerte ideal antiimperialista que fue quien introdujo en La Habana la guayabera espirituana y enseñó a usarla. Convendría tal vez la creación de un Día nacional de la guayabera.
Las guayaberas entregadas hasta la fecha al patrimonio local pertenecieron a: Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; Vilma Espín, heroína de la Sierra; los vicepresidentes del Consejo de Estado Juan Almeida Bosque y José Ramón Fernández; las heroínas del Moncada Melba Hernández y Haydée Santamaría (un rebozo); el poeta Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas; Harold Gramatges, músico eminente; Miguel Barnet, escritor y presidente de la UNEAC; Pastorita Núñez, legendaria directora del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda al triunfo de la Revolución, y Evelio Rodríguez Plaza, compositor espirituano de un tema dedicado a la guayabera.
El proyecto de reanimación cultural Día de La Guayabera, que ya cursa por su oncena edición mensual, ha tenido en el periodista y escritor Ciro Bianchi y su esposa, Mayra Gómez, un derrotero de repercusiones inimaginables en la capital del país habida cuenta de la labor que ellos mantienen lozana desde los inicios mismos de la propuesta. En su más reciente visita a Sancti Spíritus les entregué un manojo de preguntas y las respuestas vía correo electrónico han sido tan elocuentes que la entrevista no necesita más circunloquios.
Periodista: ¿Qué corrientes de empatía afectiva o sentimental vinculan a Ciro y Mayra con el proyecto Día de La Guayabera?
Ciro: Mayra es espirituana, de Cabaiguán, y yo siempre he sentido gran atracción y cariño por Sancti Spíritus. En mis tiempos de reportero, cuando recorría la isla de punta a cabo, me gustaba mucho trabajar en ese territorio por la excelente atención que recibía. Por otra parte, conocimos del proyecto desde que comenzó a gestarse, por lo que de alguna manera somos también, modestamente, pioneros de ese propósito.
P: ¿Cómo surgió la idea de reunir guayaberas pertenecientes a personalidades de la cultura y la política?
Mayra: Cuando en octubre del año pasado se celebró la primera jornada del proyecto, el Museo Provincial recibió, donada por sus familiares, una guayabera del doctor Raúl Martínez Torres, figura querida y recordada en la ciudad como médico y por su trabajo en el sector de la Cultura posterior a 1959. Fue entonces que comenté con Ciro la idea de que la proyectada Casa de la Guayabera contara con un salón donde se exhibieran prendas de cubanos ilustres, idea muy bien acogida por los promotores principales del proyecto, y ya de vuelta a La Habana comenzamos a trabajar.
P: ¿Cómo han podido conciliar las donaciones de tantas figuras descollantes de la sociedad cubana actual?
C: Pidiéndoselas. Mayra es experta en eso. Es importante decir que la mayor parte ya conocía el proyecto y eso dice mucho de la significación que ha ido tomando.
P: ¿Qué importancia le confieren a estas prendas que ustedes han gestionado y van entregando al patrimonio del pueblo espirituano?
M: Pienso que Ciro y yo estamos contribuyendo a que Sancti Spíritus tenga un patrimonio único, no repetido en otra parte del país, ni siquiera en la capital. Intuyo que hay gente aquí que se lamenta de haber dejado escapar un proyecto como ese.
P: Una anécdota proverbial a la hora de conseguir una guayabera.
C: Cabría aludir aquí a las guayaberas de Raúl y Vilma. El Presidente Raúl Castro dijo que no quería donar una guayabera cualquiera, sino una que tuviese un valor añadido, bien por las circunstancias en que la usó o por la significación que tuviera para él y terminó donando dos guayaberas que Vilma le diseñó y regaló por un día de su cumpleaños.
P: ¿Sienten que su desinteresado aporte al proyecto les prodiga el reconocimiento que merecen?
M: Ciro se siente muy orgulloso del Escudo que le otorgó la ciudad; lo tiene en un lugar bien visible de la casa y lo muestra a todos los que nos visitan. Yo puedo decir lo mismo de la distinción de Hija Ilustre que me concedió la Asamblea Municipal. Pero déjeme decirle algo: no trabajamos porque se nos reconozca, nuestra recompensa es el solo hecho de poder hacerlo.
P: ¿Cómo valoran la responsabilidad que les compete como embajadores en la capital del país de un proyecto provinciano en lo concerniente a gestión, trasiego y entrega de las guayaberas?
C: Un proyecto de provincia no es forzosamente un proyecto provinciano. Este no lo es. El Día de La Guayabera en su intención y propósito es un empeño eminentemente nacional que se realiza en Sancti Spíritus, y que, por lo que la guayabera tiene de cubana, podría vincular a compatriotas que residen en el exterior. Es un proyecto que ya llama la atención en La Habana y empieza a repercutir fuera de Cuba. Por otra parte, a raíz de su primera jornada se celebró en La Habana un coloquio sobre la prenda y ya hay hasta gente que, incapaces de negar que la guayabera naciera en Sancti Spíritus, trataron al menos de adjudicarse las innovaciones que sufrió a lo largo del tiempo. Hasta un desconocido Rey de la Guayabera ha aparecido de improviso en La Habana, como si no se supiera que el espirituano Ramón Puig es el genuino monarca, y a él se deben las más vistosas guayaberas y sus mayores innovaciones.
P: ¿Ciro y Mayra usan guayaberas?
M: Yo usé un juego de pantalón y camisa que mi madre confeccionó inspirado en la guayabera. Ciro la usa en las ocasiones que lo merecen; como la prenda elegante que es. Por cierto, el uso de la guayabera es cada vez mayor dentro del sector diplomático acreditado en Cuba y las autoridades cubanas.
P: ¿Qué les parece el proyecto? ¿Dónde se pudieran localizar sus lunares?
C: Carlos Figueroa y Elena Farfán, al frente de un equipo de entusiastas, acometen cada mes una tarea titánica. Pese a dificultades y contratiempos, ellos han sabido llevar a la realidad un proyecto ambicioso, que no puede perderse. Falta más apoyo, más repercusión, más resonancia. Urge crear, sin dilación, la Casa de la Guayabera como centro de investigaciones socioculturales. Dicho centro podría ubicarse en la casa natal del Mayor General José Miguel Gómez, combatiente de las tres guerras de Independencia y Presidente de la nación, un hombre con un claro y fuerte ideal antiimperialista que fue quien introdujo en La Habana la guayabera espirituana y enseñó a usarla. Convendría tal vez la creación de un Día nacional de la guayabera.
Las guayaberas entregadas hasta la fecha al patrimonio local pertenecieron a: Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; Vilma Espín, heroína de la Sierra; los vicepresidentes del Consejo de Estado Juan Almeida Bosque y José Ramón Fernández; las heroínas del Moncada Melba Hernández y Haydée Santamaría (un rebozo); el poeta Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas; Harold Gramatges, músico eminente; Miguel Barnet, escritor y presidente de la UNEAC; Pastorita Núñez, legendaria directora del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda al triunfo de la Revolución, y Evelio Rodríguez Plaza, compositor espirituano de un tema dedicado a la guayabera.
SALVADOR ALLENDE USABA GUAYABERA
Adelanto de “Allende en persona”, el libro póstumo de Miguel Labarca
Por Miguel Labarca Labarca
Nueve meses después de que el libro “Salvador Allende, Biografía Sentimental” , de Eduardo Labarca, sorprendiera a seguidores y detractores del ex Presidente –no sin que más de alguno de los primeros se escandalizara-, el escritor y sus hermanos anuncian el rescate de la obra perdida de su padre, Miguel. Quien fuera estrecho colaborador del Jefe de Estado dejó tras su muerte la maqueta de una “rica descripción de la personalidad de Salvador Allende, su forma de ver la vida y la experiencia del trabajo con él”. La familia Labarca ha autorizado a CIPER para publicar como adelanto uno de los capítulos del libro, que cuenta dos desconocidas anécdotas del ex Mandatario.
“Hace algunos meses, al ordenar algunos efectos que habían pertenecido a nuestra madre, apareció una caja negra de cartón que no habíamos abierto. Estaba repleta de hojas de papel cebolla ajadas y amarillentas. Era el libro. En realidad se trataba de copias bastante borrosas sacadas con papel carbón. Entre los renglones, en los márgenes y al dorso, abundaban las correcciones y agregados hechos por el autor con lápiz de grafito. Ordenar ese cuerpo fue tarea compleja”.
Así relatan los hermanos Eduardo, Miguel y Margarita Labarca Goddard cómo descubrieron una joya que habían estado buscando desde la muerte de su padre, Miguel Labarca, ocurrida en 1989. La historia de cómo los tres hijos del ex colaborador de Allende y de Lillian Goddard Álamos es interesante por sí sola. Por ello reproducimos acá dicho relato –que además incluye una reseña del autor-, que es a la vez la introducción del libro.
“Allende en persona” será publicado próximamente por la editorial Fondo de Cultura Económica, y en esta ocasión CIPER ofrece como adelanto el capítulo 29, titulado, “Dos guayaberas y una capa castellana”, que relata dos desconocidas anécdotas –ambas en el marco de la actividad política de esos años- protagonizadas por el ex Mandatario.
Dos guayaberas y una capa castellana
A alguna distancia, Allende daba físicamente la impresión de ser más pequeño que su real estatura, que superaba a la mediana. Hombros anchos y vigorosos, cuello fuerte y brazos recios y una caja torácica dilatada, imponían a su estampa el aire de un deportista eficiente, siempre en forma y sin exceso de kilogramos. Su actitud alerta y vivaz, no obstante una silueta un tanto cuadrada, aparecía subrayada por su modo de andar, en que la mano derecha hundida, por lo general en el bolsillo del pantalón, imprimía a sus desplazamientos, por la ligera inclinación del hombro, un leve balanceo casi provocativo que llamaría a meditar a cualquiera antes de osar hacerle objeto de una actitud agresiva.
La nota dura de su apariencia se esfumaba al observarle de cerca. Su rostro de piel clara, cuyos matices de cambiante colorido no disimulaban sus impresiones, se veía humanizado por la abundante cabellera ensortijada y obscura, con algunos visos rojizos al trasluz, insertada en una amplia frente de líneas correctas. Una mandíbula cuadrada, rubricada por una barbilla notoriamente breve y aguda, ocupaba el centro del trazo general de ese rostro. Sus anteojos de cristal grueso encajaban en una nariz aguileña atenuada, sobre una boca de línea cordial y predispuesta a la sonrisa, en la que un bigote breve y cano acentuaba su benevolencia.
Según alguien, que lo juzgaba devotamente desde una íntima adhesión femenina, Allende resultaba casi conmovedor desprovisto de sus anteojos. La cortedad de vista tan seria imprimía a su mirada el erratismo doloroso de quien tiene que vencer el desamparo para desenvolverse con normalidad. Deportista múltiple y conductor de automóviles con el placer de la velocidad, desarrolló una asombrosa precisión de reflejos, seguramente por una imposición del subconsciente, que compensaba la inferioridad visual de la que era víctima y que muy pocos observadores descubrían.
Antes de ser Presidente, por lo general prefería conducir personalmente su automóvil en las rutas, dirigiéndose con urgencia de un punto a otro del territorio a altas velocidades. Cuando tenía verdadera confianza con quien se sentaba a su lado, le advertía: “No te descuides. Fíjate bien en al camino: tú, pones los ojos; yo, las muñecas…”, con lo cual aludía a la habilidad que se le atribuía en política, de ser “la mejor muñeca del maquineo parlamentario”. El sistema de colaboración automovilística arrojó siempre excelentes resultados. Después de años y años de recorrer incesantemente miles de kilómetros en todo tipo de circunstancias, jamás tuvo un accidente mientras hacía de chofer.Al iniciarse el viaje, sus pasajeros se inquietaban cuando escuchaban las recomendaciones que daba al improvisado oficial de ruta. Pero una vez que apreciaban su manera de desenvolverse tras el manubrio, se creaba una atmósfera de tranquilidad. Además, solía rubricar su actitud afirmando: “¿Ven ustedes…? Para mala suerte de mis adversarios, soy inmortal…”
En el orden físico, como en todos los demás aspectos, personificaba el esfuerzo y la constancia. La madurez de la edad ennobleció sus rasgos y modales, dotando sus gestos de serenidad y atenuando las reacciones agresivas o desafiantes. Vestía cuidadosamente, pero deslizando un sello juvenil y aun de alegría de colores. No podía menos que reconocerse que, en las circunstancias y actos que lo requerían, hacía gala de una corrección hasta solemne en su presentación y comportamiento. En una ceremonia, se presentaba con la genuina dignidad cívica de la autoridad republicana.
Después de visitar reiteradamente Cuba, cobró devoción por la guayabera, ya que por naturaleza era sensible al calor. La adoptó sin reticencias para el verano. Su convencimiento de que se trataba de algo esencialmente lógico si la temperatura era ardiente, le hizo presidir algunas sesiones del Senado, cuando el aire acondicionado aún no se instalaba, en guayabera tropical. Salvo el secretario de la corporación, funcionario permanente que identificaba la respetabilidad parlamentaria con la gravedad vacua, nadie se indignó.
En general, en la vida diaria, usaba chaquetas de tipo deportivo, así como abrigos de cuero o chaquetones de paño grueso o jerseys amplios y cómodos. En muchos casos, una camisa de color, sin corbata, acentuaba su despreocupación aparente. Al principio, se consideró su falta de formalismo en la vestimenta como una afectación. Con el correr de los años, esta circunstancia pasó a ser connatural a su imagen, tanto más cuanto sabía distinguir con claridad las diferenciaciones impuestas por los convencionalismos razonables.
Después de visitar reiteradamente Cuba, cobró devoción por la guayabera, ya que por naturaleza era sensible al calor. La adoptó sin reticencias para el verano. Su convencimiento de que se trataba de algo esencialmente lógico si la temperatura era ardiente, le hizo presidir algunas sesiones del Senado, cuando el aire acondicionado aún no se instalaba, en guayabera tropical. Salvo el secretario de la corporación, funcionario permanente que identificaba la respetabilidad parlamentaria con la gravedad vacua, nadie se indignó.
La guayabera se difundió y el dueño de una gran tienda de artículos para hombre que mantenía excelentes relaciones con Allende, le pidió prestada una de las suyas para copiarla y producirla comercialmente. Al devolvérsela, el amigo le hizo llegar dos ejemplares de los producidos en sus talleres. El comerciante anunció que pondría la marca “Chicho” a sus guayaberas. Allende –que difícilmente perdía el buen humor– tomó el teléfono y manifestó al fabricante: “Temo que te vaya a ir mal con la venta de las guayaberas. Tu tienda es de lujo y sólo para ricos. La epidermis de tus clientes se va a erizar cuando se den cuenta del significado de la marca… Si quieres ganar dinero, fabrica un tipo popular y véndelas barato en las poblaciones. No te cobraré participación alguna”.
No se supo más de las guayaberas de la gran tienda, que al parecer no se llegaron a fabricar. Allende me regaló las dos muestras. Al poco tiempo llegó una factura con un precio sumamente alto por las guayaberas. El pago se hizo de inmediato.
Si el episodio de la guayabera amarga un poco la boca, otro, el de la capa española, demostró que los hombres abiertos de alma pueden desempeñar un papel positivo en las relaciones entre los Estados.
Una noche, cerca de las doce, concurrí a Tomás Moro a hablar con el Presidente acerca de un serio problema causado por la Corfo que me parecía urgente resolver. España había abierto sus fronteras desde antiguo al nitrato de Chile, nuestro abono natural, cuya empresa productora yo dirigía. El Presidente estaba ya enterado a grandes rasgos de ciertos tropiezos que habían surgido en las transacciones y ni siquiera interrumpió su partida de ajedrez. Me dijo: “Te encuentro toda la razón. España es un gran cliente para nosotros en materia de salitre. Nos otorga facilidades excepcionales, a pesar de contar con una buena industria para producir salitre sintético. Tenemos que cumplir el compromiso contraído y que yo he patrocinado. Hay que realizar la operación de la que me hablas, la cual, además de ser adecuada para Chile, implica reciprocidad hacia un país que nos trata bien, no obstante su posición política tan distinta. Por lo que me explicas, veo que en los obstáculos que han puesto a última hora algunos servicios chilenos hay un prejuicio político explicable, pero que yo no acepto”.“Resulta –respondí– que ya se ha comunicado la negativa a la Embajada de España y creo que se originará un problema personal para el embajador, quien se ha esmerado en buscar una solución conveniente, y una tirantez de fondo con el gobierno español”. “No te preocupes… yo arreglaré en el acto las cosas. El embajador, como buen español, debe acostarse tarde y me parece un hombre llano y muy cordial. Voy a telefonearle de inmediato”, dijo Allende.
Ante el insólito requerimiento, el telefonista de guardia de la casa presidencial le debe haber dicho algo sobre la hora, porque el Presidente insistió: “Échele, échele para adelante, no más…” La respuesta fue muy rápida. El señor embajador aún no se había retirado a sus habitaciones. El diálogo telefónico resultó cordial, pero breve. Se resolvió celebrar una entrevista de inmediato, aceptándose la proposición del Presidente de que yo fuera a buscar al diplomático a su residencia. Así se hizo. Durante el breve trayecto, nos abstuvimos de cambiar impresiones. Al llegar a la residencia de Tomás Moro nos aguardaba el Presidente en los jardines, arrebujado en su capa azul de médico chileno.
El desarrollo de la entrevista no tuvo complicaciones. Allende repitió más o menos lo mismo que antes me manifestara. El diplomático reaccionó con firmeza y claridad, lo que puso en evidencia que, por desgracia, no me había equivocado al apreciar las proyecciones adversas del cambio de frente chileno. La negativa de la Corfo, que acababa de comunicársele, significaba desentenderse de un convenio que se había logrado tras vencer obstáculos administrativos en Madrid y hacer frente a intereses españoles atendibles. Pero, en fin, todo se dio por superado, comprometiéndose el Presidente a impartir las órdenes de rigor en la mañana, y yo experimenté el tremendo alivio de saber que las 80 mil toneladas de salitre que España recibía, tendrían acceso al mercado.
La conversación se prolongó en un terreno de extrema simpatía y derivó hacia el tema de la capa que lucía Allende. El embajador aseveró que, sin ánimo de herir al Presidente, debía decirle que su capa no era digna de alguien de su categoría. En seguida, al apreciar el entusiasmo auténtico de Allende por el tema, el diplomático, buen psicólogo, explicó las características, preciosismos y secretos para iniciados que han de reunir las capas castellanas de prosapia.
El Presidente arguyó, algo desolado, que en la época de juventud de nuestra generación sólo vestían capa los poetas, entre ellos Neruda, que lo hacía en la bohemia santiaguina con especial autoridad. Allende explicó que posteriormente, en sus viajes por España, no había osado comprarse una por temor a parecer figurante de cine. El embajador replicó: “Presidente, permítame darme una satisfacción muy sincera. Tengo yo dos capas auténticas. Esta misma noche, cuando me mande a dejar, le haré llegar una”. En el clima de cordialidad que se había creado, habría sido impertinente rechazar. Una importante negociación había alcanzado una solución caballeresca que superaba los convencionalismos de la razón de Estado.
Por Miguel Labarca Labarca
Nueve meses después de que el libro “Salvador Allende, Biografía Sentimental” , de Eduardo Labarca, sorprendiera a seguidores y detractores del ex Presidente –no sin que más de alguno de los primeros se escandalizara-, el escritor y sus hermanos anuncian el rescate de la obra perdida de su padre, Miguel. Quien fuera estrecho colaborador del Jefe de Estado dejó tras su muerte la maqueta de una “rica descripción de la personalidad de Salvador Allende, su forma de ver la vida y la experiencia del trabajo con él”. La familia Labarca ha autorizado a CIPER para publicar como adelanto uno de los capítulos del libro, que cuenta dos desconocidas anécdotas del ex Mandatario.
“Hace algunos meses, al ordenar algunos efectos que habían pertenecido a nuestra madre, apareció una caja negra de cartón que no habíamos abierto. Estaba repleta de hojas de papel cebolla ajadas y amarillentas. Era el libro. En realidad se trataba de copias bastante borrosas sacadas con papel carbón. Entre los renglones, en los márgenes y al dorso, abundaban las correcciones y agregados hechos por el autor con lápiz de grafito. Ordenar ese cuerpo fue tarea compleja”.
Así relatan los hermanos Eduardo, Miguel y Margarita Labarca Goddard cómo descubrieron una joya que habían estado buscando desde la muerte de su padre, Miguel Labarca, ocurrida en 1989. La historia de cómo los tres hijos del ex colaborador de Allende y de Lillian Goddard Álamos es interesante por sí sola. Por ello reproducimos acá dicho relato –que además incluye una reseña del autor-, que es a la vez la introducción del libro.
“Allende en persona” será publicado próximamente por la editorial Fondo de Cultura Económica, y en esta ocasión CIPER ofrece como adelanto el capítulo 29, titulado, “Dos guayaberas y una capa castellana”, que relata dos desconocidas anécdotas –ambas en el marco de la actividad política de esos años- protagonizadas por el ex Mandatario.
Dos guayaberas y una capa castellana
A alguna distancia, Allende daba físicamente la impresión de ser más pequeño que su real estatura, que superaba a la mediana. Hombros anchos y vigorosos, cuello fuerte y brazos recios y una caja torácica dilatada, imponían a su estampa el aire de un deportista eficiente, siempre en forma y sin exceso de kilogramos. Su actitud alerta y vivaz, no obstante una silueta un tanto cuadrada, aparecía subrayada por su modo de andar, en que la mano derecha hundida, por lo general en el bolsillo del pantalón, imprimía a sus desplazamientos, por la ligera inclinación del hombro, un leve balanceo casi provocativo que llamaría a meditar a cualquiera antes de osar hacerle objeto de una actitud agresiva.
La nota dura de su apariencia se esfumaba al observarle de cerca. Su rostro de piel clara, cuyos matices de cambiante colorido no disimulaban sus impresiones, se veía humanizado por la abundante cabellera ensortijada y obscura, con algunos visos rojizos al trasluz, insertada en una amplia frente de líneas correctas. Una mandíbula cuadrada, rubricada por una barbilla notoriamente breve y aguda, ocupaba el centro del trazo general de ese rostro. Sus anteojos de cristal grueso encajaban en una nariz aguileña atenuada, sobre una boca de línea cordial y predispuesta a la sonrisa, en la que un bigote breve y cano acentuaba su benevolencia.
Según alguien, que lo juzgaba devotamente desde una íntima adhesión femenina, Allende resultaba casi conmovedor desprovisto de sus anteojos. La cortedad de vista tan seria imprimía a su mirada el erratismo doloroso de quien tiene que vencer el desamparo para desenvolverse con normalidad. Deportista múltiple y conductor de automóviles con el placer de la velocidad, desarrolló una asombrosa precisión de reflejos, seguramente por una imposición del subconsciente, que compensaba la inferioridad visual de la que era víctima y que muy pocos observadores descubrían.
Antes de ser Presidente, por lo general prefería conducir personalmente su automóvil en las rutas, dirigiéndose con urgencia de un punto a otro del territorio a altas velocidades. Cuando tenía verdadera confianza con quien se sentaba a su lado, le advertía: “No te descuides. Fíjate bien en al camino: tú, pones los ojos; yo, las muñecas…”, con lo cual aludía a la habilidad que se le atribuía en política, de ser “la mejor muñeca del maquineo parlamentario”. El sistema de colaboración automovilística arrojó siempre excelentes resultados. Después de años y años de recorrer incesantemente miles de kilómetros en todo tipo de circunstancias, jamás tuvo un accidente mientras hacía de chofer.Al iniciarse el viaje, sus pasajeros se inquietaban cuando escuchaban las recomendaciones que daba al improvisado oficial de ruta. Pero una vez que apreciaban su manera de desenvolverse tras el manubrio, se creaba una atmósfera de tranquilidad. Además, solía rubricar su actitud afirmando: “¿Ven ustedes…? Para mala suerte de mis adversarios, soy inmortal…”
En el orden físico, como en todos los demás aspectos, personificaba el esfuerzo y la constancia. La madurez de la edad ennobleció sus rasgos y modales, dotando sus gestos de serenidad y atenuando las reacciones agresivas o desafiantes. Vestía cuidadosamente, pero deslizando un sello juvenil y aun de alegría de colores. No podía menos que reconocerse que, en las circunstancias y actos que lo requerían, hacía gala de una corrección hasta solemne en su presentación y comportamiento. En una ceremonia, se presentaba con la genuina dignidad cívica de la autoridad republicana.
Después de visitar reiteradamente Cuba, cobró devoción por la guayabera, ya que por naturaleza era sensible al calor. La adoptó sin reticencias para el verano. Su convencimiento de que se trataba de algo esencialmente lógico si la temperatura era ardiente, le hizo presidir algunas sesiones del Senado, cuando el aire acondicionado aún no se instalaba, en guayabera tropical. Salvo el secretario de la corporación, funcionario permanente que identificaba la respetabilidad parlamentaria con la gravedad vacua, nadie se indignó.
En general, en la vida diaria, usaba chaquetas de tipo deportivo, así como abrigos de cuero o chaquetones de paño grueso o jerseys amplios y cómodos. En muchos casos, una camisa de color, sin corbata, acentuaba su despreocupación aparente. Al principio, se consideró su falta de formalismo en la vestimenta como una afectación. Con el correr de los años, esta circunstancia pasó a ser connatural a su imagen, tanto más cuanto sabía distinguir con claridad las diferenciaciones impuestas por los convencionalismos razonables.
Después de visitar reiteradamente Cuba, cobró devoción por la guayabera, ya que por naturaleza era sensible al calor. La adoptó sin reticencias para el verano. Su convencimiento de que se trataba de algo esencialmente lógico si la temperatura era ardiente, le hizo presidir algunas sesiones del Senado, cuando el aire acondicionado aún no se instalaba, en guayabera tropical. Salvo el secretario de la corporación, funcionario permanente que identificaba la respetabilidad parlamentaria con la gravedad vacua, nadie se indignó.
La guayabera se difundió y el dueño de una gran tienda de artículos para hombre que mantenía excelentes relaciones con Allende, le pidió prestada una de las suyas para copiarla y producirla comercialmente. Al devolvérsela, el amigo le hizo llegar dos ejemplares de los producidos en sus talleres. El comerciante anunció que pondría la marca “Chicho” a sus guayaberas. Allende –que difícilmente perdía el buen humor– tomó el teléfono y manifestó al fabricante: “Temo que te vaya a ir mal con la venta de las guayaberas. Tu tienda es de lujo y sólo para ricos. La epidermis de tus clientes se va a erizar cuando se den cuenta del significado de la marca… Si quieres ganar dinero, fabrica un tipo popular y véndelas barato en las poblaciones. No te cobraré participación alguna”.
No se supo más de las guayaberas de la gran tienda, que al parecer no se llegaron a fabricar. Allende me regaló las dos muestras. Al poco tiempo llegó una factura con un precio sumamente alto por las guayaberas. El pago se hizo de inmediato.
Si el episodio de la guayabera amarga un poco la boca, otro, el de la capa española, demostró que los hombres abiertos de alma pueden desempeñar un papel positivo en las relaciones entre los Estados.
Una noche, cerca de las doce, concurrí a Tomás Moro a hablar con el Presidente acerca de un serio problema causado por la Corfo que me parecía urgente resolver. España había abierto sus fronteras desde antiguo al nitrato de Chile, nuestro abono natural, cuya empresa productora yo dirigía. El Presidente estaba ya enterado a grandes rasgos de ciertos tropiezos que habían surgido en las transacciones y ni siquiera interrumpió su partida de ajedrez. Me dijo: “Te encuentro toda la razón. España es un gran cliente para nosotros en materia de salitre. Nos otorga facilidades excepcionales, a pesar de contar con una buena industria para producir salitre sintético. Tenemos que cumplir el compromiso contraído y que yo he patrocinado. Hay que realizar la operación de la que me hablas, la cual, además de ser adecuada para Chile, implica reciprocidad hacia un país que nos trata bien, no obstante su posición política tan distinta. Por lo que me explicas, veo que en los obstáculos que han puesto a última hora algunos servicios chilenos hay un prejuicio político explicable, pero que yo no acepto”.“Resulta –respondí– que ya se ha comunicado la negativa a la Embajada de España y creo que se originará un problema personal para el embajador, quien se ha esmerado en buscar una solución conveniente, y una tirantez de fondo con el gobierno español”. “No te preocupes… yo arreglaré en el acto las cosas. El embajador, como buen español, debe acostarse tarde y me parece un hombre llano y muy cordial. Voy a telefonearle de inmediato”, dijo Allende.
Ante el insólito requerimiento, el telefonista de guardia de la casa presidencial le debe haber dicho algo sobre la hora, porque el Presidente insistió: “Échele, échele para adelante, no más…” La respuesta fue muy rápida. El señor embajador aún no se había retirado a sus habitaciones. El diálogo telefónico resultó cordial, pero breve. Se resolvió celebrar una entrevista de inmediato, aceptándose la proposición del Presidente de que yo fuera a buscar al diplomático a su residencia. Así se hizo. Durante el breve trayecto, nos abstuvimos de cambiar impresiones. Al llegar a la residencia de Tomás Moro nos aguardaba el Presidente en los jardines, arrebujado en su capa azul de médico chileno.
El desarrollo de la entrevista no tuvo complicaciones. Allende repitió más o menos lo mismo que antes me manifestara. El diplomático reaccionó con firmeza y claridad, lo que puso en evidencia que, por desgracia, no me había equivocado al apreciar las proyecciones adversas del cambio de frente chileno. La negativa de la Corfo, que acababa de comunicársele, significaba desentenderse de un convenio que se había logrado tras vencer obstáculos administrativos en Madrid y hacer frente a intereses españoles atendibles. Pero, en fin, todo se dio por superado, comprometiéndose el Presidente a impartir las órdenes de rigor en la mañana, y yo experimenté el tremendo alivio de saber que las 80 mil toneladas de salitre que España recibía, tendrían acceso al mercado.
La conversación se prolongó en un terreno de extrema simpatía y derivó hacia el tema de la capa que lucía Allende. El embajador aseveró que, sin ánimo de herir al Presidente, debía decirle que su capa no era digna de alguien de su categoría. En seguida, al apreciar el entusiasmo auténtico de Allende por el tema, el diplomático, buen psicólogo, explicó las características, preciosismos y secretos para iniciados que han de reunir las capas castellanas de prosapia.
El Presidente arguyó, algo desolado, que en la época de juventud de nuestra generación sólo vestían capa los poetas, entre ellos Neruda, que lo hacía en la bohemia santiaguina con especial autoridad. Allende explicó que posteriormente, en sus viajes por España, no había osado comprarse una por temor a parecer figurante de cine. El embajador replicó: “Presidente, permítame darme una satisfacción muy sincera. Tengo yo dos capas auténticas. Esta misma noche, cuando me mande a dejar, le haré llegar una”. En el clima de cordialidad que se había creado, habría sido impertinente rechazar. Una importante negociación había alcanzado una solución caballeresca que superaba los convencionalismos de la razón de Estado.
Baile de la guayabera, tradición rescatada en Pinar del Río
Elena Milián Salaberri (AIN)
El rescate del Baile de la Guayabera en un poblado perteneciente a esta localidad de la provincia de Pinar del Río, convierte nuevamente a esa fiesta danzaria en opción recreativa para el período veraniego.
Tras décadas sin celebrarse, la tradición recomenzó alrededor de 10 años atrás para alegría de los pobladores del Consejo Popular de Santa Cruz, donde los instructores de arte en la especialidad de mover talles y piernas, inician desde bien temprano el entrenamiento de las parejas concursantes en bailes cubanos.
Sin embargo, los competidores añaden otro desafío al del movimiento de sus cuerpos, es el diseño de las guayaberas para las camisas de los hombres, como es mas comúnmente vista, e incluso en los vestidos de las mujeres, ropas que demandan de gran arte en su confección dentro de la propia comunidad.
Usar la clásica prenda de vestir en mujeres y hombres da nombre al certamen, programado cada mes de agosto, ahora con la herencia de sus más antiguas memorias, remontadas a la década de los años 30 del sigloanterior.
En esta edición intervendrán unas 20 parejas, entre las cuales se premiarán, como ya es costumbre, las mejores coreografías y los más originales modelos en las versiones masculina y femenina, en tanto niñas y niños reiteran su disposición de intervenir en la festividad.
Cabe hacer historia sobre la guayabera, cubanismo surgido en 1885 a orillas del río Yayabo, donde sus vecinos de la villa de Trinidad en mofa transformaron el gentilicio hasta adjudicarse también a la camisa (yayabera), mas al rebotar hacia occidente de la Isla retomó su nombre definitivo: guayabera.Por tanto, historiadores de Pinar del Río valoran doblemente el rescate del baile, de hondas raíces populares, en un Consejo Popular de miles de pobladores, que antes de 1830 fuera cabecera del actual municipio de San Cristóbal, localizado entre sierras y cañaverales.
El rescate del Baile de la Guayabera en un poblado perteneciente a esta localidad de la provincia de Pinar del Río, convierte nuevamente a esa fiesta danzaria en opción recreativa para el período veraniego.
Tras décadas sin celebrarse, la tradición recomenzó alrededor de 10 años atrás para alegría de los pobladores del Consejo Popular de Santa Cruz, donde los instructores de arte en la especialidad de mover talles y piernas, inician desde bien temprano el entrenamiento de las parejas concursantes en bailes cubanos.
Sin embargo, los competidores añaden otro desafío al del movimiento de sus cuerpos, es el diseño de las guayaberas para las camisas de los hombres, como es mas comúnmente vista, e incluso en los vestidos de las mujeres, ropas que demandan de gran arte en su confección dentro de la propia comunidad.
Usar la clásica prenda de vestir en mujeres y hombres da nombre al certamen, programado cada mes de agosto, ahora con la herencia de sus más antiguas memorias, remontadas a la década de los años 30 del sigloanterior.
En esta edición intervendrán unas 20 parejas, entre las cuales se premiarán, como ya es costumbre, las mejores coreografías y los más originales modelos en las versiones masculina y femenina, en tanto niñas y niños reiteran su disposición de intervenir en la festividad.
Cabe hacer historia sobre la guayabera, cubanismo surgido en 1885 a orillas del río Yayabo, donde sus vecinos de la villa de Trinidad en mofa transformaron el gentilicio hasta adjudicarse también a la camisa (yayabera), mas al rebotar hacia occidente de la Isla retomó su nombre definitivo: guayabera.Por tanto, historiadores de Pinar del Río valoran doblemente el rescate del baile, de hondas raíces populares, en un Consejo Popular de miles de pobladores, que antes de 1830 fuera cabecera del actual municipio de San Cristóbal, localizado entre sierras y cañaverales.
miércoles, 29 de octubre de 2008
Alicia Alonso dona guayabera a museo cubano que gestiona una de Fidel Castro
LA HABANA, 24 Oct 2008 (AFP) - La leyenda cubana de la danza, Alicia Alonso, donó este viernes una guayabera femenina azul y con botonadura de plata a un museo cubano que atesora dos del presidente Raúl Castro y busca hacerse de la primera que usó en público su hermano Fidel, dijeron a la AFP los promotores del proyecto."Este traje con diseño inspirado en la guayabera cubana fue usado por mí en Cuba y en el extranjero y con mucho gusto lo hago llegar a ustedes", señala Alonso, de 87 años, en una carta dirigida a la "Casa de la Guayabera", de la provincia de Sancti Spíritus -350 km al este de La Habana-.La prenda de Alonso, también directora del Ballet Nacional de Cuba (BNC) que fundó en 1948, "es un vestido azul que llega hasta los tobillos, de mangas largas y botonadura de plata, que ella usó en múltiples giras internacionales", contó el periodista Ciro Bianchi, promotor junto con su esposa del museo.Según Bianchi, el museo tiene en su colección más de 20 guayaberas, entre ellas dos blancas y de mangas cortas de Raúl Castro, que donó su hija Mariela en mayo pasado, pero hace gestiones para obtener la primera que usó en público su hermano Fidel, durante la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, en el 2000.
"Quisiéramos la guayabera de Cartagena, pues es la primera vez que (Fidel) se viste de civil en público y sale con una guayabera. Tenemos un retrato de Fidel en guayabera y hemos insistido en eso, no nos han dicho que sí, pero tampoco nos han dicho que no", dijo el periodista.La guayabera es una prenda de vestir, con mangas cortas o largas, adornada con alforzas verticales y, a veces, con bordados, y lleva bolsillos en la pechera y en los faldones.
"Quisiéramos la guayabera de Cartagena, pues es la primera vez que (Fidel) se viste de civil en público y sale con una guayabera. Tenemos un retrato de Fidel en guayabera y hemos insistido en eso, no nos han dicho que sí, pero tampoco nos han dicho que no", dijo el periodista.La guayabera es una prenda de vestir, con mangas cortas o largas, adornada con alforzas verticales y, a veces, con bordados, y lleva bolsillos en la pechera y en los faldones.
El tesoro patrimonial de la tierra espirituana
Manuel Echevarría Gómez
La provincia de Sancti Spíritus cuenta con nueve monumentos nacionales, tres de ellos Patrimonio de la Humanidad, y 23 monumentos locales, incalculable tesoro amparado y protegido por la legislación vigente mediante la Comisión Provincial de Monumentos, que el 8 de septiembre arribó al aniversario 30 de su creación.
Los bienes naturales y culturales que tienen un excepcional valor universal se consideran Patrimonio de la Humanidad. Sancti Spíritus reúne en su demarcación tres de estos bienes, cuyo relieve excepcional fue reconocido por el Comité Intergubernamental del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural de la UNESCO el 8 de diciembre de 1988. Nos estamos refiriendo al Centro Histórico Urbano, el Valle de los Ingenios y a la Torre Manaca Iznaga de la sureña villa trinitaria.
El Centro Histórico Urbano de Trinidad constituye uno de los conjuntos arquitectónicos más notables de América Latina, con un área que reúne 279 edificaciones del siglo XVIII, 729 del XIX y 199 del pasado siglo XX; todas caracterizadas por su tipología doméstica de hechura anónima y popular.
A mediados del siglo XIX Trinidad se detuvo en el tiempo al extinguirse el esplendor alcanzado en la centuria anterior, de manera que estas construcciones llegaron a nuestros días como fiel testimonio de aquel apogeo económico y social sin precedentes.
La Torre Manaca Iznaga de un antiguo ingenio azucarero trinitario está considerada, con sus 43,5 metros de altura y la elegancia arquitectónica de su diseño, la más hermosa de su tipo en el país. Mandada a construir por uno de los patricios trinitarios de la familia Iznaga Borrell, llamaba a los esclavos a las duras faenas en los cañaverales, servía de atalaya para conservar el orden en los extensos campos de caña del Valle de los Ingenios y contó además con un reloj mecánico en su último nivel.
El Valle de los Ingenios, sitio histórico natural ubicado en el centro sur de la isla a lo largo y ancho de 253 kilómetros cuadrados, fue transformado durante trescientos años en un típico sistema de plantación azucarera que trajo la riqueza a los hacendados trinitarios y un esplendor nunca antes conocido a la villa durante la primera mitad del siglo XIX.
La explotación intensiva de las tierras y la miopía de los hacendados lugareños para prever el desbalance económico trajeron consigo la crisis y la ruina para la villa, que había llegado a conseguir la categoría de tercera ciudad en importancia de la isla. Hoy el Valle de los Ingenios conserva para el patrimonio cultural edificado 73 sitios arqueológicos industriales con inestimable valor sobre la industria azucarera de la época colonial.
Los monumentos nacionales designan toda construcción, sitio u objeto, que por su carácter excepcional merezca ser conservado y sea declarado como tal por la Comisión Nacional de Monumentos.
El puente sobre el río Yayabo, concluido en 1831 gracias al aporte de los vecinos de la Villa del Espíritu Santo, único de su tipo en el país con cinco arcadas monumentales y una solidez sorprendente que lo mantiene erguido hasta nuestros días, mereció la condición de Monumento Nacional el 21 de febrero de 1995.
La Iglesia Parroquial Mayor, otras de las joyas de la villa espirituana, terminada en 1680, y la más antigua construcción fechada en la ciudad, figura también en el registro del Patrimonio Nacional con su estilo mudéjar, su nave central y su torre campanario de tres cuerpos, características que la definen como una pieza de valores singulares en el concierto de la arquitectura religiosa cubana. Monumentos Nacionales son también en la jurisdicción espirituana, merced a sus valores patrimoniales, el Centro Histórico Urbano de la villa de Sancti Spíritus y los sitios: Caballete de Casa, donde el Che levantó el campamento de la Columna No. 8 luego de su llegada a la Sierra del Escambray; el Paso de las Damas, lugar donde cayera en combate el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, paladín de las tres guerras de independencia y El Frente Norte de Las Villas, donde las tropas rebeldes dirigidas por Camilo Cienfuegos desplegaron la guerra a finales de 1958.
La provincia de Sancti Spíritus cuenta con 23 Monumentos Locales que merecen ser conservados y protegidos atendiendo a su interés para la historia y la cultura de la localidad en cuestión.
Sería muy largo reseñar cada uno de estos enclaves; baste señalar para tener una idea de su trascendencia varias cuevas que guardan testimonios gráficos del arte rupestre aborigen, la Real Cárcel de Sancti Spíritus, la Casa Natal del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, el batey del antiguo central Narcisa en Yaguajay y el sitio histórico Protesta de Jarao.
Con toda esta riqueza patrimonial Sancti Spíritus se ubica entre los territorios del país en que la identidad tiene mucha tela por donde cortar y se encuentra debidamente protegida por una Comisión Provincial multidisciplinaria que promuevae la conservación y corrige cualquier signo contrario a lo estipulado por las normativas vigentes.
La provincia de Sancti Spíritus cuenta con nueve monumentos nacionales, tres de ellos Patrimonio de la Humanidad, y 23 monumentos locales, incalculable tesoro amparado y protegido por la legislación vigente mediante la Comisión Provincial de Monumentos, que el 8 de septiembre arribó al aniversario 30 de su creación.
Los bienes naturales y culturales que tienen un excepcional valor universal se consideran Patrimonio de la Humanidad. Sancti Spíritus reúne en su demarcación tres de estos bienes, cuyo relieve excepcional fue reconocido por el Comité Intergubernamental del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural de la UNESCO el 8 de diciembre de 1988. Nos estamos refiriendo al Centro Histórico Urbano, el Valle de los Ingenios y a la Torre Manaca Iznaga de la sureña villa trinitaria.
El Centro Histórico Urbano de Trinidad constituye uno de los conjuntos arquitectónicos más notables de América Latina, con un área que reúne 279 edificaciones del siglo XVIII, 729 del XIX y 199 del pasado siglo XX; todas caracterizadas por su tipología doméstica de hechura anónima y popular.
A mediados del siglo XIX Trinidad se detuvo en el tiempo al extinguirse el esplendor alcanzado en la centuria anterior, de manera que estas construcciones llegaron a nuestros días como fiel testimonio de aquel apogeo económico y social sin precedentes.
La Torre Manaca Iznaga de un antiguo ingenio azucarero trinitario está considerada, con sus 43,5 metros de altura y la elegancia arquitectónica de su diseño, la más hermosa de su tipo en el país. Mandada a construir por uno de los patricios trinitarios de la familia Iznaga Borrell, llamaba a los esclavos a las duras faenas en los cañaverales, servía de atalaya para conservar el orden en los extensos campos de caña del Valle de los Ingenios y contó además con un reloj mecánico en su último nivel.
El Valle de los Ingenios, sitio histórico natural ubicado en el centro sur de la isla a lo largo y ancho de 253 kilómetros cuadrados, fue transformado durante trescientos años en un típico sistema de plantación azucarera que trajo la riqueza a los hacendados trinitarios y un esplendor nunca antes conocido a la villa durante la primera mitad del siglo XIX.
La explotación intensiva de las tierras y la miopía de los hacendados lugareños para prever el desbalance económico trajeron consigo la crisis y la ruina para la villa, que había llegado a conseguir la categoría de tercera ciudad en importancia de la isla. Hoy el Valle de los Ingenios conserva para el patrimonio cultural edificado 73 sitios arqueológicos industriales con inestimable valor sobre la industria azucarera de la época colonial.
Los monumentos nacionales designan toda construcción, sitio u objeto, que por su carácter excepcional merezca ser conservado y sea declarado como tal por la Comisión Nacional de Monumentos.
El puente sobre el río Yayabo, concluido en 1831 gracias al aporte de los vecinos de la Villa del Espíritu Santo, único de su tipo en el país con cinco arcadas monumentales y una solidez sorprendente que lo mantiene erguido hasta nuestros días, mereció la condición de Monumento Nacional el 21 de febrero de 1995.
La Iglesia Parroquial Mayor, otras de las joyas de la villa espirituana, terminada en 1680, y la más antigua construcción fechada en la ciudad, figura también en el registro del Patrimonio Nacional con su estilo mudéjar, su nave central y su torre campanario de tres cuerpos, características que la definen como una pieza de valores singulares en el concierto de la arquitectura religiosa cubana. Monumentos Nacionales son también en la jurisdicción espirituana, merced a sus valores patrimoniales, el Centro Histórico Urbano de la villa de Sancti Spíritus y los sitios: Caballete de Casa, donde el Che levantó el campamento de la Columna No. 8 luego de su llegada a la Sierra del Escambray; el Paso de las Damas, lugar donde cayera en combate el Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, paladín de las tres guerras de independencia y El Frente Norte de Las Villas, donde las tropas rebeldes dirigidas por Camilo Cienfuegos desplegaron la guerra a finales de 1958.
La provincia de Sancti Spíritus cuenta con 23 Monumentos Locales que merecen ser conservados y protegidos atendiendo a su interés para la historia y la cultura de la localidad en cuestión.
Sería muy largo reseñar cada uno de estos enclaves; baste señalar para tener una idea de su trascendencia varias cuevas que guardan testimonios gráficos del arte rupestre aborigen, la Real Cárcel de Sancti Spíritus, la Casa Natal del Mayor General Serafín Sánchez Valdivia, el batey del antiguo central Narcisa en Yaguajay y el sitio histórico Protesta de Jarao.
Con toda esta riqueza patrimonial Sancti Spíritus se ubica entre los territorios del país en que la identidad tiene mucha tela por donde cortar y se encuentra debidamente protegida por una Comisión Provincial multidisciplinaria que promuevae la conservación y corrige cualquier signo contrario a lo estipulado por las normativas vigentes.
Orígenes culturales de Sancti Spíritus
Por Manuel Echevarría Gómez
Al centro de la geografía insular se ubica Sancti Spíritus, tierra de historias y leyendas que acoge en su demarcación dos de las primeras villas fundadas por el adelantado don Diego Velázquez en 1514.
Cuatrocientos noventa y tres años la han dotado de una incalculable riqueza arquitectónica, musical, literaria y artística, cuyos orígenes nos conducen a los prolegómenos de la identidad.
La cultura musical espirituana adquiere su relieve excepcional en el contexto de la nación gracias a las peculiaridades que confluyen en esta zona del centro de la isla.
La trova debe su peculiar arraigo y trascendencia al influjo de la clave, las tonadas y los puntos yayaberos, que forman parte del fenómeno trovadoresco de la región y tienen una raíz hispánica.
El cancionero tradicional espirituano es fácilmente identificable en autores antológicos como Rafael Gómez (Teofilito), Miguel Companioni, Manolo Gallo y Rafael Rodríguez, entre otros trovadores de reconocido prestigio que dejaron junto a Juan Echemendía las primeras huellas de la identidad en nuestro acervo.
Es Sancti Spíritus cuna de tríos alentadores del mejor legado de la trova y tributarios de una galería de nombres que hicieron época en las noches de serenata y guardan el secreto de la inspiración genuina en el pulso de las cuerdas y el torrente de las voces.
Baste mencionar al legendario trío Miraflores, heredero de la savia que conserva intacto el espíritu de la vieja trova, que es hoy un baluarte de la cultura espirituana por la riqueza de su repertorio y la fidelidad al espíritu de los fundadores.
En materia de artes plásticas Sancti Spíritus se enorgullece con la paternidad de figuras imprescindibles como Amelia Peláez del Casal, que abrió con su obra los cauces de lo moderno en la pintura cubana.
También acuden a la memoria agradecida nombres como el de Oscar Fernández Morera, considerado el primer y más prolijo de los pintores espirituanos.
La provincia cuenta con un sólido movimiento de artesanos que ponen de relieve la artesanía y la alfarería trinitarias, los tejidos con fibras para la confección de sombreros, jabas y objetos ornamentales, y las variantes de añeja tradición heredadas de nuestras abuelas que distinguen el frivolité, la randa y el crochet.
La colonización española introdujo la cultura negra en esta parte de la isla, componente esencial del ajíaco que caracteriza nuestro patrimonio en los municipios de Sancti Spíritus, Trinidad y Yaguajay.
Trinidad es la máxima expresión de la raíz afro en la cultura espirituana con su cabildo de los Congos Reales, los ritos, la música y la expresión danzaria en sus grupos folclóricos con giros melódicos e interpretativos que tienen como patrón a la herencia africana.
En el ámbito literario Sancti Spíritus atesora una pléyade de escritores que ya son historia y cultivaron con acierto la décima.
Habría que mencionar para hacer justicia a los poetas de la espinela José Mariscal Grandales, el Solitario del Llano, y a sus coterráneos Luis Compte Cruz y Bernardo Amador Yunes.
La décima constituye el basamento literario y melódico del punto y las tonadas yayaberas, interpretados por nuestras parrandas campesinas, que tienen en Arroyo Blanco un manera de entonar considerada por los estudiosos de la música como la célula original del punto cubano.
La tradición festiva más importante, dinámica y antigua de la región espirituana es el Santiago, traída por los colonizadores procedentes de Santiago de Compostela, que originalmente tuvo un origen religioso y devino festejo popular potenciado a lo largo de tres siglos por un amplio espectro de expresiones que incluyen arrolladeras, comparsas, carrozas, disfraces, bebidas, calles engalanadas y venta de fiambres.
Otras festividades importantes originarias del territorio y que aún se celebran en los municipios son el San Juan Trinitario, los changüises de Guayos y las parrandas de Zaza del Medio y Yaguajay; las fiestas de san Antonio Abad del Jíbaro en la Sierpe; el San José de Arroyo Blanco en Jatibonico y el San Sebastián del asno en Fomento.
Al centro de la geografía insular se ubica Sancti Spíritus, tierra de historias y leyendas que acoge en su demarcación dos de las primeras villas fundadas por el adelantado don Diego Velázquez en 1514.
Cuatrocientos noventa y tres años la han dotado de una incalculable riqueza arquitectónica, musical, literaria y artística, cuyos orígenes nos conducen a los prolegómenos de la identidad.
La cultura musical espirituana adquiere su relieve excepcional en el contexto de la nación gracias a las peculiaridades que confluyen en esta zona del centro de la isla.
La trova debe su peculiar arraigo y trascendencia al influjo de la clave, las tonadas y los puntos yayaberos, que forman parte del fenómeno trovadoresco de la región y tienen una raíz hispánica.
El cancionero tradicional espirituano es fácilmente identificable en autores antológicos como Rafael Gómez (Teofilito), Miguel Companioni, Manolo Gallo y Rafael Rodríguez, entre otros trovadores de reconocido prestigio que dejaron junto a Juan Echemendía las primeras huellas de la identidad en nuestro acervo.
Es Sancti Spíritus cuna de tríos alentadores del mejor legado de la trova y tributarios de una galería de nombres que hicieron época en las noches de serenata y guardan el secreto de la inspiración genuina en el pulso de las cuerdas y el torrente de las voces.
Baste mencionar al legendario trío Miraflores, heredero de la savia que conserva intacto el espíritu de la vieja trova, que es hoy un baluarte de la cultura espirituana por la riqueza de su repertorio y la fidelidad al espíritu de los fundadores.
En materia de artes plásticas Sancti Spíritus se enorgullece con la paternidad de figuras imprescindibles como Amelia Peláez del Casal, que abrió con su obra los cauces de lo moderno en la pintura cubana.
También acuden a la memoria agradecida nombres como el de Oscar Fernández Morera, considerado el primer y más prolijo de los pintores espirituanos.
La provincia cuenta con un sólido movimiento de artesanos que ponen de relieve la artesanía y la alfarería trinitarias, los tejidos con fibras para la confección de sombreros, jabas y objetos ornamentales, y las variantes de añeja tradición heredadas de nuestras abuelas que distinguen el frivolité, la randa y el crochet.
La colonización española introdujo la cultura negra en esta parte de la isla, componente esencial del ajíaco que caracteriza nuestro patrimonio en los municipios de Sancti Spíritus, Trinidad y Yaguajay.
Trinidad es la máxima expresión de la raíz afro en la cultura espirituana con su cabildo de los Congos Reales, los ritos, la música y la expresión danzaria en sus grupos folclóricos con giros melódicos e interpretativos que tienen como patrón a la herencia africana.
En el ámbito literario Sancti Spíritus atesora una pléyade de escritores que ya son historia y cultivaron con acierto la décima.
Habría que mencionar para hacer justicia a los poetas de la espinela José Mariscal Grandales, el Solitario del Llano, y a sus coterráneos Luis Compte Cruz y Bernardo Amador Yunes.
La décima constituye el basamento literario y melódico del punto y las tonadas yayaberas, interpretados por nuestras parrandas campesinas, que tienen en Arroyo Blanco un manera de entonar considerada por los estudiosos de la música como la célula original del punto cubano.
La tradición festiva más importante, dinámica y antigua de la región espirituana es el Santiago, traída por los colonizadores procedentes de Santiago de Compostela, que originalmente tuvo un origen religioso y devino festejo popular potenciado a lo largo de tres siglos por un amplio espectro de expresiones que incluyen arrolladeras, comparsas, carrozas, disfraces, bebidas, calles engalanadas y venta de fiambres.
Otras festividades importantes originarias del territorio y que aún se celebran en los municipios son el San Juan Trinitario, los changüises de Guayos y las parrandas de Zaza del Medio y Yaguajay; las fiestas de san Antonio Abad del Jíbaro en la Sierpe; el San José de Arroyo Blanco en Jatibonico y el San Sebastián del asno en Fomento.
La Radio y sus siete vidas
Por Lázaro Sarmiento
Ahora mismo, a más de 15 mil 500 millones de Kilómetros de la Tierra, una nave espacial lleva a bordo un conjunto de grabaciones de nuestro planeta: el canto de las ballenas, una partitura de Mozart, la música de los Beatles, el llanto de un bebé... Si mañana, los extraterrestres hicieran contacto con esa embajada tecnológica tendrían en sus manos, antenitas o ventosas, algo muy parecido a un programa de radio.
Entre tanto, cada noche astrónomos en diferentes observatorios de la Tierra tienen la esperanza de escuchar mensajes originados en lejanos puntos de la galaxia. En las cabinas de sus potentes radiotelescopios ellos esperan esas señales tal vez con la misma emoción con la que nuestros abuelos aguardaban las voces de novelas de María Valero, Carlos Badías y Xiomara Fernández.
La radio parece tener siete vidas como los gatos. Lo demostró cuando la televisión, el video casero, los discos compactos, el DVD, las computadoras, Internet y los archivos MP3 entraron en la vida cotidiana de la gente. Este medio ha tenido suficiente astucia para adaptarse al vértigo de montaña rusa de las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Encontró una convivencia que le ha garantizado hasta ahora una respetable cuota de poder mediático.
NO HAY QUE PARECER PEDANTES
1979: El grupo británico Buggles canta una canción donde el video mata a la estrella de la radio. El tema musical se equivocó. 1993: Surge Internet Talk Radio y desde entonces las radio online se multiplican por miles. Avanzan la digitalización y ya algunos países han fijado una fecha para el fin de las transmisiones analógicas. En el baile participan los satélites con sus estaciones a la carta, y más recientemente los podcasting, que superan en todo el planeta, calculadas en torno a las 44 mil. Y desde su entrada en el mercado en octubre de 2001, los iPod no cesan de influir en las audiencias de la radio, principalmente en los jóvenes.
Pero no parezcamos pedantes. Estos datos, fáciles de encontrar en Internet, constituyen solo la parte más glamourosa de una realidad cuyas aristas comienzan a ser visibles en nuestro entorno. A la par, una buena parte del mundo permanece al margen, o retrasado, de muchos de los beneficios que reportan estas tecnologías. La humilde radio comunitaria, acosada en ocasiones por grandes cadenas comerciales, aún tiene por delante una tarea valiosa. También la radio tradicional con sus formatos de toda la vida seguirá siendo por largo tiempo un medio buscado por cientos de millones de personas.
AL ENCUENTRO DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
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Más de un millón de cubanos se graduaron en cursos de computación y electrónica en los últimos veinte años en los Joven Club de Computación Dos millones 482 mil 861 estudiantes utilizaban computadoras. Y en casi todas las escuelas hay máquinas. Hay que sumar las instaladas en los hogares y en numerosas instituciones como el Ministerio de Salud Pública, muchas conectadas a la Red. El fenómeno incluye a los equipos reproductores de audio e imagen, los videojuegos y el intercambio de soportes.
El creciente número de cubanos que manejan una considerable cantidad de información los convierten en oyentes más exigentes. La experiencia con medios digitales influye en la manera en que las jóvenes audiencias se relacionan con la radio. Si de nuevas formase habla en la radio cubana, suponemos que éstas tienen que tener en cuenta al destinatario familiarizado con las Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones.
LO APARENTEMENTE SENCILLO
Ya hay canciones que se hacen populares sin llegar a los programas de radio. La gente dice “este tema musical está sonando por ahí”, y este modesto adverbio de lugar abarca toda una gama de canales: desde la bocina del vecino, los amplificadores de la discoteca, las reproductoras de los vehículos y los minúsculos auriculares del MP3
El acceso a equipos de audio y video y formatos multimedia permite una independencia de la radio y la televisión imposible de imaginar hace diez o quince años. Estas ventajas para un significativo número de personas representan un desafío para creadores y ejecutivos de la radio y establecen las reglas para una competencia saludable.
Los especialistas insisten: “Las innovaciones han dado paso a nuevos formatos mediáticos con nuevos modelos de difusión, consumo y uso de información. Las demarcaciones tradicionales entre público e instituciones mediáticas se entrecruzan”.
Lo aparentemente sencillo no lo es. Para mantener el ritmo de la vida hay que continuar rediseñando esquemas de programación, dinamitar conceptos dinosauricos y profundizar en la diferenciación de perfiles.
Poner el acento cuando sea necesario en la especialización temática. Analizar cómo la experiencia compartida por medios digitales influye en lo que sabemos y en la manera de cómo lo sabemos.
Convertir los destinatarios pasivos en oyentes activos .Aumentar los espacios de participación con multiplicidad de criterios - mejorar la calidad y recepción de la información.
Utilizar el espíritu competitivo para estimular la creación.
-3-
Dejar de sobrevalorar el dato referido al número de temas transmitidos y campañas desarrolladas, y valorar el grado de recepción de los mensajes para no correr el riesgo de hacer una radio al gusto de realizadores y programadores.
Olvidarse de ciertas camisas de fuerza y permitir que los géneros se mezclen - diseñar formatos más dinámicos y entretenidos.
Elaborar una estrategia musical coherente y eficaz, respetuosa con el gusto paro audaz en la intencionalidad. - y –sobre todo- conquistar una mayor cantidad de jóvenes a través de formatos y contenidos que los representen en su diversidad.
LANZAR LA FLECHA Y DAR EN EL BLANCO
No basta con lanzar la flecha. Lo importante es que se clave en el receptor. La radio cubana tiene otro desafío que engloba a los ya citados: que el ritmo de la vida no se quede en la frase retórica. Hacen falta más programas de música especializada y variada, de ciencia, tecnología y medioambiente, y que abordan nuestros deberes como ciudadanos de una pequeña comunidad, un país y un planeta. Por suerte, aquí no existen dramas radiofónicos con jovencitas pobres soñando con el Príncipe azul de melena rubia que las suban a un Ferrari. Tampoco sufrimos la fórmula extendida en las estaciones de más de medio mundo de “música-noticias-tandas comerciales”. No abundan las tertulias basadas en los latidos más frívolos del corazón y las noticias ligth. Y no caigamos en la trampa de la nostalgia. Muy difícil que vuelvan a producirse las audiencias de Cumbres Borrascosas, El Derecho de nacer o Nocturno. Los códigos son otros. Ahora los jóvenes oyen las radionovelas con un mundo de referencias diferentes. Los niños de hoy ya no escuchan los cuentos de “Había una vez” como se contaban hace tres décadas. Su percepción cambió.
EL FUTURO
Mientras en otras esquinas del planeta se piensa en públicos robotizados, en Cuba se busca audiencias a las que la radio proporcione herramientas para disfrutar mejor una obra de teatro, una película o comprender el origen de las especies. Pudiera ser que este empeño genere un perfil de oyentes cada día con menos tiempo para escuchar la radio. Si es así, habrá valido la pena. Y si en otros lugares del Universo seres extraterrestres monitorean las transmisiones de la Tierra, sería deseable que no fuera el spot de una MacDonald ‘s el sonido que captaran sus radiotelescopios. Hay que apostar por el mensaje inteligente.
Ahora mismo, a más de 15 mil 500 millones de Kilómetros de la Tierra, una nave espacial lleva a bordo un conjunto de grabaciones de nuestro planeta: el canto de las ballenas, una partitura de Mozart, la música de los Beatles, el llanto de un bebé... Si mañana, los extraterrestres hicieran contacto con esa embajada tecnológica tendrían en sus manos, antenitas o ventosas, algo muy parecido a un programa de radio.
Entre tanto, cada noche astrónomos en diferentes observatorios de la Tierra tienen la esperanza de escuchar mensajes originados en lejanos puntos de la galaxia. En las cabinas de sus potentes radiotelescopios ellos esperan esas señales tal vez con la misma emoción con la que nuestros abuelos aguardaban las voces de novelas de María Valero, Carlos Badías y Xiomara Fernández.
La radio parece tener siete vidas como los gatos. Lo demostró cuando la televisión, el video casero, los discos compactos, el DVD, las computadoras, Internet y los archivos MP3 entraron en la vida cotidiana de la gente. Este medio ha tenido suficiente astucia para adaptarse al vértigo de montaña rusa de las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Encontró una convivencia que le ha garantizado hasta ahora una respetable cuota de poder mediático.
NO HAY QUE PARECER PEDANTES
1979: El grupo británico Buggles canta una canción donde el video mata a la estrella de la radio. El tema musical se equivocó. 1993: Surge Internet Talk Radio y desde entonces las radio online se multiplican por miles. Avanzan la digitalización y ya algunos países han fijado una fecha para el fin de las transmisiones analógicas. En el baile participan los satélites con sus estaciones a la carta, y más recientemente los podcasting, que superan en todo el planeta, calculadas en torno a las 44 mil. Y desde su entrada en el mercado en octubre de 2001, los iPod no cesan de influir en las audiencias de la radio, principalmente en los jóvenes.
Pero no parezcamos pedantes. Estos datos, fáciles de encontrar en Internet, constituyen solo la parte más glamourosa de una realidad cuyas aristas comienzan a ser visibles en nuestro entorno. A la par, una buena parte del mundo permanece al margen, o retrasado, de muchos de los beneficios que reportan estas tecnologías. La humilde radio comunitaria, acosada en ocasiones por grandes cadenas comerciales, aún tiene por delante una tarea valiosa. También la radio tradicional con sus formatos de toda la vida seguirá siendo por largo tiempo un medio buscado por cientos de millones de personas.
AL ENCUENTRO DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS
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Más de un millón de cubanos se graduaron en cursos de computación y electrónica en los últimos veinte años en los Joven Club de Computación Dos millones 482 mil 861 estudiantes utilizaban computadoras. Y en casi todas las escuelas hay máquinas. Hay que sumar las instaladas en los hogares y en numerosas instituciones como el Ministerio de Salud Pública, muchas conectadas a la Red. El fenómeno incluye a los equipos reproductores de audio e imagen, los videojuegos y el intercambio de soportes.
El creciente número de cubanos que manejan una considerable cantidad de información los convierten en oyentes más exigentes. La experiencia con medios digitales influye en la manera en que las jóvenes audiencias se relacionan con la radio. Si de nuevas formase habla en la radio cubana, suponemos que éstas tienen que tener en cuenta al destinatario familiarizado con las Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones.
LO APARENTEMENTE SENCILLO
Ya hay canciones que se hacen populares sin llegar a los programas de radio. La gente dice “este tema musical está sonando por ahí”, y este modesto adverbio de lugar abarca toda una gama de canales: desde la bocina del vecino, los amplificadores de la discoteca, las reproductoras de los vehículos y los minúsculos auriculares del MP3
El acceso a equipos de audio y video y formatos multimedia permite una independencia de la radio y la televisión imposible de imaginar hace diez o quince años. Estas ventajas para un significativo número de personas representan un desafío para creadores y ejecutivos de la radio y establecen las reglas para una competencia saludable.
Los especialistas insisten: “Las innovaciones han dado paso a nuevos formatos mediáticos con nuevos modelos de difusión, consumo y uso de información. Las demarcaciones tradicionales entre público e instituciones mediáticas se entrecruzan”.
Lo aparentemente sencillo no lo es. Para mantener el ritmo de la vida hay que continuar rediseñando esquemas de programación, dinamitar conceptos dinosauricos y profundizar en la diferenciación de perfiles.
Poner el acento cuando sea necesario en la especialización temática. Analizar cómo la experiencia compartida por medios digitales influye en lo que sabemos y en la manera de cómo lo sabemos.
Convertir los destinatarios pasivos en oyentes activos .Aumentar los espacios de participación con multiplicidad de criterios - mejorar la calidad y recepción de la información.
Utilizar el espíritu competitivo para estimular la creación.
-3-
Dejar de sobrevalorar el dato referido al número de temas transmitidos y campañas desarrolladas, y valorar el grado de recepción de los mensajes para no correr el riesgo de hacer una radio al gusto de realizadores y programadores.
Olvidarse de ciertas camisas de fuerza y permitir que los géneros se mezclen - diseñar formatos más dinámicos y entretenidos.
Elaborar una estrategia musical coherente y eficaz, respetuosa con el gusto paro audaz en la intencionalidad. - y –sobre todo- conquistar una mayor cantidad de jóvenes a través de formatos y contenidos que los representen en su diversidad.
LANZAR LA FLECHA Y DAR EN EL BLANCO
No basta con lanzar la flecha. Lo importante es que se clave en el receptor. La radio cubana tiene otro desafío que engloba a los ya citados: que el ritmo de la vida no se quede en la frase retórica. Hacen falta más programas de música especializada y variada, de ciencia, tecnología y medioambiente, y que abordan nuestros deberes como ciudadanos de una pequeña comunidad, un país y un planeta. Por suerte, aquí no existen dramas radiofónicos con jovencitas pobres soñando con el Príncipe azul de melena rubia que las suban a un Ferrari. Tampoco sufrimos la fórmula extendida en las estaciones de más de medio mundo de “música-noticias-tandas comerciales”. No abundan las tertulias basadas en los latidos más frívolos del corazón y las noticias ligth. Y no caigamos en la trampa de la nostalgia. Muy difícil que vuelvan a producirse las audiencias de Cumbres Borrascosas, El Derecho de nacer o Nocturno. Los códigos son otros. Ahora los jóvenes oyen las radionovelas con un mundo de referencias diferentes. Los niños de hoy ya no escuchan los cuentos de “Había una vez” como se contaban hace tres décadas. Su percepción cambió.
EL FUTURO
Mientras en otras esquinas del planeta se piensa en públicos robotizados, en Cuba se busca audiencias a las que la radio proporcione herramientas para disfrutar mejor una obra de teatro, una película o comprender el origen de las especies. Pudiera ser que este empeño genere un perfil de oyentes cada día con menos tiempo para escuchar la radio. Si es así, habrá valido la pena. Y si en otros lugares del Universo seres extraterrestres monitorean las transmisiones de la Tierra, sería deseable que no fuera el spot de una MacDonald ‘s el sonido que captaran sus radiotelescopios. Hay que apostar por el mensaje inteligente.
La guayabera (II y final)
Se dice que fue el presidente Carlos Mendieta (enero, 1934-diciembre, 1935) quien concedió a la guayabera la condición de prenda nacional. No se conoce, sin embargo, el documento que lo acredita. Nadie declaró baile nacional al danzón, pues el proyecto de ley que así lo proclamaría de manera oficial, me dice el musicógrafo Gaspar Marrero, por una razón o por otra, nunca llegó al Parlamento. Eso no fue obstáculo para que el danzón retuviera un título que ya, con justeza, le habían otorgado los bailadores. Con la guayabera debe haber sucedido lo mismo. A falta de documento público que la respaldara, tal vez fueron los mismos que la vestían los se empeñaron en reconocer la cubanía de aquella camisa fresca, decorosa, elegante, transparente.
ENTRA EN PALACIO
Ya en los años 40 de la pasada centuria la guayabera empieza a generalizarse e imponerse en La Habana. Se usa mucho para asistir a las academias de baile y se complementa con un lazo de mariposa. Cobra fuerza gracias al Partido Auténtico. La política nacionalista de esa organización pone de relieve todo lo genuinamente cubano. Con el doctor Ramón Grau San Martín la guayabera entra en Palacio.
En junio de 1947, el escritor guatemalteco Manuel Galich, entonces magistrado de la Junta Electoral de su país, viene a La Habana con la misión secreta del presidente Juan José Arévalo de entregar un mensaje y una gruesa suma de dinero al movimiento que aquí se preparaba para derrocar al sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo; la famosa y frustrada expedición de cayo Confites. Como el brazo de Trujillo era largo y muy hábil su aparato de espionaje, Arévalo advierte a Galich que extreme las precauciones y no haga pública su presencia en la capital cubana hasta no haber cumplido su tarea. Se instalaría en un hotel discreto, no abordaría vehículo alguno, evitaría conversar con desconocidos y, memorizando el mapa de la ciudad, llegaría a pie a la casa de Malecón cerca de Prado, donde vivía el parlamentario Enrique Cotubanana Henríquez, dominicano de nacimiento y uno de los jefes del movimiento antitrujillista. “Para que mi ropa no me singularizara entre los peatones comunes y corrientes, escribe Galich, incluso fui provisto de una guayabera”.
El senador Eduardo Chibás la usó muchísimo. Cuando en la sala de armas del Capitolio se bate a sable, el 13 de junio de 1947, con el también senador y ministro Carlos Prío, Chibás se presenta al lance con guayabera y pantalones blancos, mientras que su rival lo hace con pantalón gris y chaqueta azul. Chibás viste también de guayabera el 4 de junio de 1949 cuando, indultado, sale a las doce de la noche del Castillo del Príncipe, donde guardó prisión por denunciar el alza de las tarifas eléctricas. Por cierto, mientras se prepara en su celda para la salida, pide a su secretaria, Conchita Fernández, que vaya a su casa y le traiga un par de calcetines que le combinen con la corbata de lazo que piensa ponerse. Una multitud fervorosa y entusiasta de militantes ortodoxos aguardaba por Chibás en la esquina de Carlos III y Zapata y fue tan efusiva la acogida que le dispensó que aquella guayabera quedó hecha jirones.
También usó guayabera el joven abogado Fidel Castro. En la galería de las figuras más destacadas del año 53 que publicó la revista Bohemia a comienzos del año siguiente, el caricaturista Juan David presenta a Fidel en guayabera. Volvería a usarla el Comandante en Jefe en ocasión de la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, Colombia. Fue una sorpresa para los que seguían a través de la TV la apertura de aquella cita. Pero no lo fue menos para los que acompañaban a la delegación de alto nivel. El fotógrafo Liborio Noval contó a este escribidor que cuando por los altavoces anunciaron la llegada del presidente cubano, buscó con el teleobjetivo su figura enfundada en el mítico uniforme verde olivo de siempre y vio en la distancia un punto blanco en quien identificó a Fidel. Después de tantos años de uniforme, el Comandante escogía la cubanísima guayabera para su primera aparición pública en traje de paisano.
USO Y ABUSO
Si Grau hace de la guayabera una especie de traje de corte, Prío, su sucesor y discípulo, no siente por ella el mismo aprecio. Le parece poco apropiada para ciertos actos protocolares, la saca del tercer piso de Palacio, donde radicaban las habitaciones privadas del presidente, y la destierra de los eventos oficiales. Pero ya la guayabera se había apoderado de las vitrinas de las mejores tiendas y conquistaba espacio en los anuncios comerciales. A esas alturas, la capital era un inmenso almacén de guayaberas que amenazaba desplazar cualquier otro estilo de traje varonil, algo que no tenía antecedentes históricos ni tradición y tan serio y grave que alteraba hasta nuestros modos de vivir, decía en 1948 Isabel Fernández de Amado Blanco.
Eso motivó que las señoras del Lyceum Lawn Tennis Club, del Vedado, convocaran a un ciclo de conferencias sobre el uso y abuso de la guayabera, tema que en cuatro jueves sucesivos abordaron Rafael Suárez Solís, Herminia del Portal, Francisco Ichaso y la propia Isabel de Amado Blanco. Todos le hicieron reparos a la guayabera, pero ninguno se le opuso de frente. Para don Rafael, era correcto que el ministro de Obras Públicas inspeccionase en guayabera los proyectos que ejecutaba su departamento, pero le causaba horror ver a un enguayaberado ministro de Educación someter a los estudiantes al sol de junio y al fango de una oratoria sudada como la camiseta de un estibador. Para ese infatigable periodista, la guayabera tenía sus momentos y sus horas. A su juicio podía usarse sin reserva como uniforme de trabajo y siempre hasta las seis de la tarde, hora en que podía disponerse su envío al tren de lavado.
Para Ichaso, la guayabera no pasaba de un traje regional, que tenía por tanto carácter de disfraz fuera del ámbito en que se creó. Precisaba: “Cuando la persona quiere estar vestida, en el sentido pleno de esta palabra, acude al ropero universal, no a la guardarropía local. El hombre de la ciudad, cuando se viste a la moda de su región, sabe que se aparta de los usos urbanos y que ese apartamento solo puede ser transitorio. Si se convierte en definitivo, es que el hombre ha desertado de la ciudad”. Añadía que entre la guayabera y el traje media la misma distancia que entre la sabrosura y la civilización, y concluía que en ocasiones no queda otro remedio que sudar el privilegio de no ser salvajes.
El clima, aseveraron los disertantes del Lyceum, no justificaba el abuso que se hacía de la guayabera. Ni tampoco su precio porque era una prenda cara. Tenía que ser de hilo del mejor y su confección exigía de costureras experimentadas. Durante años se confeccionaron a la medida y la necesidad de confiar su cuidado a buenas planchadoras encarecía su costo. A fines de los años 40, y después, una buena guayabera valía tanto como un traje barato. En 1953, en la sastrería El Gallo, de La Habana, el precio de una guayabera de bramante de hilo puro era de doce pesos, en tanto que un traje cruzado o natural de celanese, en blanco o en colores, con dos pantalones, importaba 38; 35 un traje de frescolana, también con dos pantalones, y casi diez pesos un pantalón de ese tejido. Seis años antes, esto es, en 1947, en la tienda El Arte, de Reina, 61, en la capital, se podía comprar por 35 pesos un traje de dril 100, y por 30, uno de crah de lino.
Hoy, esas cifras parecerán ridículas. No se olvide, sin embargo, que hasta 1952, el salario mínimo en Cuba era de 46 pesos mensuales. Y que todavía a fines de esa década el salario de una maestra normalista en una escuela privada, por solo poner un ejemplo, no pasaba de 40.
SE ABARATA
Parecía la guayabera haber ganado ya terreno suficiente cuando, en 1955, una disposición de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo la sacó de los juzgados. Magistrados, jueces, fiscales ni abogados defensores podían concurrir a sus tareas si no lo hacían con cuello y corbata.
Es por esa época –fines de los 50- que la guayabera se abarata. No es ya solo de hilo; podía ser de algodón. Su hechura se simplifica. Deja de ser blanca, la manga no siempre es larga y los habituales botones de nácar pasan a ser corrientes.
Triunfa la Revolución y la guayabera se repliega hasta desaparecer. Para algunos era símbolo de una época superada de politiqueros y manengues. El país sufre agresiones económicas, sabotajes, invasiones y actos terroristas y padece carencias de todo tipo. Hay movilizaciones constantes. Lo mismo se convoca a un trabajo productivo que a un entrenamiento militar. El uniforme de las Milicias Nacionales parece resultar válido no solo para cumplir con las exigencias de ese cuerpo popular armado, sino para todas las tareas cotidianas, e incluso para asistir a ceremonias tan solemnes como una boda o un velorio. Algunos utilizaban para el paseo y la diversión la ropa de trabajo, por basta que fuera, hasta que en tiendas de la cadena Amistad aparecieron las muy demandadas entonces camisas Yumurí.
Es por esa época –finales de los 70- que la guayabera reaparece tímidamente. De manga larga. Con pliegues y alforzas, pero no ya de hilo, sino de poliéster, y no siempre blanca. Era un lujo llegar a poseer una de ellas. No demoró en volver a abaratarse. Cuando se inauguró, en 1979, en ocasión de la Sexta Cumbre de los Países No Alineados, el Palacio de Convenciones de La Habana, los que asistieron a ese evento y a los que le seguirían, encontraron que porteros, gastronómicos y oficiales de salas –hombres y mujeres- de la instalación, lucían las mismas guayaberas que delegados e invitados. Y a partir de ahí fue, y sigue siéndolo en algunos establecimientos, prenda de uso corriente en la gastronomía de la Isla. Los jóvenes, por su parte, la rechazan por verla como símbolo del burócrata en funciones oficiales.
Diseñadores cubanos de prestigio cambiaron su estructura, materiales y colores y tienen en sus colecciones variantes de la prenda, tanto para hombres como para mujeres. Muy famosas son las camisolas habaneras de Mercy Nodarse, merecedoras de un importante galardón internacional, y las de Nancy Pelegrín, así como las de Emiliano Nelson, que les incorporó el deshilachado. Hoy una buena guayabera en el exterior puede llegar a los 700 dólares. Como afirma el narrador Lisandro Otero, sigue siendo una camisa que dignifica la informalidad y simplifica las galas. Símbolo de la despreocupación vestimentaria. Del espíritu festivo. De la sencillez y el relajamiento reposado.
RAZONES SOBRADAS
Expresión y símbolo de cubanía, y espirituana por más señas es la guayabera. Razones sobradas tiene Sancti Spíritus entonces para tomarla como centro de un proyecto de reanimación cultural que varios intelectuales, encabezados por el periodista y conductor de la radio Carlos Figueroa y la promotora Helena Farfán, presentaron a la Dirección Provincial de Cultura, que lo aprobó y calorizó en conjunto con otras entidades de la vida cultural y social de la provincia y el gobierno local. En su primera convocatoria, Los días de la guayabera fueron un éxito. Reafirmó la existencia de un público receptivo y entusiasta que llenó todos los espacios y que empieza a asumir esa prenda típica también como un nexo de su ciudad con el resto de Cuba, el Caribe y el mundo.
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08/12/2007 04:59
ENTRA EN PALACIO
Ya en los años 40 de la pasada centuria la guayabera empieza a generalizarse e imponerse en La Habana. Se usa mucho para asistir a las academias de baile y se complementa con un lazo de mariposa. Cobra fuerza gracias al Partido Auténtico. La política nacionalista de esa organización pone de relieve todo lo genuinamente cubano. Con el doctor Ramón Grau San Martín la guayabera entra en Palacio.
En junio de 1947, el escritor guatemalteco Manuel Galich, entonces magistrado de la Junta Electoral de su país, viene a La Habana con la misión secreta del presidente Juan José Arévalo de entregar un mensaje y una gruesa suma de dinero al movimiento que aquí se preparaba para derrocar al sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo; la famosa y frustrada expedición de cayo Confites. Como el brazo de Trujillo era largo y muy hábil su aparato de espionaje, Arévalo advierte a Galich que extreme las precauciones y no haga pública su presencia en la capital cubana hasta no haber cumplido su tarea. Se instalaría en un hotel discreto, no abordaría vehículo alguno, evitaría conversar con desconocidos y, memorizando el mapa de la ciudad, llegaría a pie a la casa de Malecón cerca de Prado, donde vivía el parlamentario Enrique Cotubanana Henríquez, dominicano de nacimiento y uno de los jefes del movimiento antitrujillista. “Para que mi ropa no me singularizara entre los peatones comunes y corrientes, escribe Galich, incluso fui provisto de una guayabera”.
El senador Eduardo Chibás la usó muchísimo. Cuando en la sala de armas del Capitolio se bate a sable, el 13 de junio de 1947, con el también senador y ministro Carlos Prío, Chibás se presenta al lance con guayabera y pantalones blancos, mientras que su rival lo hace con pantalón gris y chaqueta azul. Chibás viste también de guayabera el 4 de junio de 1949 cuando, indultado, sale a las doce de la noche del Castillo del Príncipe, donde guardó prisión por denunciar el alza de las tarifas eléctricas. Por cierto, mientras se prepara en su celda para la salida, pide a su secretaria, Conchita Fernández, que vaya a su casa y le traiga un par de calcetines que le combinen con la corbata de lazo que piensa ponerse. Una multitud fervorosa y entusiasta de militantes ortodoxos aguardaba por Chibás en la esquina de Carlos III y Zapata y fue tan efusiva la acogida que le dispensó que aquella guayabera quedó hecha jirones.
También usó guayabera el joven abogado Fidel Castro. En la galería de las figuras más destacadas del año 53 que publicó la revista Bohemia a comienzos del año siguiente, el caricaturista Juan David presenta a Fidel en guayabera. Volvería a usarla el Comandante en Jefe en ocasión de la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, Colombia. Fue una sorpresa para los que seguían a través de la TV la apertura de aquella cita. Pero no lo fue menos para los que acompañaban a la delegación de alto nivel. El fotógrafo Liborio Noval contó a este escribidor que cuando por los altavoces anunciaron la llegada del presidente cubano, buscó con el teleobjetivo su figura enfundada en el mítico uniforme verde olivo de siempre y vio en la distancia un punto blanco en quien identificó a Fidel. Después de tantos años de uniforme, el Comandante escogía la cubanísima guayabera para su primera aparición pública en traje de paisano.
USO Y ABUSO
Si Grau hace de la guayabera una especie de traje de corte, Prío, su sucesor y discípulo, no siente por ella el mismo aprecio. Le parece poco apropiada para ciertos actos protocolares, la saca del tercer piso de Palacio, donde radicaban las habitaciones privadas del presidente, y la destierra de los eventos oficiales. Pero ya la guayabera se había apoderado de las vitrinas de las mejores tiendas y conquistaba espacio en los anuncios comerciales. A esas alturas, la capital era un inmenso almacén de guayaberas que amenazaba desplazar cualquier otro estilo de traje varonil, algo que no tenía antecedentes históricos ni tradición y tan serio y grave que alteraba hasta nuestros modos de vivir, decía en 1948 Isabel Fernández de Amado Blanco.
Eso motivó que las señoras del Lyceum Lawn Tennis Club, del Vedado, convocaran a un ciclo de conferencias sobre el uso y abuso de la guayabera, tema que en cuatro jueves sucesivos abordaron Rafael Suárez Solís, Herminia del Portal, Francisco Ichaso y la propia Isabel de Amado Blanco. Todos le hicieron reparos a la guayabera, pero ninguno se le opuso de frente. Para don Rafael, era correcto que el ministro de Obras Públicas inspeccionase en guayabera los proyectos que ejecutaba su departamento, pero le causaba horror ver a un enguayaberado ministro de Educación someter a los estudiantes al sol de junio y al fango de una oratoria sudada como la camiseta de un estibador. Para ese infatigable periodista, la guayabera tenía sus momentos y sus horas. A su juicio podía usarse sin reserva como uniforme de trabajo y siempre hasta las seis de la tarde, hora en que podía disponerse su envío al tren de lavado.
Para Ichaso, la guayabera no pasaba de un traje regional, que tenía por tanto carácter de disfraz fuera del ámbito en que se creó. Precisaba: “Cuando la persona quiere estar vestida, en el sentido pleno de esta palabra, acude al ropero universal, no a la guardarropía local. El hombre de la ciudad, cuando se viste a la moda de su región, sabe que se aparta de los usos urbanos y que ese apartamento solo puede ser transitorio. Si se convierte en definitivo, es que el hombre ha desertado de la ciudad”. Añadía que entre la guayabera y el traje media la misma distancia que entre la sabrosura y la civilización, y concluía que en ocasiones no queda otro remedio que sudar el privilegio de no ser salvajes.
El clima, aseveraron los disertantes del Lyceum, no justificaba el abuso que se hacía de la guayabera. Ni tampoco su precio porque era una prenda cara. Tenía que ser de hilo del mejor y su confección exigía de costureras experimentadas. Durante años se confeccionaron a la medida y la necesidad de confiar su cuidado a buenas planchadoras encarecía su costo. A fines de los años 40, y después, una buena guayabera valía tanto como un traje barato. En 1953, en la sastrería El Gallo, de La Habana, el precio de una guayabera de bramante de hilo puro era de doce pesos, en tanto que un traje cruzado o natural de celanese, en blanco o en colores, con dos pantalones, importaba 38; 35 un traje de frescolana, también con dos pantalones, y casi diez pesos un pantalón de ese tejido. Seis años antes, esto es, en 1947, en la tienda El Arte, de Reina, 61, en la capital, se podía comprar por 35 pesos un traje de dril 100, y por 30, uno de crah de lino.
Hoy, esas cifras parecerán ridículas. No se olvide, sin embargo, que hasta 1952, el salario mínimo en Cuba era de 46 pesos mensuales. Y que todavía a fines de esa década el salario de una maestra normalista en una escuela privada, por solo poner un ejemplo, no pasaba de 40.
SE ABARATA
Parecía la guayabera haber ganado ya terreno suficiente cuando, en 1955, una disposición de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo la sacó de los juzgados. Magistrados, jueces, fiscales ni abogados defensores podían concurrir a sus tareas si no lo hacían con cuello y corbata.
Es por esa época –fines de los 50- que la guayabera se abarata. No es ya solo de hilo; podía ser de algodón. Su hechura se simplifica. Deja de ser blanca, la manga no siempre es larga y los habituales botones de nácar pasan a ser corrientes.
Triunfa la Revolución y la guayabera se repliega hasta desaparecer. Para algunos era símbolo de una época superada de politiqueros y manengues. El país sufre agresiones económicas, sabotajes, invasiones y actos terroristas y padece carencias de todo tipo. Hay movilizaciones constantes. Lo mismo se convoca a un trabajo productivo que a un entrenamiento militar. El uniforme de las Milicias Nacionales parece resultar válido no solo para cumplir con las exigencias de ese cuerpo popular armado, sino para todas las tareas cotidianas, e incluso para asistir a ceremonias tan solemnes como una boda o un velorio. Algunos utilizaban para el paseo y la diversión la ropa de trabajo, por basta que fuera, hasta que en tiendas de la cadena Amistad aparecieron las muy demandadas entonces camisas Yumurí.
Es por esa época –finales de los 70- que la guayabera reaparece tímidamente. De manga larga. Con pliegues y alforzas, pero no ya de hilo, sino de poliéster, y no siempre blanca. Era un lujo llegar a poseer una de ellas. No demoró en volver a abaratarse. Cuando se inauguró, en 1979, en ocasión de la Sexta Cumbre de los Países No Alineados, el Palacio de Convenciones de La Habana, los que asistieron a ese evento y a los que le seguirían, encontraron que porteros, gastronómicos y oficiales de salas –hombres y mujeres- de la instalación, lucían las mismas guayaberas que delegados e invitados. Y a partir de ahí fue, y sigue siéndolo en algunos establecimientos, prenda de uso corriente en la gastronomía de la Isla. Los jóvenes, por su parte, la rechazan por verla como símbolo del burócrata en funciones oficiales.
Diseñadores cubanos de prestigio cambiaron su estructura, materiales y colores y tienen en sus colecciones variantes de la prenda, tanto para hombres como para mujeres. Muy famosas son las camisolas habaneras de Mercy Nodarse, merecedoras de un importante galardón internacional, y las de Nancy Pelegrín, así como las de Emiliano Nelson, que les incorporó el deshilachado. Hoy una buena guayabera en el exterior puede llegar a los 700 dólares. Como afirma el narrador Lisandro Otero, sigue siendo una camisa que dignifica la informalidad y simplifica las galas. Símbolo de la despreocupación vestimentaria. Del espíritu festivo. De la sencillez y el relajamiento reposado.
RAZONES SOBRADAS
Expresión y símbolo de cubanía, y espirituana por más señas es la guayabera. Razones sobradas tiene Sancti Spíritus entonces para tomarla como centro de un proyecto de reanimación cultural que varios intelectuales, encabezados por el periodista y conductor de la radio Carlos Figueroa y la promotora Helena Farfán, presentaron a la Dirección Provincial de Cultura, que lo aprobó y calorizó en conjunto con otras entidades de la vida cultural y social de la provincia y el gobierno local. En su primera convocatoria, Los días de la guayabera fueron un éxito. Reafirmó la existencia de un público receptivo y entusiasta que llenó todos los espacios y que empieza a asumir esa prenda típica también como un nexo de su ciudad con el resto de Cuba, el Caribe y el mundo.
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08/12/2007 04:59
La guayabera (I)
Esta semana me fui a Sancti Spíritus. A trabajar, que es para lo único que me invitan. Sucede que la Dirección Provincial de Cultura de ese territorio comenzó a organizar a partir de este mes Los días de la guayabera, proyecto de reanimación cultural que pretende revitalizar esa prenda típica como nexo indiscutible de la ciudad con el resto de Cuba y el Caribe. Quieren sus organizadores que esas jornadas desemboquen en la Fiesta de la Guayabera, celebración que identificará a la provincia, potenciará nuevas formas de expresión para sus artistas y escritores y procurará la sistematicidad de su vida cultural al proponer acciones también en áreas y grupos desfavorecidos socialmente. Excelente idea que debe contar con el concurso de instituciones y personalidades, tanto locales como de la nación.
LA LEYENDA
¿Y por qué ese interés de los espirituanos en la guayabera? ¿Nació la guayabera en Sancti Spíritus? En verdad, no hay documentación que avale su nacimiento en tierras del Yayabo. Pero justo es decir enseguida que no existe tampoco documentación en sentido contrario y que ninguna otra región cubana ha discutido a Sancti Spíritus la paternidad de la prenda. La primitiva yayabera se extendió por las provincias vecinas, y fue trochana en Ciego de Ávila y camagüeyana, en Camagüey sin perder el cuño que le imprimieron los espirituanos.
Se dice que en 1709 arribó a la villa del Yayabo un matrimonio conformado por los andaluces José Pérez Rodríguez y Encarnación Núñez García. José era alfarero y a los tres meses de su llegada había construido ya una nave de madera para su taller. Se dice asimismo que un buen día el matrimonio recibió una pieza de tela de lino o hilo que mandaron a buscar o les remitieron sus familiares desde España y que José pidió a Encarnación que le confeccionase con ella camisas sueltas, de mangas largas, para usar por fuera del pantalón y con bolsillos grandes a fin de llevar en ellos la fuma y otros efectos personales. La mujer acometió el encargo y a los pocos meses aquellas camisas se popularizaron en la comarca.
Este suceso tiene varios detractores. Aseguran que en dicha fecha las disposiciones de la Real Compañía de Comercio que regían entre la metrópoli y la colonia, prohibían tales envíos y que, por otra parte, tampoco había comunicación entre España y Sancti Spíritus. Esa prohibición resulta a la larga poco significativa, a mi juicio, pues los andaluces pudieron haber obtenido su paquete de tela por la vía del contrabando o comercio de rescate tan en boga entonces.
Es inconcebible que un hecho meramente doméstico como la confección de una o varias camisas quedara registrado en la historia, y con tanto lujo de detalles: fecha, nombre de los protagonistas, diseño de la ropa… como para que los historiadores del futuro pudieran proclamar, sin sombra de duda, que ahí nació la guayabera. La historia de José y Encarnación es tan perfecta que no deja más alternativa que la de dudar de su veracidad. Pero marca el inicio de la leyenda de la guayabera o fija la entrada de la guayabera en la leyenda.
Nuestros guajiros del siglo XIX no la usaron. La literatura de la época los describe cubiertos con camisas azules o “de listado”, que usaban generalmente por fuera del pantalón. Constantes de su ajuar cotidiano eran el sombrero de yarey, el machete al cinto, los zapatos de vaqueta y un pañuelito atado al cuello para enjugar el sudor, mientras que reservaban el mejor atuendo para las salidas al pueblo y a la valla de gallos. Esteban Pichardo no recoge la palabra guayabera en su Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, que alcanza, en vida del autor, su cuarta edición en 1875, y hasta donde sé tampoco lo hace Manuel Martínez Moles en su vocabulario del espirituano. Aparecerá, sí, en Leonela, novela de Nicolás Heredia publicada en 1893, pero que cuenta una historia anterior al estallido, en 1868, de la Guerra de los Diez Años. En ella, don Cosme, un hacendado ganadero y maderero, llega a su casa de la ciudad procedente de la finca, donde pasa la mayor parte del tiempo, y se quita la guayabera, dice el narrador, como si se quitara el pellejo para someterse por unos días a la vida ciudadana. Desconozco si hay en la literatura menciones a la guayabera anteriores a esta de Heredia, pero es la más antigua que logré localizar, y que nos dice que no era en ese tiempo camisa de ciudad, pero tampoco de campesino pobre.
NO VA A LA GUERRA
Para este, lo usual en ese entonces era la chamarreta, que era asimismo una prenda con faldillas y mangas estrechas. Y es la chamarreta y no la guayabera la que se fue a la manigua. En la Guerra Grande, el Ejército Libertador careció de uniforme. El mambí se vestía como podía, con las ropas de la ciudad o del campo a su alcance. A Honorato del Castillo lo representan en combate con la camisa hecha jirones, y se habla de Serafín Sánchez y Carlos Roloff con la camisa dentro del pantalón. Ya en el 95, Martí alude a la chamarreta en su Diario. Charito Bolaños cosió para los libertadores durante toda la Guerra de Independencia. Los generales Alberto Nodarse, Mayía Rodríguez y García Menocal se vestían con lo que salía de sus manos. Jamás remitió una guayabera a la manigua, solo chamarretas. María Elena Molinet, hija de un general de la Independencia, investigó este asunto desde dentro pues fue la directora de vestuario de películas como Baraguá y La primera carga al machete, y acopió más de 120 fotos de mambises en la manigua. Ninguno viste de guayabera. Manuel Serafín Pichardo escribió a comienzos de la República el soneto “Soy cubano”, que gozó de una popularidad enorme y que todavía en los años 50 se incluía en los libros de Lectura de nuestra enseñanza primaria. Dice en su estrofa inicial: “Visto calzón de dril y chamarreta / que con el cinto del machete entallo. / En la guerra volaba mi caballo / al sentir mi zapato de vaqueta”.
A PARTIR DE LA CAMISA
Desciende de la camisa, la prenda de vestir más antigua que se conoce. Un tubo más o menos ancho con cuatro aberturas: una, para la cabeza; otra, para la parte baja del torso, y dos para los brazos. La camisa evolucionó desde la Edad Media. Se confeccionó de algodón, de hilo, de seda. Fue más ancha o más estrecha. Con adornos. Sin adornos. Una prenda interior. Unisex. Con los años perdió los puños y el escote y se hizo prenda exterior, protegida o no por levitas, sacos y chaquetas. En Cuba, los más humildes usaron la camisa hecha de algodón basto.
“¿Cuándo esa camisa se transformó en guayabera? ¿Cuándo y quién empezó a coser pliegues en las camisas hasta convertirlos en alforzas, reforzó el borde y las aberturas inferiores, hizo los primeros picos al canesú del frente y al de la espalda? El nacimiento de la guayabera no es obra de una sola persona y todavía falta por determinar a partir de qué momento se convirtió en prenda elegante, fresca, blanca, muy bien almidonada y planchada, que se podía llevar sin corbata”, escribía, en la revista Sol y Son, María Elena Molinet.
Resulta muy difícil enmarcar el surgimiento y evolución de la ropa popular tradicional. Tanto, que en 1948, Herminia del Portal de Novás Calvo, al consumir su turno en un ciclo de conferencias sobre el uso y el abuso de la guayabera, convocado por la sociedad Lyceum, del Vedado, aseguró que buena parte de la historia de esa prenda había transcurrido ante sus ojos y los de los otros disertantes y que ninguno tenía memoria ni podía dar fe de ella.
El testimonio gráfico más remoto que de la guayabera llega a nosotros data de 1906. Pero la palabra guayabera, como cubanismo, no se legitima hasta 1921, cuando Constantito Suárez la incluye en su Vocabulario cubano. . El autor, a quien apodaban El Españolito, la describe como una “especie de camisa de hombre, con bolsillos en la pechera y en los costados, muy adornada con pliegues y lorzas de la misma tela, que se usa sin chaqueta y con las faldas por fuera, por encima del pantalón, al exterior”. Añade Constantino Suárez: “Es una prenda de vestir, muy generalizada y típica, del campesino cubano”.
PRENDA NACIONAL
Ya para esa fecha la guayabera no era la misma que lucía don Cosme en Leonela. De la chamarreta y la camisa campesina surge, en la década del 1920, la guayabera clásica, que terminaría imponiéndose, después de 1940, como prenda nacional. Habrá que precisar cuánto debe esa guayabera a sastres, camiseros y costureras de Sancti Spíritus y Zaza del Medio.
La guayabera, en su nueva versión, ganó pronto las ciudades del interior, pero no le fue fácil conquistar La Habana. Referencias a ella en la capital aparecen a cuentagotas, y no siempre son de fácil comprobación. Se dice que fue el mayor general José Miguel Gómez, espirituano por añadidura, quien la trajo. Otros aseguran que, más que traerla, lo que hizo fue enseñar a otros políticos a usarla en sus giras por el interior. El presidente Zayas, cuando los Veteranos y Patriotas se alzaron en Cienfuegos, en 1924, se despojó del saco y la corbata, se cubrió con una fresca guayabera y salió a discutir con los amotinados. Le bastó una libreta de cheques para convencerlos de que depusieran su beligerancia. En 1926, Jorge Mañach publica sus Estampas de San Cristóbal; en una de sus páginas tres campesinos se estiran las mangas de sus estrujadas guayaberas antes de fotografiarse. Machado, en guayabera y con un fusil en la mano, se aprestó a la defensa del Palacio Presidencial cuando supo de la insubordinación del batallón número 1 de Artillería, el 11 de agosto de 1933. En esa época, se dice, la guayabera fue el uniforme de la Policía Judicial y de la Porra. No hemos podido comprobar esa afirmación. De todas formas, su uso era tan limitado que puede casi calificarse de nulo. No se ve a nadie vistiéndola en el cine ni en las fotos de prensa de la época y Abela no vistió al Bobo de guayabera, sino de traje.
Escribe el poeta Nicolás Guillén: “Después de la caída de Machado las costumbres cubanas experimentaron cierta modificación, al menos en sus signos exteriores. A los generales de la Guerra de Independencia, muchos con barbas, todos con bigotes, sucedió una generación lampiña y expeditiva que se corrompió rápidamente […] y que hizo tabla rasa de muchos hábitos populares heredados del siglo XIX. Los sargentos ascendieron a coroneles, los soldados se paseaban por las calles vestidos de oficiales, el pueblo colgó el saco, tiró el sombrero, desanudó la corbata, se alivió, en fin, de aquella vestimenta traída de un clima que no es nuestro, y la cual era considerada hasta entonces sine qua non”.
Todavía en 1941 se exigía el saco o la chaqueta para acceder a la platea de un cine de barrio; no así a la llamada tertulia. Una noche de ese año un juez de apellido Alfonso, que era amigo o conocido de mi padre y a quien yo también conocí de niño, sacó su entrada para la platea del cine San Francisco, en Lawton. El portero le impidió la entrada porque el juez vestía una elegante guayabera de manga larga. Alfonso reclamó su derecho porque esa camisa, enfatizó, era la prenda nacional. De momento, perdió la batalla, pero ganó la guerra y a partir de ahí pudo entrarse a los cines también en guayabera.
Con eso de prenda nacional tocamos un extremo que nadie ha esclarecido con la fundamentación necesaria. ¿En qué momento recibe la guayabera dicho título? ¿Quién se lo otorga? Lo veremos el próximo domingo.
08/12/2007 05:03
LA LEYENDA
¿Y por qué ese interés de los espirituanos en la guayabera? ¿Nació la guayabera en Sancti Spíritus? En verdad, no hay documentación que avale su nacimiento en tierras del Yayabo. Pero justo es decir enseguida que no existe tampoco documentación en sentido contrario y que ninguna otra región cubana ha discutido a Sancti Spíritus la paternidad de la prenda. La primitiva yayabera se extendió por las provincias vecinas, y fue trochana en Ciego de Ávila y camagüeyana, en Camagüey sin perder el cuño que le imprimieron los espirituanos.
Se dice que en 1709 arribó a la villa del Yayabo un matrimonio conformado por los andaluces José Pérez Rodríguez y Encarnación Núñez García. José era alfarero y a los tres meses de su llegada había construido ya una nave de madera para su taller. Se dice asimismo que un buen día el matrimonio recibió una pieza de tela de lino o hilo que mandaron a buscar o les remitieron sus familiares desde España y que José pidió a Encarnación que le confeccionase con ella camisas sueltas, de mangas largas, para usar por fuera del pantalón y con bolsillos grandes a fin de llevar en ellos la fuma y otros efectos personales. La mujer acometió el encargo y a los pocos meses aquellas camisas se popularizaron en la comarca.
Este suceso tiene varios detractores. Aseguran que en dicha fecha las disposiciones de la Real Compañía de Comercio que regían entre la metrópoli y la colonia, prohibían tales envíos y que, por otra parte, tampoco había comunicación entre España y Sancti Spíritus. Esa prohibición resulta a la larga poco significativa, a mi juicio, pues los andaluces pudieron haber obtenido su paquete de tela por la vía del contrabando o comercio de rescate tan en boga entonces.
Es inconcebible que un hecho meramente doméstico como la confección de una o varias camisas quedara registrado en la historia, y con tanto lujo de detalles: fecha, nombre de los protagonistas, diseño de la ropa… como para que los historiadores del futuro pudieran proclamar, sin sombra de duda, que ahí nació la guayabera. La historia de José y Encarnación es tan perfecta que no deja más alternativa que la de dudar de su veracidad. Pero marca el inicio de la leyenda de la guayabera o fija la entrada de la guayabera en la leyenda.
Nuestros guajiros del siglo XIX no la usaron. La literatura de la época los describe cubiertos con camisas azules o “de listado”, que usaban generalmente por fuera del pantalón. Constantes de su ajuar cotidiano eran el sombrero de yarey, el machete al cinto, los zapatos de vaqueta y un pañuelito atado al cuello para enjugar el sudor, mientras que reservaban el mejor atuendo para las salidas al pueblo y a la valla de gallos. Esteban Pichardo no recoge la palabra guayabera en su Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, que alcanza, en vida del autor, su cuarta edición en 1875, y hasta donde sé tampoco lo hace Manuel Martínez Moles en su vocabulario del espirituano. Aparecerá, sí, en Leonela, novela de Nicolás Heredia publicada en 1893, pero que cuenta una historia anterior al estallido, en 1868, de la Guerra de los Diez Años. En ella, don Cosme, un hacendado ganadero y maderero, llega a su casa de la ciudad procedente de la finca, donde pasa la mayor parte del tiempo, y se quita la guayabera, dice el narrador, como si se quitara el pellejo para someterse por unos días a la vida ciudadana. Desconozco si hay en la literatura menciones a la guayabera anteriores a esta de Heredia, pero es la más antigua que logré localizar, y que nos dice que no era en ese tiempo camisa de ciudad, pero tampoco de campesino pobre.
NO VA A LA GUERRA
Para este, lo usual en ese entonces era la chamarreta, que era asimismo una prenda con faldillas y mangas estrechas. Y es la chamarreta y no la guayabera la que se fue a la manigua. En la Guerra Grande, el Ejército Libertador careció de uniforme. El mambí se vestía como podía, con las ropas de la ciudad o del campo a su alcance. A Honorato del Castillo lo representan en combate con la camisa hecha jirones, y se habla de Serafín Sánchez y Carlos Roloff con la camisa dentro del pantalón. Ya en el 95, Martí alude a la chamarreta en su Diario. Charito Bolaños cosió para los libertadores durante toda la Guerra de Independencia. Los generales Alberto Nodarse, Mayía Rodríguez y García Menocal se vestían con lo que salía de sus manos. Jamás remitió una guayabera a la manigua, solo chamarretas. María Elena Molinet, hija de un general de la Independencia, investigó este asunto desde dentro pues fue la directora de vestuario de películas como Baraguá y La primera carga al machete, y acopió más de 120 fotos de mambises en la manigua. Ninguno viste de guayabera. Manuel Serafín Pichardo escribió a comienzos de la República el soneto “Soy cubano”, que gozó de una popularidad enorme y que todavía en los años 50 se incluía en los libros de Lectura de nuestra enseñanza primaria. Dice en su estrofa inicial: “Visto calzón de dril y chamarreta / que con el cinto del machete entallo. / En la guerra volaba mi caballo / al sentir mi zapato de vaqueta”.
A PARTIR DE LA CAMISA
Desciende de la camisa, la prenda de vestir más antigua que se conoce. Un tubo más o menos ancho con cuatro aberturas: una, para la cabeza; otra, para la parte baja del torso, y dos para los brazos. La camisa evolucionó desde la Edad Media. Se confeccionó de algodón, de hilo, de seda. Fue más ancha o más estrecha. Con adornos. Sin adornos. Una prenda interior. Unisex. Con los años perdió los puños y el escote y se hizo prenda exterior, protegida o no por levitas, sacos y chaquetas. En Cuba, los más humildes usaron la camisa hecha de algodón basto.
“¿Cuándo esa camisa se transformó en guayabera? ¿Cuándo y quién empezó a coser pliegues en las camisas hasta convertirlos en alforzas, reforzó el borde y las aberturas inferiores, hizo los primeros picos al canesú del frente y al de la espalda? El nacimiento de la guayabera no es obra de una sola persona y todavía falta por determinar a partir de qué momento se convirtió en prenda elegante, fresca, blanca, muy bien almidonada y planchada, que se podía llevar sin corbata”, escribía, en la revista Sol y Son, María Elena Molinet.
Resulta muy difícil enmarcar el surgimiento y evolución de la ropa popular tradicional. Tanto, que en 1948, Herminia del Portal de Novás Calvo, al consumir su turno en un ciclo de conferencias sobre el uso y el abuso de la guayabera, convocado por la sociedad Lyceum, del Vedado, aseguró que buena parte de la historia de esa prenda había transcurrido ante sus ojos y los de los otros disertantes y que ninguno tenía memoria ni podía dar fe de ella.
El testimonio gráfico más remoto que de la guayabera llega a nosotros data de 1906. Pero la palabra guayabera, como cubanismo, no se legitima hasta 1921, cuando Constantito Suárez la incluye en su Vocabulario cubano. . El autor, a quien apodaban El Españolito, la describe como una “especie de camisa de hombre, con bolsillos en la pechera y en los costados, muy adornada con pliegues y lorzas de la misma tela, que se usa sin chaqueta y con las faldas por fuera, por encima del pantalón, al exterior”. Añade Constantino Suárez: “Es una prenda de vestir, muy generalizada y típica, del campesino cubano”.
PRENDA NACIONAL
Ya para esa fecha la guayabera no era la misma que lucía don Cosme en Leonela. De la chamarreta y la camisa campesina surge, en la década del 1920, la guayabera clásica, que terminaría imponiéndose, después de 1940, como prenda nacional. Habrá que precisar cuánto debe esa guayabera a sastres, camiseros y costureras de Sancti Spíritus y Zaza del Medio.
La guayabera, en su nueva versión, ganó pronto las ciudades del interior, pero no le fue fácil conquistar La Habana. Referencias a ella en la capital aparecen a cuentagotas, y no siempre son de fácil comprobación. Se dice que fue el mayor general José Miguel Gómez, espirituano por añadidura, quien la trajo. Otros aseguran que, más que traerla, lo que hizo fue enseñar a otros políticos a usarla en sus giras por el interior. El presidente Zayas, cuando los Veteranos y Patriotas se alzaron en Cienfuegos, en 1924, se despojó del saco y la corbata, se cubrió con una fresca guayabera y salió a discutir con los amotinados. Le bastó una libreta de cheques para convencerlos de que depusieran su beligerancia. En 1926, Jorge Mañach publica sus Estampas de San Cristóbal; en una de sus páginas tres campesinos se estiran las mangas de sus estrujadas guayaberas antes de fotografiarse. Machado, en guayabera y con un fusil en la mano, se aprestó a la defensa del Palacio Presidencial cuando supo de la insubordinación del batallón número 1 de Artillería, el 11 de agosto de 1933. En esa época, se dice, la guayabera fue el uniforme de la Policía Judicial y de la Porra. No hemos podido comprobar esa afirmación. De todas formas, su uso era tan limitado que puede casi calificarse de nulo. No se ve a nadie vistiéndola en el cine ni en las fotos de prensa de la época y Abela no vistió al Bobo de guayabera, sino de traje.
Escribe el poeta Nicolás Guillén: “Después de la caída de Machado las costumbres cubanas experimentaron cierta modificación, al menos en sus signos exteriores. A los generales de la Guerra de Independencia, muchos con barbas, todos con bigotes, sucedió una generación lampiña y expeditiva que se corrompió rápidamente […] y que hizo tabla rasa de muchos hábitos populares heredados del siglo XIX. Los sargentos ascendieron a coroneles, los soldados se paseaban por las calles vestidos de oficiales, el pueblo colgó el saco, tiró el sombrero, desanudó la corbata, se alivió, en fin, de aquella vestimenta traída de un clima que no es nuestro, y la cual era considerada hasta entonces sine qua non”.
Todavía en 1941 se exigía el saco o la chaqueta para acceder a la platea de un cine de barrio; no así a la llamada tertulia. Una noche de ese año un juez de apellido Alfonso, que era amigo o conocido de mi padre y a quien yo también conocí de niño, sacó su entrada para la platea del cine San Francisco, en Lawton. El portero le impidió la entrada porque el juez vestía una elegante guayabera de manga larga. Alfonso reclamó su derecho porque esa camisa, enfatizó, era la prenda nacional. De momento, perdió la batalla, pero ganó la guerra y a partir de ahí pudo entrarse a los cines también en guayabera.
Con eso de prenda nacional tocamos un extremo que nadie ha esclarecido con la fundamentación necesaria. ¿En qué momento recibe la guayabera dicho título? ¿Quién se lo otorga? Lo veremos el próximo domingo.
08/12/2007 05:03
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